Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

domingo, 10 de julio de 2011

Lola

Repito hasta la saciedad que en pintura, y más en un retrato, pueden lograrse varios niveles expresivos. Hasta que punto existe fidelidad entre la imagen del cuadro y la realidad física; si recoge y traslada al espectador con claridad el ambiente; y el que solo alcanzan los maestros, pintar el pensamiento en el caso de los retratos, el espíritu de la persona que posa ante la paleta del artista.

De lo primero podemos poner como ejemplo hoy en día a Antonio López, de quien publiqué un artículo sobre el cuadro que pintó a su hija Carmen. Aunque no sea un retrato, no me resisto a recordar el biombo de Hasegawa Tōhaku, catalogado como Tesoro Nacional del Japón, sobre el que escribí este artículo y que nos traslada maravillosamente un ambiente físico. Y sobre el entorno social y el interior del individuo, creo que nada como recordar la intensa mirada y los ropajes del Inocencio X de Velázquez..

Pero creo que hay un matiz más... Si, es cierto que está implícito en los tres que ya hemos citado, pero en ocasiones puede individualizarse, como cuando se produce un feedback entre el alma del retratado y la del artista, de manera que lo que sentimos contemplando la obra no son solo aquellos niveles expresivos, sino las emociones que se crean en el ánimo del pintor según va sintiendo a quien retrata.

Creo que ya les he ambientado demasiado.. Contemplemos a María Dolores de Aldama y Alfonso, marquesa de Montelo. Incluyo una imagen que bastará a muchos, pero aquellos que quieran contemplar el cuadro con el máximo detalle pueden hacer clic sobre el enlace del Museo Nacional del Prado que aparece debajo de la imagen y se abrirá la ficha de la obra de la Galería on line del Museo, donde ampliándola podrán contemplarla con minuciosidad.

María Dolores de Aldama y Alfonso, Marquesa de Montelo
Federico de Madrazo y Kuntz
Museo Nacional del Prado

La composición es sencilla. Ella se abre como una flor al sol desde su cintura, como hacen las mujeres hondas. El encaje de su falda termina esparciéndose por la base del cuadro y crece hacia los hombros dibujando el escote una puntilla blanca, como si sobre su piel rompiese una ola pequeña. Obtiene profundidad mediante tres planos sucesivos: la propia doña María Dolores -que dicho sea de paso iba repretá a más no poder y no se como respiraría-, una mesa algo más atrás y una cortina al fondo sobre el entelado de la pared. Colabora también a ello el volumen de la otomana sobre cuyo cabecero apoya el brazo.

Los brazos.. La pintura, la escultura, .., son representaciones estáticas de la realidad. El artista tiene que recurrir a su oficio y el espectador a su capacidad de sentir, a su imaginación, para que en sus mentes se genere movimiento, se aligeren las pinceladas y eche a volar lo que uno pinta y el otro contempla. Deténganse en los brazos, en el izquierdo que cuelga a lo largo de la falda sin que ella parezca ser capaz de sostenerlo..; ¿no sienten cómo pesa, cómo se desploma?. Y el derecho .., ¿no perciben que el cuerpo se inclina a ese lado y doña María Dolores no se cae gracias a que se equilibra al reposar sobre su antebrazo?.

Les recomiendo algo... No puedo resistir su atractivo. Amplíen la imagen hasta que aprecien la pincelada.. Movimiento.. ¡Qué toques!. Oscila el pincel sobre la tela de un lado a otro, se posa tras breves vuelos dejando pequeños rastros, balanceándose prendido de la muñeca, impulsado suavemente desde el hombro, con soltura, con dominio, con placer...

Atiendan al empleo de la luz. El cuadro es más oscuro en la realidad y a primera vista que en la imagen que aparece sobre estas líneas. Predomina el negro del vestido, pero está lleno de luz. Madrazo aumenta la luminosidad recurriendo al contraste; como en la vida, podemos entender la felicidad tras catar la dureza y la tristeza de la existencia. Cuanto más oscura resulte la masa del vestido, más luminosa resulta la piel desnuda, ayudada imperceptiblemente por una delicada tira de blanco encaje. Y así logra, además, centrar nuestra atención sobre ella, difuminando ante nuestros ojos el resto del cuadro, pues según va trasladando la mujer al lienzo más necesidad siente de contarnos como la siente palpitar. Y no hay buen comienzo sin mejor final.

Añade unos toques de color, de vida.. Unas joyas, unas flores, un joyero, el grana de la otomana y de la mesa, los reflejos luminosos del forro de la piel, y de la tela de la pared y de la cortina, que nos sitúan el ambiente social al que pertenece y en el que se desenvuelve la marquesa .. Hasta un simple anillo de casada en su dedo refuerza la palidez de la piel. Y todo nos lleva de la mano del artista a sumergirnos en la mirada de la mujer y en la dejadez de su cuerpo..

María Dolores.. ¿Por qué me miras así?. En lugar de descubrir quien eres en realidad para pintarte, me estás desnudando. ¿Por que me atrapa tu mirada, mientras la leve sonrisa de tus labios hace que sienta que no puedo ocultarte lo que pienso?. ¿Qué has vivido que te ha hecho perder el interés?; ¿donde nace el cansancio de tu alma, que agota el cuerpo y que te obliga a dejar caer un brazo, como si no fueses capaz de sostenerlo, y apoyar el otro para no perder el equilibrio?.

Tus ojos.. Me taladran. No puedo despegar de ellos los míos. Tu mirada.. Me da lo mismo el Arte. La mirada de la mujer. Su alma. Me embriagas. Siento que eres agua marina, que tu marea va envolviéndome. Que a través de tus ojos contemplo el fondo rizado y dorado, delicadamente verdoso, de tu hondura. La fuerza del alma, irradia tu espíritu...

Toda mi vida ha sido, es y será una mirada de mujer