Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

viernes, 24 de julio de 2009

Ya falleció, ¿saben?

Creí que no habían pasado tantos días..; busqué el artículo entre los que escribí hace un año, más o menos. Pero no; el tiempo vuela y eran dos, lo que presupuse uno. Contemplé la escena a finales de mayo de 2007 e inmediatamente quise compartirla con ustedes, mis desconocidos viajeros de las palabras.

Vuelvo a estar sentado junto a un velador de la terraza del paseo. El tiempo parece inmóvil. Ella sigue a su lado en silencio, compartiendo tabaco y miradas, entregándole su vida. Él, triste, sonríe, sin ver, cuando un chucho cualquiera le contempla con sus profundos ojos oscuros.

Ella sigue caminando unos pasos delante de su marido, no sea que alguien piense que algún día quiso a aquello. Él sigue, serio, tras su esposa, pensando quizá que nunca fue su mujer.

Ella, arreglada y limpia como siempre, se acerca paseando. Va sola. Su pierna, igual, renqueante. Sus ojos, grandes; su mirada, franca y clara. Alguna vez, hace tiempo, al cruzarnos por la calle, la saludamos brevemente. No se como se llama. Nos ve y se acerca despacio. Y nos habla a trompicones, con la voz algo cascada, mientras comprende el silencio de nuestra sonrisa..

Buenas tardes tengan ustedes. Mi marido, se me murió. No sufrió, pobrecito; ya no sentía la vida. Así que ahora estoy sola. Pero tengo varios hijos; y me vienen a buscar. A veces, uno me lleva a la playa; otro a la montaña. Estoy muy ocupada, si... Bueno, les dejo. Que pasen buena tarde.

Contemplo como se aleja, sencillamente señora, con su bamboleante caminar, la mirada al frente, limpia, el deber cumplido, el corazón sin fuerza, sintiéndose esposa, mujer y amante de aquel que acompañó sus días, el hombre que yo recuerdo anciano y de mente vacía.

Me duele la entrega del amor

viernes, 17 de julio de 2009

El subnormal

Atardece, de nuevo sentado en la terraza del paseo. Un cierzo fresco nos azota de vez en cuando. Como siempre, observo a cuantos se encuentran a mi alrededor o transitan por allí; mi atención se centra en la abuela silenciosa de firme mirada al frente, acompañada por una belleza eslava de rostro de Gioconda. Muy de vez en cuando la abuela dice algo en voz baja y su fiera expresión se transforma; sonríe con ganas y mi gioconda se inclina hacia ella mientras apoya con delicadeza una de sus manos en el brazo de la anciana. ¡Si yo fuese un artista..!.

Los vi llegar. Parecían padre e hijo; el primero, con gafas y grandes entradas en el pelo, aparentaba tener unos cincuenta años, mientras que el segundo mostraba el rostro intemporal de quienes padecen el Síndrome de Down. Tomaron asiento junto al velador de enfrente. El padre pidió una cerveza, el hijo una naranjada.

Tranquilos, contemplaban a los paseantes; de una manera natural comenzaron a charlar. Estaban a gusto; se cogieron de la mano, con fuerza, como compañeros que han ganado una partida, alegres. El hijo aprovechó que el padre miraba distraído a no se donde y cogió su vaso de cerveza; dio un sorbo pequeño, corto. El padre le vio y sonrió, sin decir nada; el hijo le agradeció la calma con otra suave sonrisa, ahita de confianza.

Poco después se acercó un matrimonio a saludarles. Gente conocida, por lo que aprecié. Padre e hijo se pusieron de pie para acoger a los recién llegados. El padre tendió su mano para estrechar la que le ofrecía el hombre; la mujer se acercó al hijo..

Y el subnormal, de nuevo con una sonrisa alegre y suave, se acercó a ella, apoyando en el hombro femenino su cabeza, mientras la abrazaba con una ternura infinita, muy dulce, entregándose confiado...

Si él está por debajo de lo normal..
¿donde estoy yo?