Sí prestamos atención a su
simbología, observamos que los cabellos de Dánae son rubios, según el canon renacentista, que los consideraba representación de la
Pureza. Parecida interpretación debe darse al color blanco de las sábanas del lecho de Dánae, que nos habla de su
Virginidad.
Por el contrario, la lluvia dorada aparece con tonos rojizos, como muestra de la
Pasión desenfrenada del dios. Así llegamos a Zeus, importante personaje secundario de la escena. Posiblemente, en la antigüedad se
veía a la lluvia como una acción del Cielo sobre la Tierra, por lo que muchas culturas consideraron que mostraba la
Fecundidad de la unión sexual de ambos, pues las cosechas fructificaban gracias a la lluvia. Aunque en ocasiones aparece un Zeus figurativo, se le suele representar metamorfoseado en lluvia dorada.
En la versión de 1553 aparece un perro, que simboliza la
Infidelidad de Dánae hacia su propia virginidad, pues está dormido. El perro como símbolo de la
Fidelidad se empezó a utilizar a partir del Renacimiento, ya que anteriormente estaba muy mal visto, sobre todo desde que en los Evangelios se nos cuenta que las llagas de Lázaro fueron lamidas por un perro, simbolizando la
Miseria. Por otro lado, la presencia del perrito califica a la mujer a quien pertenece, pues es atributo y símbolo de las cortesanas.
La antiquísima costumbre de colocar un aro, la alianza, en el anular izquierdo de las personas que
matrimoniaban, se basaba en que, según se creía, por dicho dedo pasaba la
vena amoris, que se dirigía directamente al corazón. No faltaban tradiciones secundarias, pero no menos vitales, como la que se remonta a la baja Edad Media y que pervivió hasta el siglo pasado, que consistía en regalar una pulsera como
Prenda de Amor.
Sí observamos las cuatro obras, Dánae muestra en el brazo derecho de todas ellas una pulsera y un anillo en el dedo meñique de la mano del mismo lado, excepto en la versión realizada entre 1552 y 1553 en que el anillo aparece en el anular. Curioso..
Y en la obra de 1500, vemos una rosa de este color sobre el lecho. El rosa es el color del Amor. El rosa es el rojo con más luz, es el rojo subliminado. Despues del instinto "rojo" animal podemos llegar a trascender y vibrar en rosa, alzados por la ternura del amor...
Dánae recibiendo la lluvia de oro - 1553
Óleo sobre lienzo - 129 x 180 cmMuseo del Prado. Madrid. España
Tiziano pintó esta Dánae en 1553 para el rey de España, Felipe II, con la intención de que acompañara a su obra Venus y Adonis. Según la correspondencia que mantuvieron entre ambos y conocemos, estos cuadros se calificaban elusivamente de "poesías".
En la carta que Tiziano escribió al rey en 1553, acompañando el envío de la última, le decía "...y, porque en la Dánae que ya envié a Vuestra Majestad se veía la parte delantera, he querido en esta otra poesía variar y hacerla mostrar la contraria parte para que resulte la habitación en la que han de estar más graciosa a la vista". Se desprende de las sutiles palabras del pintor que así el rey podría contemplar la representación total de una mujer, pues mientras en el cuadro de "Venus y Adonis" la mujer aparecía de espaldas, en la "Dánae" se ofrecía de frente.
En tiempos de Carlos III se propuso incinerar el cuadro por su alto contenido erótico. Sin embargo, la Academia de San Fernando lo salvó y lo incluyó en una de sus salas reservadas.
La mujer joven, de piel pálida y bañada por la luz, contrasta con el resto del cuadro, resaltando en primer plano con intensidad, pero sin llegar a aislarse del contexto.
La boca está ligeramente abierta y los cabellos caen por el pecho izquierdo sin llegar a cubrirlo; su mano izquierda reposa entre la ingle y el sexo. No se trata de una postura púdica y Dánae, que mira hacia arriba, hacia la manifestación divina, parece abandonarse, expectante, a la presencia de Zeus, sin ocultar los placeres que ello le provoca. Nuestra primera mirada podría ir de la rodilla de Dánae, al vientre y a los pechos, a su cara y a la nube, para volver otra vez a la rodilla, a los brazos de la sirvienta y a su cara. El ambiente es oscuro, con cortinajes rojos haciendo de dosel del lecho. A la derecha se observa el muro del lugar en el que está encerrada.
La composición se estructura mediante un triángulo en el que Dánae ocupa la zona inferior derecha de la tela -a la izquierda del observador- y la sirvienta la izquierda, mientras que el centro y arriba corresponde a la lluvia, lugar de encuentro de las miradas de ambas.
A media altura, los dos rostros y las monedas; en la parte inferior, los cuerpos y el lecho. A la derecha del cuadro -nuestra izquierda-, la princesa con telas señoriales, ocupando el lugar preminente; a la izquierda la sirvienta y el muro de piedras.
La importancia de la ubicación es tan clara como clásica; siempre prima la derecha sobre la izquierda y lo más alto sobre lo más bajo.
La rodilla doblada se sitúa en el área central de la imagen, aunque el centro del cuadro esté algo más arriba y a nuestra izquierda.
