Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

jueves, 5 de mayo de 2005

El precio de un bocado

Al poco tiempo de casarme, en Madrid, comencé a estudiar Economía. Siempre he disfrutado con su estudio, aunque, como en el caso del Derecho, hay momentos en los que dudo de su existencia.
De mis dudas jurídicas creo que tienen la culpa los políticos, que han impregnado con su baba Instituciones que deben quedar al margen de la lucha partidista.
Creo que fué en la primera clase de Teoría Económica cuando el profesor estableció que "Economía es lo que hacen los economistas". Y esta tautología no he conseguido mejorarla.
Los economistas tienen una costumbre perversa: Quieren comer durante todos y cada uno de los días de su vida.. ¡y hasta dar de comer a sus hijos!. El dinero que necesitan para satisfacer sus apetitos lo obtienen adivinando el futuro.. del dinero de los demás.
Así que un economista es un zahorí. Y claro, también es un "ingeniero comercial" -según la rimbombante terminología actual-, pues, como necesita un comprador para sus predicciones, diseña y construye un.., un..., ¿castillo en el aire?, brillante, ¡muy brillante!, al que, como flota en el aire, acaba por llevárselo el viento.... De ahí mis dudas.
Como siempre he sido un incordio, me puse desde el primer momento a pensar sobre los grandes problemas económicos. Para empezar, hice una prospección del mercado; con esa elegancia natural, tan característica en mí, me presenté en el concesionario madrileño de Rolls-Royce y solicité que me enseñasen un "Corniche"; creo recordar que hasta dí un paseo. Nada del otro mundo. Estábamos "hechos el uno para el otro"....
Más relajado, pensé que el precio de un RR no es un buen índice económico que me permitiese establecer la solvencia de un individuo. Por sí eran capaces de darme alguna idea, invité a tomar café en casa a unos compañeros -tan recién casados como yo-.
Uno de ellos me comentó que dudaba en aceptar mi invitación; estábamos a final del mes y sólo tenía dinero para comprar un pollo y poder comer al día siguiente. El problema surgía de que le quedaba poquísima gasolina en el depósito del coche y sí repostaba, para poder llegar a mi casa, se quedaban sin pollo...
¡Pero éramos gente fina y llena de recursos!. Aprovechando que vivíamos al norte de la capital y que desde su casa a la mía la carretera descendía, paró el motor en todos y cada uno de los tramos cuesta abajo, dejándose ir "a tumba abierta" y sorteando cualquier coche, camión o moto que le exigiese frenar...
En aquella reunión concluimos que la salud económica de unos recién casados es indiréctamente proporcional al tamaño del problema que les crea una invitación sorpresa al final del mes, días antes de cobrar su salario.
Para no liarlo tanto, utilizar el enlace del final y entraréis en la página de "The Economist" que publica el índice "Big Mac", que es un buen sistema para comparar el coste de la vida en diferentes sitios.

2 comentarios:

it dijo...

El otro día leí una cita divertida (siento no ser literal y no poder decir el autor), decía algo parecido a ésto: Los economistas son los profetas del pasado.

Cínica y sarcástica, como debe ser una buena cita.... y ésta podría -por el tono- atribuírsela a la querida y viperina Dorothy Parker.

Saf ;-))

Turulato dijo...

Saf, a los economistas les gusta comer cada día y la gran mayoría son empleados del dinero de otros. Sí dijesen lo que piensan les despedirían, así que se dedican a contar lo que pasó -maquillándolo ligéramente- pues los que les escuchan son incapaces de creer lo contrario, ya que adoran tener dinero....