"Mi pintura no nace en el caballete. Casi nunca, antes de comenzar a pintar, se me ocurre extender la tela sobre el bastidor. Prefiero colgarla de la pared o dejarla sobre el suelo, porque necesito la resistencia de una superficie dura. Sobre el suelo me siento más a gusto, más cerca, más parte del cuadro; puedo caminar en torno suyo, trabajar por cuatro lados distintos, estar literálmente dentro del cuadro. Es un poco el método usado por ciertos indios del oeste que pintan con la arena.
Cuando estoy dentro de mi cuadro no me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Sólo después de cierto periodo, empeñado, digámoslo así, en "trabar conocimiento", consigo ver que dirección he tomado. Y no tengo miedo de hacer cambios, ní siquiera de destruir la imagen, porque sé que el cuadro tiene una vida propia y no trato de suplantarla. Sólamente cuando pierdo contacto con la tela el resultado es un desastre. De otro modo se establece un estado de pura armonía, de espontánea reciprocidad, y la obra sale bien".
Cuando estoy dentro de mi cuadro no me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Sólo después de cierto periodo, empeñado, digámoslo así, en "trabar conocimiento", consigo ver que dirección he tomado. Y no tengo miedo de hacer cambios, ní siquiera de destruir la imagen, porque sé que el cuadro tiene una vida propia y no trato de suplantarla. Sólamente cuando pierdo contacto con la tela el resultado es un desastre. De otro modo se establece un estado de pura armonía, de espontánea reciprocidad, y la obra sale bien".
The New American Painting (págs. 66 - 67)
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