Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

viernes, 2 de mayo de 2008

Medita...

(derecha)

Shōrin-zu byōbu -Pinos entre la niebla-

Biombo - 156,8 x 356 cada lado - Total seis paneles
Periodo Momoyama - c. 1600 -Museo Nacional de Tokyo - Tesoro Nacional del Japón

Tōhaku Hasegawa(izquierda)


nanigo no
owashimasu kawa
shiranedomo
katajikenasa ni
namida kobururu


¿Que divinidad se venera aquí?
No lo se.
Solo mi corazón desborda en lágrimas de profundo agradecimiento
Saigyô (1118 - 1190)

La pintura está realizada en tinta -sumi- sobre papel de arroz –washi-. Evoca la niebla entre los árboles y la brisa que los acaricia, mediante un dibujo caligráfico –perfectamente definido-, de fusión delicadísima, y un estilo sencillo. Si alguna pintura ha capturado el sonido del silencio ha sido esta, considerada una de las de mayor nivel de la pintura japonesa. Esencia, núcleo del ser, corazón de la mirada.

Entrego a la niebla mi mirada.. La niebla me abraza despacio, con tierna delicadeza; me pide que desnude mi alma, que me desprenda de mi mismo y que conserve solo el corazón. Me embriaga.. No veo, pero siento la vida, envuelta como yo en el abrazo del amor.. Solicita mi fe, confianza en aquello que desconozco, en el vacío de mis ojos. Torpe mirada ciega..
Humildad. Mi ignorancia no es certeza de la inexistencia, solo prueba de mi pequeñez. Siento.., sin palpar; la vida late y formo parte del Todo. Cierro los ojos... Aspiro el aire que acaricia el rocío. La brisa susurra entre las quimas los nombres de mi amor, caricias y roces que me apresan suavemente. Amo.
Vacío.. Existo en el Todo.. Abandona la razón, siente el corazón.

Kiyoku, mazushiku, utsukushiku ikuru
Vivir con un corazón limpio, austero y hermoso

Cuando se toma una cosa
todo el Universo va con ella.
Una flor es la primavera
y una hoja de arce caída, es el otoño


Una mota de polvo
contiene la tierra entera.
Cuando una flor se abre
el mundo entero nace.

Resulta extraordinario tratar con acierto la manera en que otra cultura se expresa. En la mayoría de las ocasiones nuestra percepción no se origina tanto en lo que la obra de arte quiere trasladar al espectador como en lo que las normas de la cultura de este interpretan. A pesar de esto, el Arte permite comprender la sensibilidad y la cosmovisión de otras culturas. Como todas las artes de las culturas asiáticas, los fundamentos de la estética japonesa descansan sobre la comunión con esferas sutiles, con nuestra percepción espiritual.

Cuando contemplamos una obra de arte japonés, resulta evidente la proximidad entre la creación artística y una profunda intuición filosófica de la realidad; el zen, rama del budismo iniciada por Bodhidharma (o Daruma en el Japón), impregnó vigorosamente la cultura japonesa y sus diversas expresiones artísticas, como la pintura, la poesía, la arquitectura, la jardinería o la célebre ceremonia del té.

El zen, el perfil místico del budismo, vincula su ideal de realización humana con la experiencia de lo real a través de su “nervadura” más profunda, entendida como algo subyacente, inasible e infinito vacío de nuestro conocimiento del que misteriosamente procede la multiplicidad de las cosas.

Lo vacío es la fuente primaria del sentido, de la plenitud, la belleza y la expansión vital. El arte japonés, mediante la apelación a la espontaneidad creadora, la economía de formas, la percepción íntima de la naturaleza y la elaboración de formas irregulares o asimétricas, pretendió expresar la experiencia vivificante del vacío creador.

El artista japonés descuida la apariencia de la cosas, su forma exterior, para llegar a la verdad; su pincel dibuja una forma siguiendo unos trazos convencionales, pero la idea esencial se trasluce a través de una pintura, más abstracta en tanto en cuanto más pura, donde el objeto sólo es utilizado como un símbolo, como por ejemplo, el bambú, la roca, la cascada.

La simplicidad domina la estética japonesa. La pobreza de los medios y de la materia, el “wabi” japonés, caracteriza el Arte de este país. Wabi (佗 con significado de quietud o refinamiento), lo sobrio, o gusto sometido "se caracteriza por la humildad, moderación, simplicidad, naturalidad, profundidad, imperfección;  por objetos y arquitectura simples, sin adornos, enfatizadamente asimétricos; y por el placer que proporciona la suave belleza que el tiempo y el cuidado imparten a los materiales". (Introducción: Chanoyu, el Arte del Té, en la página Urasenke). El elemento ornamental desaparece, las líneas se simplifican, el artista persigue ante todo las formas naturales -una vieja cepa torcida, una simple piedra de extraño aspecto, una flor silvestre...,- precisamente porque su mirada ha sabido captar la belleza del objeto en sí mismo, su riqueza en evocaciones estéticas.

