Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

miércoles, 23 de diciembre de 2009

La niña y el rey


Ante todo debo pedir disculpas, pues estoy utilizando una fotografía publicada en un artículo sin que su titular lo sepa. Lo leí ayer e hice un comentario brevísimo, que más no pude. Y es que no se a ustedes, pero a mí me pueden la imaginación y la mirada. Hay momentos en los que la primera se desborda de tal modo que vivo lugares, momentos y emociones que solo suceden en mi mente; y a veces mis ojos contemplan algo que me estremece y el impacto que recibo me aturde.

Deseo fervientemente que su mirada, como la mía, haya quedado prendida en esa niña de la foto. Modestamente, creo que eso significa que su corazón está abierto a la inmensidad de la vida. Ya he dicho aquí alguna vez que un retrato es bueno si materialmente está bien hecho y refleja la imagen física del retratado, y que es mejor cuando además nos traslada el entorno en el que vive este. Pero una obra de arte requiere que se represente el alma.

Los grandes artistas sacan el alma, lo quiera o no quien es objeto de su arte. Pero hay veces que el alma es tan potente que se proyecta en el aire ... Este es el caso; retornen al comienzo y claven sus ojos en la mirada de la niña y en sus manos .... Hablan. ¡Qué digo hablan; claman!.

Se que no se contar cosas. Demasiado tiempo callando pensamientos. Y cuando quieres orearlos, hay tanta bisagra oxidada en el alma que ya no puedes. Además, ¿a qué fin a estas alturas?. Por eso elegí el camino de explicar lo que otros cuentan a través de sus cuadros, en un pobre intento de explicarme a mi mismo.

Las manos de la niña describen un suspiro, detenidas en el tiempo. Sostienen suavemente el caramelo..; posiblemente se lo ha dado el rey, que eso le han dicho que haga antes de la foto. Pero la niña no quería un regalito. ¡La niña quería magia!. La magia de los sueños ... Quizá está quieta por eso, porque no sabe si al abrir el caramelo arderá la lampara de Aladino. Y sospecha que no...

Nos lo cuentan sus ojos. Esa mirada inmensa, apabullante, en la que sobrenada una muda petición de auxilio, ya un punto melancólica. ¡Existen los sueños, no rompáis la magia!. Soy niño, no seáis burdos.. ¿Sabéis?; a los niños no nos basta con que montéis un escenario, que si algo nos caracteriza es que tenemos el corazón y la ilusión a flor de piel. Podéis engañarnos, pero a costa de quebrar el reino mágico de los sueños.

Por eso, a un niño hay que entregarle el mayor de los regalos, aquel que más nos cuesta encontrar a los adultos: nuestra fe en que los sueños pueden ser verdad. La niña de la foto es a mis ojos la imagen viva de la ternura. Sueños, magia, ternura... ¡Que cosas tan bellas!.

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