El cuerpo de Dánae traza un segmento, de la cabeza a los pies, que divide diagonalmente la tela. De esta manera, el gesto de la pierna, que se estira y abre, nos traslada una sensación de movimiento plena de sensualidad, que nos prepara mejor para la visita de Zeus. Podemos trazar otra diagonal desde el perro, por la pierna derecha, el delantal de la sirvienta y su cabeza.
El cruce de ambas diagonales forma cuatro triángulos, de modo que en los laterales quedan las figuras y en los verticales, la lluvia de oro y el sexo. Según Berger, ambas figuras tenderían hacia el vértice central, mientras la lluvia, en su descenso, encontraría el sexo de Dánae.
Pero el centro de la composición no se corresponde con el centro de la tela. Mientras que la figura de Dánae tiende hacia la derecha del cuadro y la de la sirvienta hacia el centro desde la izquierda, las miradas de ambas y la nube añaden una fuerza ascendente, en dirección y sentido hacia donde se encuentra la lluvia, que logra darnos sensación de profundidad.
Es decir, que la distribución de las figuras en el espacio nos remite a una composición ordenada de aspecto piramidal, por la actitud de los personajes y sus acciones, que se ven reforzados por la fuerza del punto de atracción que es la nube.
Un estudio radiográfico confirma que Tiziano pintó la Dánae sin dibujarla antes. Todo es pintura: la tela de la derecha con su apariencia de inacabado, los empastes de las nubes y de la lluvia, la despreocupación por un cielo que va quedando oculto por la negrura, la blancura y el oro, la trama de pinceladas de las sábanas, de aparente incongruencia, que conforman las arrugas y pliegues, los trazos amarillentos que salen de la lluvia y que manifiestan la fuerza del encuentro sexual...
Hace un uso muy intencionado del obscuro cromatismo de los cortinajes rojizos, con decoraciones doradas, que enmarcan y contraponen la figura clara de la princesa, iluminada probablemente en algunos puntos con veladuras que dotan a la piel de una luminosidad muy seductora. La negrura casi absoluta que corona la cabeza de la joven contrasta con su piel y la proyecta hacia nosotros. La gama de colores empleados se ha hecho más reducida que en obras anteriores, apreciándose desde este momento cierta tendencia a la economía cromática.
Siguiendo el trabajo de Carreras de 1998, se podría contemplar esta Dánae como una variante más del tema del desnudo recostado. Se ha visto como un desarrollo especial, sensual, del desnudo de Giorgione, que alcanza la supremacía representando la Venus Naturalis.
Pero esta Dánae ya no tiene nada que ver con la celestialidad, aunque es evidente que su apariencia contrapone cierta espiritualidad de Dánae -desnuda, pura de deseo- a la terrenalidad de la sirvienta -vestida y recogiendo el dinero-. Se trata, pues, de un desnudo que nos acerca más a la Nuditas naturalis -humilde- que a la Nuditas criminalis -concupiscente-.
Cathy Santore mantiene que se trata de una manera de pintar a la cortesana contemporánea y juzga a Dánae como el alter ego de la amante urbana de entonces, relativamente prostituida, y califica a la sirvienta de alcahueta, basándose en la posesión de las llaves y en el hecho de querer cobrar la comisión que le corresponde en la transacción. Goltzius la trata de colipoterra en función de la modelo utilizada, pues fué Ángela, la amante del cardenal Alessandro Farnese, la modelo para la primera Dánae, quien posiblemente encargó la obra, aunque también pudo ser cosa de Ottavio Farnese.
Los antecedentes pictóricos los podemos encontrar en la "Leda" de Miguel Ángel y la "Dánae" de Corregio. Alrededor de esta tela existe una anécdota relacionada con la visita de Miguel Ángel al taller del maestro veneciano en el Belvedere; el florentino, hablando sobre la obra de Tiziano dijo que “le gustaba mucho su color y su estilo, pero que era una lástima que en Venecia los pintores no empezaran por dibujar bien y que no emplearan un sistema mejor, más metódico".
El cuadro tenía una utilidad práctica: permitir la contemplación de un desnudo atrevido, que expresa el deseo sexual, bajo una forma artística que excusa la actitud pecaminosa (el cuadro estaba en una sala real de acceso muy restringido a los hombres de mayor confianza del rey). Pero no se trata sólo de un desnudo de tema mítico cargado de alusiones explícitas al deseo sexual y a la mujer que ofrece holgar a cambio de una recompensa, pues según Panofsky existían tres intenciones en Tiziano: Agradar al príncipe, entendido como el comitente, realizar una representación mítica y rivalizar con Miguel Angel.
A partir de aquí, podemos entender que el cuadro responde a la demanda social de un desnudo urbano en un ambiente de burguesía próspera y en el marco de dominio del mercantilismo y de exaltación de los intercambios comerciales, del enriquecimiento y de la vinculación del deseo sexual al poder económico.
Defiende una visión vitalista y fecunda del sexo, por remisión al mito de Dánae, madre de Perseo; la aceptación y manifestación de un dualismo de la existencia, expresado en la contraposición de los dos personajes centrales -Dánae: clara, femenina, rodeada de blanco, nube dorada encima, joven; y la sirvienta: oscura, masculina, rodeada de colores oscuros, bajo una nube negra, vieja..-.
Bien, bien, bien... A mí, me subyuga la mirada de Dánae. Mirada de mujer en el momento del amor... ¿Espera, inquiere, pregunta..?. Quizá nunca sabré la respuesta.....