Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

domingo, 7 de octubre de 2012

Las espeluncas

Cuando uno es joven aprende cosas muy curiosas; como este texto, que tuve que memorizar tal cual lo hice con el Orate frates.., bajo pena de agua. ¡Qué tiempos!.

Las espeluncas que pasteurizan la desamortización del dextrocalio, no argumentan la saponificación de la sinéresis. Aforando subvalveas y exviajados en la leticenia emboica de los hemalios, no palentografiamos el ecubeo de las murtas. Asaz, desconsiderado y ambrósico, el prontuario descabezado de la pronuba no desconceptualiza su vivencial atavismo, sino que desentumecense los silurgos similicandentes que nos venían antiliquizando. Ni luxuarios pírricos ni gamberrongos en contumacia, saponificaron nunca la pintura quiliástica, sino que fueron estas eternas satisfacciones las que desnaturalizaron las Meninas y la Gioconda y desagnotizaron amoniacalmente toda la pintura antipicassiana. ¿Despanzurramiento?, No, prosodia colorista; esto es, colodia prosorista. Ni más ni menos la concatenación exorcista.

lunes, 1 de octubre de 2012

Desde la ventana....

Casas antiguas de Krumau 1914 
Colores opacos y lápiz, sobre papel japonés
32,5 x 48,5 cm 
Albertina, Viena, inv. 31158

El niño se sienta dulcemente en el sillón de mimbre del mirador y deja que su cabeza se incline hasta apoyar la sien en el cristal, donde la piel va dejando su rastro perlado y húmedo. Sus ojos abiertos no parpadean; miran sin ver, pues más que contemplar, sueñan. No tiene amigos, pues estudia en otro lugar y viene a casa de sus abuelos solo durante las vacaciones, donde se sumerge en aromas de la mar y en ambiente espeso de mayores. Así que sus días se reducen al despertar de ruedas de carro sobre la calle, a sirenas de barcos, a mantequilla entre helechos y a olores de tahona de Harino Panadera, mientras lee sin parar viejas novelas de aventuras. Y descansa soñando, apoyada la cabeza en un cristal cualquiera...

¿Y qué sueña?. Lo que mira. Puede ser una niña que cruza la calle o las casas frente a él en las que tropieza su mirada. Le basta. En su mente brota lo que era una vez y nadie sabe si fue, y poco a poco va desgranando cuanta historia necesitamos para sentirnos vivos. Hoy fija sus ojos en las casas ancladas al otro lado de la plaza y que limitan su pequeño mundo. Son su teatro de títeres. Unos colores, gentes adivinadas antes que vistas, miles de objetos, .. Suficiente; el mueve imaginariamente los hilos que dan vida a sus marionetas.

Las casas ocupan casi todo el espacio. El cielo aparece solo a los lados de las dos más altas y aun así, solo son dos retazos tan blanquecinos que parece que nadie los habita. Siente que su teatrillo de marionetas es como una cárcel barata de donde la existencia tiene escasas posibilidades de escapar. Las dos más grandes están en el centro, resaltando su importancia, atrayendo su atención, de manera que las demás pierden contenido y se subordinan a ellas, desapareciendo casi, excepción hecha de las cuatro líneas que definen su existencia.

Se da cuenta de que esas casas apenas esbozadas mediante unas pocas líneas y algunas sombras, le marcan también el camino. La que ve a su derecha también es grande, pero los colores de la vida han huido de ella, y su trazado al bies da profundidad de campo, marcando la diagonal de su alero el centro de la imagen, que se encuentra en el cruce de la medianera de las dos casas mayores con la esquina de la cubierta del pobre edificio que guarda frente a ellas el espacio, sugiriéndonos que allá abajo hay una calleja por donde se mueven pobres diablos.

Hay volumen ante sus ojos. Lo crean tanto ese edificio dispuesto en diagonal y el edificio terroso de diminuto tejado verde, situada en el centro, que con su única ventana posiblemente sea un almacén oscuro, como la acumulación de volúmenes, tejados, ventanas y tendederos, muchos solo esbozados, que conforman la vanguardia de un ejército miserable dispuesto en profundidad. Ante el portón rojo de dicho almacén y también en diagonal, encuentra la vista una casita, esbozada solo en sus muros pero cuyo tejado de marrones manchurrones parece formar una cama con aquel portón como cabecero... Aunque en realidad crean entre ambos otra calleja y refuerzan la sensación de espacio y profundidad.

La composición es brillante. La fuerza del color y la disposición de los volúmenes orientan su atención hacia el ambiente de las dos casas centrales, en mayor medida hacia la de su derecha. Hay equilibrio; como el que sentimos al contemplar la fortaleza del múltiple apoyo interdependiente de semicúpulas que desarrolla Ναός τῆς Ἁγίας τοῦ Θεοῦ Σοφίας (es que el niño es de aquella vieja escuela del latín y griego, que a pesar de exigente, y dicen que dura, no le traumatizó).

Y lo mismo que el templo justinianeo eleva sus minaretes turcos de cigarro al cielo, aquí lo hacen tres chimeneas: una solo delineada, a la izquierda de la mirada, que de tan blanca contrasta con el tono merdolero del tejado desde el que brota, insinuándonos que, aunque nos cueste creerlo, siempre puede elevarse al cielo la pureza sencilla; otra en la casa grande de tejado más oscuro, que quiebra lo tenebroso de su base con la claridad y la manchita verde esperanza de su fábrica; y cerrando el triángulo, en el edificio delineado en diagonal a la derecha, un interesantísimo ejercicio de contraste cromático y obtención de volumen gracias al de su chimenea. Por un lado, su colorido, mezcla de marrón y blanco, la hace resaltar de la construcción sobre la que está, independizándola y proyectándola de forma separada en el espacio; y por otro, dicho colorido combinado con el tono rojo sangre de su tubo alzado, la adelanta al caserón que está más atrás.

Al niño le alcanza la rabia, propia de la soledad, con la que han volcado los colores. Fuerzan la atracción de la mirada, apresan la atención, focalizan el punto de vista. A brochazos, unas veces de aquí para allá y otras de un lado a otro, con descuidado cuidado, contrastando blancas superficies con otras de fuerte y cálida tonalidad, seduciendo a quien contempla, buscando siempre dar sensación de pendiente a los tejados y verticalidad a los muros. El cromatismo del ambiente baila con el espectador, subyuga por su fuerza, que busca trasladar la realidad de la existencia diaria de sus moradores, insinuando más que mostrando, en contraste con esas vidas apenas delineadas o esbozadas, puramente falsas, que interesadamente nos cuentan.

Atraen su mirada las ventanas abiertas, el colorido de la ropa tendida y el tono verde del interior de las viviendas. ¡Hay vida, hay esperanza!. No ve a nadie, pero siente como vibran las personas. Y es que si somos algo, somos Vida. Nos podrán caer encima las diez de últimas y la biblia en verso, pero no perdamos nunca las ganas de vivir, no abandonemos nunca la Esperanza.

Y así, poquito a poco, pasa el niño las horas