Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

viernes, 14 de junio de 2013

El Universo en la mano

Una amiga ha publicado en Caralibro la imagen que podéis ver a continuación. Me quedé paralizado nada más contemplarla y sentí como la Existencia me inundaba. Por cierto, quien esté acostumbrado a reaccionar defensivamente ante lo ajeno comparándolo con lo propio, para decirse al oído toda una serie de razones que le protegen de los sentires y le evitan dudar de si mismo, que se aleje. Por favor, que se aleje; todo este blog está escrito por alguien que vive dudando, especialmente de si mismo, y resulta doloroso quedarse desnudo y en carne viva ante quien huye del sufrimiento.  




Hace ya 40 años... Yo estaba enamorado. Enamorarse, que es infinitamente más que querer, lo que es muchísimo más que ilusionarse, implica, exige, entregarse en alma, corazón y vida. Cuando sucede se apropia de tal manera de nuestra intimidad que ya no suelta nunca su presa. El tiempo no borra nada, como aseguran quienes nunca se han desgarrado por dentro; lo que hace el tiempo es equilibrar el ánimo y situar a resguardo nuestras emociones, de manera que podamos seguir vivos y sintiendo. Es posible volver a enamorarse, quizá porque siempre nos enamoramos de lo mismo materializado en personas diferentes; es posible y de hecho sucede, pero una vez que te has enamorado algo queda reservado en el alma y ya no vuelve a entregarse. Nunca vuelve a entregarse, nunca....

Volvamos a aquel año ... Ella y yo nos habíamos abierto el corazón, pero conociendo el percal que nos envolvía en el pueblo habíamos decidido mantenernos en público como buenos amigos, sin más. Y eso hacía que todos los días nos fuésemos a los alrededores, a poder vivir llenos de luz, conociéndonos poco a poco, soñando en crear una existencia común que nos regalase el futuro. No siempre íbamos solos y a veces aprovechábamos que nuestros amigos se reunían en algún sitio para acompañarles.

No hacía mucho que nos habíamos declarado el uno al otro, así que solo los más íntimos estaban al tanto de lo que había nacido. Aquella tarde nos reunimos todos en una terraza a la orilla del Cantábrico, teniendo a los pies una pequeña playa rodeada de rocas. Atardecía, charlábamos, ella estaba sentada a mi lado.. Sin saber como ni por que, ajeno a toda prudencia, contemplando la mar, oyendo las voces, mi mano se aproximó despacio, creo pues sueño y no recuerdo, a la suya y suavemente rocé primero su piel, luego las yemas de mis dedos se deslizaron hacia sus dedos y nuestras manos se unieron, entrelazadas, sin necesidad de mirarnos, fundiendo nuestras vidas. 

¿Saben?. Sentí vívidamente todo el Universo en mi mano.