Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

jueves, 16 de junio de 2011

Sostiene Lisboa..

Sostiene que soy infiel por naturaleza. Quien sabe... Más bien creo que soy un solitario; simplemente eso, alguien que gusta de vivir hacia adentro y que contempla a sus semejantes con escepticismo, de modo que se mantiene alejado, deseando estar a su lado; quizás pretendo demasiado, puede que sean siempre mis rarezas, ya que acabo por volver a mí. Lo he podido comprobar en Lisboa, ciudad antigua y señorial, donde la gente no se irrita y las casas se visten de azulejos, para luego dejar que se vayan desvistiendo despacio y descubran, a la vez, su esplendor y su miseria.


Sostiene que me inclino por Alfama. Y quien no.. Es una pura cuesta hecha recoveco, humilde en sus gentes de la parte baja, según subes de la Baixa, y que me regala todo aquello que impregnaba mi niñez, desde la ropa tendida a la calle y los colores de las casas, hasta el aroma perfumado de las sardinas asadas, que tiñen de cálidos colores mis añoranzas.


Así que a poco de llegar me perdí en la noche de una travesía cualquiera, sin saber bien a donde me conducía tanta escalinata, pero guiándome por las estrellas, por el fado que llegaba de algún sitio y por el olfato. Caminos de soledad, rutas de saudade .... ¿A qué apoyarme en quien se fue y nunca volverá?. Recurro pues a lo que tengo, por patrimonio mi memoria, por capital mis recuerdos...


Sostiene que de tan absorto, caminante de mis sueños, me dan las tantas y termino contemplando la mañana desde un mirador cualquiera. Allá abajo la Plaza del Comercio, más lejos el puente 25 de abril y a los pies de Alfama, por ese lado, la Baixa. Y ya puestos desciendo hacia la mar, que es en este caso de Palha y rio Universal ...


Sostiene que la mar hace sentir lo mismo a las personas, sean de donde sean. Permite que nuestra mirada se pierda más allá de toda realidad, en el espacio donde solo existe la imaginación. Puede que por eso los lisboetas situasen al cabo de la rampa que desciende al Estuario, en el centro de la plaza del Comercio, dos columnas... Recuerdo Venecia, la Piazzetta... Quien se atreva, sabiendo el misterio, a desafiarlo y pase entre ambas columnas, nunca tornará a puerto. Retar al destino es peligroso.


Sostiene que camino despacio y que más que ir a algún sitio, es un lugar el que me llama. Sin saber bien como, entro en la plaza del Rossio, o de don Pedro IV que tanto da, y cuando levanto la vista distingo la terraza del café Nicola. Sonrío.. El café donde una portuguesa se decidió a entrar por primera vez en un mundo de hombres. Me aposento en su terraza, dispuesto a que mi mirada se derrame sobre cuanto personaje se ponga a tiro y pido una bica; el pingado siempre me pareció un quiero y no puedo, tanto aquí como allí.


A la atardecida me dejaré caer por Fabulas, en Garrett 19, para comenzar a perderme en la nebulosa.. Aunque antes acudiré a Chineza, que hay que reponer fuerzas y un golosito como yo no pierde nunca comba. Iré a que me corten el pelo, que me gusta que me soben y magreen en la forma que sea, y una buena peluquería, de esas de toda la vida, en la que te dan masaje y te preparan con paños fríos y calientes, vale su peso en oro.


La peluquería está frente A Brasileira, en el Chiado, y era el café de Pessoa, en cuyo honor mantienen donde solía sentarse un velador junto con su estatua; a su alrededor revolotean cual mariposas junto a la luz los turistas, que nunca viajeros, atentos a sacarse fotos y vídeos sentados al lado del escritor, mientras los lisboetas pasan sin mirar. ¡Vida cansada la del turista, que no paladea la existencia del lugar donde está y reduce casi todo a sus imágenes cuando ya se ha ido!.


Descendiendo del Chiado hacia la Baixa paso junto a alguna tienda de buen ver, que aprovecha los arcos formeros externos de cimentación de la iglesia del convento del Carmo. Para todo hay que tener estilo, hasta para vender riqueza, lo que contrasta con la exhibición "ostentórea", que dijo aquel, del rojo colorido de cierta entidad financiera española omnipresente aquí.