Así, el arte japonés de inspiración zen es austero. El espectador se siente impresionado ante la elegante simplicidad de sus cerámicas, estatuas, pinturas, de las artes menores, y descubre una distinción natural, una finura instintiva, un gusto infalible. El arte japonés es aristocrático, es decir, no fácil, no relajado, no descuidado.

Otro elemento importante de la estética japonesa es la importancia del vacío, de la soledad, “sabi”, alrededor del objeto representado, eludiendo la gravedad y pesadez del espacio que lo rodea. Las pinturas zen son notables desde este punto de vista; tres cuartas partes del cuadro están vacías y, sin embargo, el conjunto resulta de una gran riqueza evocadora.

El artista ha sabido disponer su objeto (rama de árbol, pájaro, pico de una montaña, orilla del mar) y rodearlo de nada, en una soledad pictórica absoluta; también se puede considerar que esta soledad habla, es vacío que se impone y nos atrae, una nada que es a la vez un todo.

El arte abstracto occidental utiliza también el vacío, pero, a menudo, sorprende comprobar lo evidente que resulta el esfuerzo de abstracción, el intento de conseguir este efecto, mientras que el arte oriental es de una espontaneidad extraordinaria, de una riqueza sugestiva que muy a menudo falta en la artificial y complicada obra europea.

La razón está en el valor religioso que impone el “sinto” al objeto, en su sacralización estética, que hace aparecer su luz interior tras un detalle insignificante o la aparente vulgaridad material. Esta luz es la razón de ser del choque estético.

Esta vulgaridad, esta familiaridad del objeto, el “shibu”, es visible en la apariencia inacabada de la obra de arte; la trivialidad externa atrae al artista japonés porque es la prueba de que el objeto está vivo, es rico en posibilidades, brilla por la presencia de los “kami”.

La escoba de la cocina, el cazo, el vaso de agua, el bastón de un viejo campesino han desempeñado un importante papel en el arte y eso sin ningún esfuerzo para situar esos objetos en el cuadro; la escoba está allí, en un rincón del monasterio, como en la realidad, y sin embargo interviene en el diálogo zen. Hay un sentido de lo inacabado que subraya la asimetría de los rasgos; la estética japonesa no ha esperado al arte occidental para comprender el valor de esta técnica. La simplicidad, auténtica y profunda, consecuencia de su sentido zen, convierte al Arte en un camino de percepción inapreciable por los sentidos.

La consecuencia es que la Belleza es un valor interior, más allá de la forma y por lo tanto de la apariencia, que nace de su expresividad.

Desde el zen, el arte ha evitado conscientemente la expresión simétrica, no sólo en lo referido al conjunto final de la obra sino, incluso, a la simple repetición de sus motivos, ya que se ha considerado la uniformidad en el diseño como algo fatal para la frescura imaginativa.

Las formas en el arte japonés de inspiración zen propician que se complete lo incompleto y asimétrico mediante una respuesta activa de la mente. Lo simple expresa una fuerza de sentido inacabado; es el pequeño resplandor de una realidad total, luminiscente imán que despierta el asombro del ojo atento, que se esfuerza por devolver a lo pequeño su grandeza.

El hombre occidental, encerrado en su lenguaje, en sus teorías y símbolos, pierde el contacto directo con el ritmo precioso y radiante de cada forma natural, de modo que la falta de atención de su mente hacia lo extraño a él mismo, a su pequeño mundo, a sus tediosas costumbres, ya que le gusta más imponer y ordenar que recibir, hace que la naturaleza puede languidecer y adquirir la palidez de las sombras.

La carencia de inquietudes mentales hacia lo que no es propio, útil y no puede controlarse (acaso la realidad normal en Occidente) impide reparar en la proximidad de un vacío creador, en un ritmo universal, o en las fuerzas invisibles que envuelven las cosas. Mediante el sencillo y pequeño resplandor de sus objetos, la naturaleza es movimiento hacia la proximidad de lo infinito, disfrazado por las pequeñas joyas de las cosas simples.

El Arte pretende recrear la actitud de un alma que acaba de despertar, que se demora aún entre brumosos sueños del pasado y que, sumida en la dulce inconsciencia de una mórbida luz espiritual, añora la libertad que yace más allá, en el espacio, y la fugacidad, la fragilidad, la levedad, y el aparente abandono que la acompañan. Lo eterno solo se halla en el espíritu, que encarnado en simples elementos los embellece con el sutil resplandor de su refinamiento.

