Leí cuando se publicó este artículo de Silvia. No hay palabra alguna que pueda utilizar para calificarlo; sería una necedad por mi parte. Un despropósito. Únicamente se me ocurre relatar otros instantes vividos. No se fijen en mis palabras; no merece la pena. Procuren solo trasladarse en el tiempo y en el espacio, e imaginar ....
Aquellos días celebrábamos la Inmaculada, la Patrona de la Infantería Española. En aquel pueblo del Pirineo hacía frío, mucho y aunque aún no había comenzado el invierno, ya había caído la primera nevada.
La noche del 6 de diciembre dábamos, como todos los años, un baile en la Residencia de Oficiales. No éramos muchos y nuestra importancia institucional era pequeña, así que pudimos organizarlo con cierta intimidad. Después de cenar y en el mismo salón, comenzó la música, normalita; el ambiente alegre, como corresponde a unos años y a un lugar en que no había muchas fiestas.
Yo estaba sin pareja, así que decidí tomarme una copa y disfrutar contemplando. Una sonrisa aquí, una palabra amable allá y con un poco de habilidad consigues aislarte lo suficiente para no terminar la noche con la cabeza caliente y los pies fríos.
Los ví ... Él, un oficial con ciertos años de servicio, aunque no mayor; era gallego y su trato mostraba en todo momento un gran estilo y una cuidada educación. Era muy alto; ella, pequeñita y menuda, había venido esos días para estar junto a su marido, ya que mantenían su hogar en la ciudad como consecuencia de obligaciones familiares. Estaba suavemente bella con su vestido negro.
Acababan de salir a la pista. Despacio, cogidos de la mano, mirándose ocasionalmente la sonrisa. Él se giró hacia ella y con suavidad la cogió por la cintura, rodeando su talle completamente. Y sin detenerse un momento la atrajo, la apretó contra él. Algo la dijo, porque ella levantó su mirada y mantuvo con firmeza la del hombre.
Quedaron mirándose. Él, desde su altura; ella, desde sus brazos. Y casi sin que me diera cuenta, comenzaron su danza ... Aislados, solos, entre la fiesta que los rodeaba. Era un vaivén suave, vibrante, unidos los cuerpos, enlazadas las manos en el aire. Viviendo mecidos en el silencio magnífico de su música.
Y me dí cuenta de que el amor es una danza silenciosa. Dejarse llevar por la música de la vida en brazos de la esperanza. Entregar el futuro, como un regalo que no espera más que la presencia de aquel que inunda tus sueños. Anhelar al otro, hasta perder la respiración. Aunque duela.
Pasaron aquellas Navidades. Aquel hombre elegante, mi jefe, retornó junto a su familia. Y siguió la vida llevándonos por donde ella sabe y nosotros recelamos. Yo seguí conservando, hasta hoy, la sensación profunda de haber contemplado el amor.
Un día cualquiera, no mucho después, hablaba con otro oficial de los que estábamos destinados en aquel pueblecito pirenáico. ¿Recuerdas ..?. "Si hombre, el ...... Mala suerte. Su mujer; un cáncer. Se le ha muerto en unos meses. La enterró la semana pasada".
Hoy, vive en una calle cercana a la mía. Alto, elegante. Silencioso. Está vivo, pasea por la avenida, firme y recto. Mira lejos. ¡Y yo que se!. Posiblemente siga viéndola, inundando sus sueños. Quizá sigue teniendo esperanza de volver a enlazar su talle, con recia finura, y deslizarse por los tiempos con la mujer que ama entre sus brazos.
Aquellos días celebrábamos la Inmaculada, la Patrona de la Infantería Española. En aquel pueblo del Pirineo hacía frío, mucho y aunque aún no había comenzado el invierno, ya había caído la primera nevada.
La noche del 6 de diciembre dábamos, como todos los años, un baile en la Residencia de Oficiales. No éramos muchos y nuestra importancia institucional era pequeña, así que pudimos organizarlo con cierta intimidad. Después de cenar y en el mismo salón, comenzó la música, normalita; el ambiente alegre, como corresponde a unos años y a un lugar en que no había muchas fiestas.
Yo estaba sin pareja, así que decidí tomarme una copa y disfrutar contemplando. Una sonrisa aquí, una palabra amable allá y con un poco de habilidad consigues aislarte lo suficiente para no terminar la noche con la cabeza caliente y los pies fríos.
Los ví ... Él, un oficial con ciertos años de servicio, aunque no mayor; era gallego y su trato mostraba en todo momento un gran estilo y una cuidada educación. Era muy alto; ella, pequeñita y menuda, había venido esos días para estar junto a su marido, ya que mantenían su hogar en la ciudad como consecuencia de obligaciones familiares. Estaba suavemente bella con su vestido negro.
Acababan de salir a la pista. Despacio, cogidos de la mano, mirándose ocasionalmente la sonrisa. Él se giró hacia ella y con suavidad la cogió por la cintura, rodeando su talle completamente. Y sin detenerse un momento la atrajo, la apretó contra él. Algo la dijo, porque ella levantó su mirada y mantuvo con firmeza la del hombre.
Quedaron mirándose. Él, desde su altura; ella, desde sus brazos. Y casi sin que me diera cuenta, comenzaron su danza ... Aislados, solos, entre la fiesta que los rodeaba. Era un vaivén suave, vibrante, unidos los cuerpos, enlazadas las manos en el aire. Viviendo mecidos en el silencio magnífico de su música.
Y me dí cuenta de que el amor es una danza silenciosa. Dejarse llevar por la música de la vida en brazos de la esperanza. Entregar el futuro, como un regalo que no espera más que la presencia de aquel que inunda tus sueños. Anhelar al otro, hasta perder la respiración. Aunque duela.
Pasaron aquellas Navidades. Aquel hombre elegante, mi jefe, retornó junto a su familia. Y siguió la vida llevándonos por donde ella sabe y nosotros recelamos. Yo seguí conservando, hasta hoy, la sensación profunda de haber contemplado el amor.
Un día cualquiera, no mucho después, hablaba con otro oficial de los que estábamos destinados en aquel pueblecito pirenáico. ¿Recuerdas ..?. "Si hombre, el ...... Mala suerte. Su mujer; un cáncer. Se le ha muerto en unos meses. La enterró la semana pasada".
Hoy, vive en una calle cercana a la mía. Alto, elegante. Silencioso. Está vivo, pasea por la avenida, firme y recto. Mira lejos. ¡Y yo que se!. Posiblemente siga viéndola, inundando sus sueños. Quizá sigue teniendo esperanza de volver a enlazar su talle, con recia finura, y deslizarse por los tiempos con la mujer que ama entre sus brazos.