Dejo solitaria como siempre la plaza del Comercio, reposo de José I, lugar de paso donde los haya y como todos, sin existencia que la fecunde verdaderamente. Entro por la rua del Arsenal y paso cerca del tranvía, recordando lo complicado que es aquí sacar sus pases de 24 horas, que les digan lo que les digan se consiguen en las taquillas del metro. Ni estancos, ni quioscos, ni porras.. Aunque bien mirado, atendiendo a lo que cuesta una carrera en un taxi... Madrid 30 y aquí 9 para lo mismo.


Vuelta a Alfama, que ya anochece. Sostiene que no hay mejor manera que tomar el 28 e ir subiendo hasta la altura del mirador de Santa Luzia y ya en él dejarte ir, rodeado de parejas que se arrullan con promesas a través de sus miradas. Acodado en su barandilla, dejo que naveguen mis sueños.. Muy cerca, junto a Norberto de Araujo y el Museo de Artes Decorativas, encontrarán terrazas variadas y hasta parranda; tengan cuidado con los asadores en la calle, que el olor es bueno, pero trabajan con llama y no con brasa cuasi apagada, y lo que sale parece venir resequío de las calderas de Pedro Botero.




Los olores, de tan plenamente táctiles, me arrastran. Se almuerza y come -que lo de cenar, para un viejo caballero, no deja de ser extranjerismo- algo antes que en España, por lo que el viajero debe estar atento, no sea que que se quede a verlas venir si llega tarde a Portugal. En Alfama hay demasiado turismo y eso es siempre veneno para la comida. Busquen y prueben, arriesguense, que quien quiere peces tiene que mojarse el culo. Y puede que mientras se zampan unos quesos verdaderamente buenos, un bacalao guisado con ellos o un pulpo con tomate y arroz -¡por favor, no se hagan los graciosos con el polvo, qué resultarán patéticos!-, acompañados de unas excelentes patatas, les canten un fado en una callejuela cualquiera...


Sostiene que hay que plantarse en Belem y desde su torre contemplar la fuerza de la naturaleza, pues antes del terremoto del XVIII aquella estaba situada en el centro del río y hoy descansa en una de sus orillas. Y no es el asunto cosa baladí, que a poco desemboca el Tajo en el Atlántico y la anchura no es precisamente poca.. Es buen ejercicio mirar por avante y comparar lo que dejamos por la popa, que este es país de marinos y hay que disfrutar de sus palabras, así que no olvidemos que, en comparación con la desembocadura, al Estuario hasta lo cruza el puente de Vasco de Gama..




Habrá que regresar. Sostiene que para alojarse en Lisboa, en Alfama, es buen consejo hacerlo en el Solar dos Mouros, justo bajo el Castillo de San Jorge. La cosa no es fácil, pues entramos en territorio Michelín, solo tiene trece habitaciones y ningún ascensor; si a eso unimos que preferirán contemplar el Estuario a sus anchas nos queda una en el tercer piso, otra en el cuarto y otra en el quinto de la fachada al mar de un viejo palacete lisboeta que luce un bonito color rosa..


Todo él está dedicado al Arte, en concreto a la pintura de las Vanguardias. Los cuadros, auténticos, llenan sus paredes, tanto en el hall como en las habitaciones, que disponen además de una pequeña biblioteca sobre Arte Actual, nutrida tanto de libros como de revistas. Sostiene que no hay nada mejor que mostrar mi habitación, así que estaré encantado de disfrutar de su compañía ..



Solo me queda aconsejarles que hagan como yo y acudan a Lisboa cuando celebra a mediados de junio sus fiestas. Y es que San Antonio de Padua era lisboeta y se llamaba Fernando, pero ya entonces la cosa debía ser como hoy lo del fútbol. Tiene su iglesia junto a la catedral y es venerado por sus paisanos mediante guirnaldas que cruzan las calles de Alfama y unos pequeños altares que ponen en las ventanas de las casas...


Sostiene que me gustan los portugueses...