Eso fuí yo, un niño patidifuso ante la enseñanza que le administraban. Y he escogido cada una de mis palabras porque yo era muy pequeño cuando ví a un maestro, me quedé parado de asombro ante el espectáculo que tuve ante mí, solo sabía jugar y tenían que enseñarme cual es el camino que hay que seguir para ser un hombre de provecho, y el procedimiento de aprendizaje estaba administrado para deglutir inocentes.
Antes, lo que parecía un autómata -pues se comportaba con frialdad y actuaba bajo el imperio de reglas muy precisas- y resultó ser una señora que visitaba nuestra casa, me preguntó: "¿Qué quieres ser cuando seas mayor?". "Obispo o general". "¡Hombre..!, eso está muy bien pero primero tendrás que ser cura o soldado, ¿no?". Con rapidez felina respondí: "Así es muy cansado".
Cuento la anécdota para que quede claro que tuve siempre cierto espíritu principesco.. Y que, en consecuencia, tropecé con el primer maestro que tuve; tendría yo poco menos de seis años cuando mis padres decidieron que recibiese clase en nuestra casa y me preparase así para mi entrada en el colegio.
El maestro elegido era joven, de veintipocos años, "más serio que un miura", y eficiente cumplidor de su obligación. Yo, solo un tierno infante, hice lo que siempre he hecho : "Probar" el temple de quien tengo delante.. No habrían pasado más de diez minutos desde que había comenzado la clase cuando recibí el primer sopapo..
Duró poco como profesor particular. Mi familia debió ceder ante "mi aflicción".. Pero nunca olvidaré su seriedad y aquel sopapo, bien merecido y que recuerdo con agrado. En minutos, aquel maestro supo enseñarme dos cosas que nunca olvidaré : El excelente e imperecedero recuerdo que deja quien nos trata con justicia y quien cumple con su obligación.
Entré luego en el colegio de los Jesuitas, donde estudié toda la Enseñanza Primaria y Secundaría. Me recibió una excelente persona, aunque algo pintoresca. Era navarro y se había alistado muy joven en la Legión. Durante la Batalla del Ebro, en la Guerra Civil española entre 1936 y 1939, había sido herido muy grave en el vientre y trasladado, en consecuencia, al Hospital de Sangre que estaba instalado en el colegio jesuítico.
Parece ser que, al sentir que iba a "irse al otro barrio", juró por lo más sagrado que si no la diñaba se metía jesuita.. Álguien le tomó la palabra.
Saber, sabía esenciálmente lo que sabe un legionario. Los jesuitas, con su proverbial sutileza, decidieron hacerle responsable de los más pequeños, de los que teníamos seis años.
¡Nueva lección!. Para resolver grandes problemas sólo se requiere sencillez y decisión. Recordar "el nudo gordiano".
Luego.., el tedio. Con el tiempo me convertí en el mejor falsificador de boletines de notas del colegio. Lo de menos era transformar unos números en otros; ¡eso lo hace cualquier principiante!. Mi especialidad era borrar el sello en tinta de "suspenso"; el problema venía luego pues los productos químicos que empleaba amarilleaban y acartonaban el papel, lo que me llevaba a un complicado proceso de recuperación. Nunca me descubrieron..
Lo más curioso es que nunca he tenido problemas con mis estudios. Símplemente me aburría. Estudiaba lo imprescindible para aprobar todo "a la primera" y sólo ponía interés en algunas materias que me atraían, como la Geografía y las Ciencias Naturales.
Sólo presté atención a dos profesores, uno jesuíta y otro seglar. El primero, un noble caballero, me mostró el camino de la elegancia; aprendí de él que en cualquier circunstancia son preferibles la cortesía y el buen trato -que no impiden la firmeza- que el desprecio y la agresividad. Murió siendo profesor de Georgetown cuando yo estaba agregado como oficial aliado en el "Army" .
Del segundo, químico de profesión en una empresa, aprendí a no regalar algo a quien tiene capacidad para obtenerlo con su esfuerzo.
Como váis viendo, soy de los que no dan gran importancia a los conocimientos concretos pero si a la personalidad y al proceder de quienes comparten nuestra vida.
Creo que lo de menos es lo que se enseñe; en principio porque nadie tiene derecho a enseñar, pero cualquiera tiene derecho a aprender. Lo importante, lo que logra hacer atractiva la enseñanza, es la pasión por la materia, y por la vida, del docente, que hace que pueda "transmitir" cualquier cosa por extraña que parezca.
Curiósamente mi vida se ha llenado con el estudio. Soy un excelente profesor. He impartido cursos de doctorado y también dado clases de primaria a quien lo necesitaba. Por eso, hacerme caso. Hay un "blog" -cuyo enlace encontraréis al pie- que está escrito con conocimiento, con emoción a veces, y de cuya lectura nace el afán de pensar... El único camino auténticamente revolucionario...., después del Amor.
