La puerta esté enrejada y cerrada con llave. Nos abren y entramos en el hall. Demoledor. Recuerdo inmediatamente los módulos de El Dueso, los corredores, el olor, la penumbra. En el centro, el mostrador y el celador. En los corredores, entre sombras, ancianos sentados miran al suelo con fijeza, perdida la mente en solo Dios sabe donde. Visten jerseys finos, camisas abotonadas al cuello y pantalones anchos ceñidos al sobaco, cintos de cuero, vestidos estampados de tonos grisáceos, chaquetas de punto con pelotillas, zapatillas peludas. Alguno arrastra los pies en busca de un retrete al que nadie sabe si llegará. Dirijo la mirada a los corredores, a las salas.. Viejos, viejos; olor a meaos, poca luz, toses, .... Y según avanzo, miradas que se alzan implorando la casualidad de un encuentro conocido, sea cual sea.
Recuerdo cuando abrí aquella mirilla.. Acababa de entrar en la celda de Sanjurjo y quise comprobar que todas eran similares. Deslicé la tapa de madera de la mirilla y contemplé a través del agujero cuatro paredes desnudas, un catre y un cuerpo acurrucado. Esta tarde -siempre necesité saber- camino y miro. Carnes sin músculo, pieles transparentemente pálidas, cuerpos sin tapar, llagas entre vendas. Soledad. Silencio. Penumbra. Olor a urea.
Me siento a esperar en un pasillo solitario. "Atención, atención, todos los residentes vayan al comedor". Y en un instante se abren puertas y una procesión de viejos se deslizan hambrientos en pos de la leche con galletas. Pasan dos abuelos a mi lado; uno, sordo, pega unos alaridos que aplastan y le sigue otro, cual personaje de Makinavaja, con la cabeza como una bola de billar, la boca hundida y sin dientes, sonriendo constantemente mientras camina debajo de un andador.
Me levanto. Analizo el plano de rutas de evacuación que cuelga en la pared. Descubro que en la misma planta hay un oratorio. Voy ... Abro la puerta. Sillas de escay, una cruz sobre una mesa. Y una abuela de pelo blanco y rostro noble levanta la mirada hacia mí. Dolor, tristeza y Esperanza.
Recuerdo cuando abrí aquella mirilla.. Acababa de entrar en la celda de Sanjurjo y quise comprobar que todas eran similares. Deslicé la tapa de madera de la mirilla y contemplé a través del agujero cuatro paredes desnudas, un catre y un cuerpo acurrucado. Esta tarde -siempre necesité saber- camino y miro. Carnes sin músculo, pieles transparentemente pálidas, cuerpos sin tapar, llagas entre vendas. Soledad. Silencio. Penumbra. Olor a urea.
Me siento a esperar en un pasillo solitario. "Atención, atención, todos los residentes vayan al comedor". Y en un instante se abren puertas y una procesión de viejos se deslizan hambrientos en pos de la leche con galletas. Pasan dos abuelos a mi lado; uno, sordo, pega unos alaridos que aplastan y le sigue otro, cual personaje de Makinavaja, con la cabeza como una bola de billar, la boca hundida y sin dientes, sonriendo constantemente mientras camina debajo de un andador.
Me levanto. Analizo el plano de rutas de evacuación que cuelga en la pared. Descubro que en la misma planta hay un oratorio. Voy ... Abro la puerta. Sillas de escay, una cruz sobre una mesa. Y una abuela de pelo blanco y rostro noble levanta la mirada hacia mí. Dolor, tristeza y Esperanza.