El concepto zen de la perfección, debido a la naturaleza dinámica de su filosofía, considera más importante el proceso por el que se busca la perfección que esta misma. La verdadera belleza puede ser descubierta sólo por aquel que completa mentalmente lo incompleto. El vigor de la vida y el arte consiste en sus posibilidades de crecimiento.

No se si habré conseguido con estas pinceladas que los lectores que me soportan se aproximen un poquito al arte japonés. Por si acaso, indico a continuación la bibliografía básica que he utilizado y que pudiera interesar a quien quiera conocer algo más sobre lo tratado.

Bibliografía:
“Religión y espiritualidad en la sociedad japonesa contemporánea”, de Federico Lanzaco Salafranca
“El zen y la cultura japonesa”, de Suzuki Daisetz-Teitaro
“El libro del té”, de Okakuro Kakuzo
“El arte japonés”, de Jean Roger Riviere

6 comentarios:

Anónimo dijo...

La infinitud del ser puede ser nada o todo. El vacío o el lleno. Lo cerrado y lo abierto son lo mismo en la esfera. La Forma en sí misma encierra la Belleza. Pero solo porque la única belleza existe en el mundo inaprensible de la forma, de esa forma que es el verdadero ser de la cosa, pero que se esconde tras la apariencia de la cosa, que se oculta a los ojos del común sentido. Sólo se muestra completa a aquellos que se han despojado de los velos de la apariencia y han aprendido a ver. Por eso la belleza suprasensible sólo está al alcance de la mirada del que conoce. Y conoce más allá de la razón. El arte es solamente una vía. La belleza un estado natural del ser, cuando es en sí mismo, sin nada más. El conocimiento de la verdad está ahí mismo, tras la más pequeña de las acciones cotidianas y tras la más humilde de las formas. Y la ignorancia del vulgo se queda siempre en la mirada confusa de la apariencia. En la niebla difusa de los más altos montes las ninfas dejan oír su voz... Se esconden a los mortales, pero algunos pueden reconocer su música, el sonido de su danza cuando se mueven. Y Pan tocándo la flauta deja oír el misterioso sonido primigenio del silencio.

Anónimo dijo...

Es un biombo… ahora creo entender. Una estructura sutil y movible que separa espacios, a través de la cual se vislumbra un infinito vacío transparente. La distancia, la lejanía es otra, no es ausencia, es presencia que se muestra. Es un biombo, en nuestra mentalidad, solemos levantar tabiques sobre los que colgar la intuición vital acorazada de palabras que no alcanzan a conciliar pasión y serenidad como envoltura.
Es tan sugerente, que cuanto más lo contemplo, más magnetismo encuentro hacia ese todo como experiencia. El aire extraño nos libera del tiempo, su calidez sensorial despierta una pulsión viva que recorre el paisaje, la sugestión de la niebla que nos despierta de un sueño impregnado en los jirones de bruma que se disipan, el perfil de una cima, el respirar balanceado de los árboles, el vacío espacio de las cosas evoca la realidad profunda e inefable como una música sensitiva que flota en esa corriente armoniosa, que sin embargo es vacío… rumor silencioso.
No me extraña que forme parte del tesoro nacional, pero a mí me hechiza, más allá de su condición de tesoro, la grandeza que expresa con lo simple del acontecimiento, como las palabras no alcanzan a rozar su calidad sensorial.

currinche dijo...

Kalía , a qué esperas ? lúcete venga..

Luis Aifer dijo...

Si conseguimos liberarnos de las ataduras con que nos apresa la costumbre, si conseguimos ver mas alla de lo que se nos presenta como real, si levantamos de nuestros ojos el velo que nos han puesto delante y sobre el que proyectan las imagenes reales que estan al otro lado, viviremos la realidad pura. Si conseguimos abandonar el confortable ego alcanzaremos el Yo superior inafectado e imperturbable.

Luis Aifer dijo...

No os preocupeis. No lo busqueis. Sois mucho mas divertidos arrebatados por vuestras mortales emociones.

Unknown dijo...

¿Qué es más sabio imaginar o aparecer? Lo que se oculta sin manifestarse esconde más verdad que el detalle minucioso de lo que parece ser. Por eso el biombo transparenta en sombras lo que desconocemos.
Y sí, todo está en todo. Por eso la mota de arena contiene dentro de sí toda la tierra del universo. Y al universo entero. Sólo debemos abrir la mirada.