Antes, lo que parecía un autómata -pues se comportaba con frialdad y actuaba bajo el imperio de reglas muy precisas- y resultó ser una señora que visitaba nuestra casa, me preguntó: "¿Qué quieres ser cuando seas mayor?". "Obispo o general". "¡Hombre..!, eso está muy bien pero primero tendrás que ser cura o soldado, ¿no?". Con rapidez felina respondí: "Así es muy cansado".
Cuento la anécdota para que quede claro que tuve siempre cierto espíritu principesco.. Y que, en consecuencia, tropecé con el primer maestro que tuve; tendría yo poco menos de seis años cuando mis padres decidieron que recibiese clase en nuestra casa y me preparase así para mi entrada en el colegio.
El maestro elegido era joven, de veintipocos años, "más serio que un miura", y eficiente cumplidor de su obligación. Yo, solo un tierno infante, hice lo que siempre he hecho : "Probar" el temple de quien tengo delante.. No habrían pasado más de diez minutos desde que había comenzado la clase cuando recibí el primer sopapo..
Duró poco como profesor particular. Mi familia debió ceder ante "mi aflicción".. Pero nunca olvidaré su seriedad y aquel sopapo, bien merecido y que recuerdo con agrado. En minutos, aquel maestro supo enseñarme dos cosas que nunca olvidaré : El excelente e imperecedero recuerdo que deja quien nos trata con justicia y quien cumple con su obligación.
Entré luego en el colegio de los Jesuitas, donde estudié toda la Enseñanza Primaria y Secundaría. Me recibió una excelente persona, aunque algo pintoresca. Era navarro y se había alistado muy joven en la Legión. Durante la Batalla del Ebro, en la Guerra Civil española entre 1936 y 1939, había sido herido muy grave en el vientre y trasladado, en consecuencia, al Hospital de Sangre que estaba instalado en el colegio jesuítico.
Parece ser que, al sentir que iba a "irse al otro barrio", juró por lo más sagrado que si no la diñaba se metía jesuita.. Álguien le tomó la palabra.
Saber, sabía esenciálmente lo que sabe un legionario. Los jesuitas, con su proverbial sutileza, decidieron hacerle responsable de los más pequeños, de los que teníamos seis años.
¡Nueva lección!. Para resolver grandes problemas sólo se requiere sencillez y decisión. Recordar "el nudo gordiano".
Luego.., el tedio. Con el tiempo me convertí en el mejor falsificador de boletines de notas del colegio. Lo de menos era transformar unos números en otros; ¡eso lo hace cualquier principiante!. Mi especialidad era borrar el sello en tinta de "suspenso"; el problema venía luego pues los productos químicos que empleaba amarilleaban y acartonaban el papel, lo que me llevaba a un complicado proceso de recuperación. Nunca me descubrieron..
Lo más curioso es que nunca he tenido problemas con mis estudios. Símplemente me aburría. Estudiaba lo imprescindible para aprobar todo "a la primera" y sólo ponía interés en algunas materias que me atraían, como la Geografía y las Ciencias Naturales.
Sólo presté atención a dos profesores, uno jesuíta y otro seglar. El primero, un noble caballero, me mostró el camino de la elegancia; aprendí de él que en cualquier circunstancia son preferibles la cortesía y el buen trato -que no impiden la firmeza- que el desprecio y la agresividad. Murió siendo profesor de Georgetown cuando yo estaba agregado como oficial aliado en el "Army" .
Del segundo, químico de profesión en una empresa, aprendí a no regalar algo a quien tiene capacidad para obtenerlo con su esfuerzo.
Como váis viendo, soy de los que no dan gran importancia a los conocimientos concretos pero si a la personalidad y al proceder de quienes comparten nuestra vida.
Creo que lo de menos es lo que se enseñe; en principio porque nadie tiene derecho a enseñar, pero cualquiera tiene derecho a aprender. Lo importante, lo que logra hacer atractiva la enseñanza, es la pasión por la materia, y por la vida, del docente, que hace que pueda "transmitir" cualquier cosa por extraña que parezca.
Curiósamente mi vida se ha llenado con el estudio. Soy un excelente profesor. He impartido cursos de doctorado y también dado clases de primaria a quien lo necesitaba. Por eso, hacerme caso. Hay un "blog" -cuyo enlace encontraréis al pie- que está escrito con conocimiento, con emoción a veces, y de cuya lectura nace el afán de pensar... El único camino auténticamente revolucionario...., después del Amor.
1 comentario:
yo he sido siempre una persona que quería pasar desapercibida, cuando era estudiante más todavía. No falsifiqué nunca notas, y mi comportamiento era excelente (tan solo en 3º de BUP y COU empecé a despuntar y junto con compañeros estuvimos un año "robando" el exámen de matemáticas y "sacando la cara" por un compañero que pensábamos estaba discriminado). No me enrrollaré más solo que efectivamente el buen profesor no es el que mete conocimientos como quien "empapuza" a un niño con una papilla. Escasean los buenos profesores de ahí los malos alumnos, una pena...
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