Una vez más. Vuelvo a la costa mediterránea española. Quizá ahora ... Es difícil, lo se. Ella y yo hemos fracasado hasta hoy en todos y cada uno de nuestros encuentros. Ella huele a pino y yo quiero olerla a basa, como huelen las marismas cantábricas de mi bahía; ella es templada y yo la busco fría y cortante; ella, si no se enfurece, solo me acaricia suavemente y yo busco que me abatan sus olas y me cubra su espuma; ella es amante del sol y yo de la bruma y de la lluvia ....
Así que esta vez he elegido un gran hotel costero, con centro de belleza, gimnasio, wifi y todo eso. Hasta tenía reservada en la playa cada día una tumbona debajo de un toldo; todo del hotel, atendido por un amable marroquí durante la mañana, pues por la tarde lo sustituía un español de amargada catadura, terriblemente molesto por tener que atender a quienes por todo mérito tenían el de dar a cambio un dinero del que salía su sueldo.
Pero queridos míos.. El hotel es grande; y como me confesaba el maître del restaurante -digno oficio en el que suelo buscar amigos-, para rentabilizarlo hay que procurar que esté lleno. Al precio que sea... Temed lo peor.
Las comidas se sirven mediante buffet. Y estos no son lugares donde comer, no se crean. No. En ellos salen a relucir los más fieros y primitivos instintos. Allí se comporta con la misma ferocidad una dulce y encantadora abuelita que un niño de primaria, y en ellos se demuestra la avaricia del Hombre, capaz de acumular para si mucho más de lo que necesita.
El parapléjico mantiene una mirada torva; su mujer, que camina tras su silla con motor eléctrico, la muestra cansada, sin brillo. Se dirige a la primera mesa disponible y espera, sin pestañear, que le abran paso. La mujer le pregunta que le apetece y él ordena cual general con mando en plaza. Sentada, le corta en pedazos la comida, de modo que él pueda llevárselos a la boca, y le da de beber, pues él no tiene suficiente destreza para ello.
De vez en cuando, protesta. Ella le discute, le corta la aspereza, no se amilana; voy viendo que hace mucho que entendió que tiene que convivir con la amargura del hombre que, posible y extrañamente, aún ama, pero, también, que nadie puede argüir una tragedia para pasar por encima de los demás en cualquier situación. Eso sería tanto como suicidarse.
Pero siempre se pagan precios en esta nuestra vida. Y me pierdo en sus ojos, que no en su mirada. No luce en ellos esperanza alguna; solo determinación. Comprendo que ella será su esposa y compañera, que aguantará. Y en esas me hago, una vez más, la misma pregunta íntima... ¿Cual sería la respuesta si ella fuese la parapléjica?.
Veo como el hombre, que presumo que ya cumplió hace años los 70, sostiene entre sus manos con gran cuidado un plato hondo. Se dirige hacia la mesa que está a mi espalda; despacito, que su edad y lo colmado del plato no admiten riesgos ...
¡Jesús, María y José!, oigo exclamar detrás de mí a quien creo su mujer. ¿Pero qué has cogido infeliz?. Y es que el abuelo mira con ilusión el platazo de fabada con ... uno, dos, tres, cuatro trozos de morcilla, que con seguridad no ha catado desde hace años. ¡Es que me gusta tanto!, responde con cara de inocencia ....
Tiene unos treinta y tantos años. Le observo despacio ..; su aspecto corresponde al del promedio masculino del comedor. Calza unas sandalias, mezcla de goma y loneta, que conservan sus pies sudorosos y enrojecidos, combinación perfecta con varias durezas y bastante mierda callejera que han acumulando mientras camina. Las féminas, más delicadas, suelen calzar algún tipo de chancleta, que cuando está bien pringada hace resbalar de vez en cuando la planta del pie, provocando una especie de "vete y ven que m'escoño," que realza su cadencioso caminar de princesas y destaca su grácil figura.
Pero sigo, que me distraigo ... Aquellos pies sustentan unas piernas sin volúmenes, temerosas durante años de todo deporte y amantes del fútbol televisivo; o expertas en Formula 1 -eso si, solo durante el tiempo en que Fernando (Alonso para los ignorantes) lograba algún triunfo que otro-.
Compruebo que, como muchos otros ejemplares del comedor, el individuo es algo patizambo -que mea entre paréntesis, si ustedes quieren una descripción más gráfica-, producto, posiblemente, de esas prisas que les entran a muchas mamás para lograr que sus retoños sean los primeros en decir algo, pedir pis y caca, o caminar.
El cuerpo de nuestro protagonista es peludo; más o menos como la media, sin abusar. Pelo lacio, sucio en apariencia, que se descuelga por los bordes del elegante conjunto de camiseta de tirantes y pantaloneta gris semicaída, dado totalmente de si. El resultado es, cuando menos, asqueroso.
Le observo mientras recorre la línea de fuentes de comida ... Transporta en cada mano un plato, en los que va depositando sucesivamente y según toca, una ensalada de arroz y plátano con salsa rosa, espaguetis con chistorra, jamón asado, sepia a la plancha, bolas de patata rebozadas y fritas, salsa dulce de mango, y albóndigas. ¡Si puede con eso, me pongo a dieta!, pienso abrumado.
A mi izquierda está la máquina de helados. Están de "pedrada", o sea que son una mezcla barata de colorante, polvos y algo más. Pero eso si, su fórmula es absolutamente eficaz; comas lo que devores, tomarlos elimina toda sensación de pesadez.
El niño tendrá unos 10 ó 12 años. Se acerca despacio, con prudencia, hacia los grifos dispensadores de helado.. Entre sus manos, una sopera individual de las que hay en la vajilla para servir el gazpacho y las cremas. Se da cuenta de que le miro ..., pero sigue maniobrando mientras me contempla a hurtadillas...
Sitúa la sopera bajo el grifo nata-fresa y baja la palanca con cuidado, observando como un churro de helado se autoenrrolla según cae.. Me mira ... Se desliza ingrávido hacia el de vainilla-chocolate y le da ... En la sopera va apareciendo una especie de monte Fuji que se retuerce sobre si mismo a consecuencia de aquella erupción de colores. Sigue sin perderme de vista ..., como yo a él. Sube la palanca y cesa el churretón de helado.
Y sin dejar de contemplarnos, se acerca, serio y circunspecto, a los botes situados junto a la máquina y que contienen los dulces confetis de colores ... ¡A cucharón, los echa a cucharón!. Me mira por última vez, sin temor -sabe que no me chivaré-, y se pierde entre las mesas ...
Mi gran momento es el del atardecer. Tiempo para mecer y acariciar recuerdos. La noche llega mientras los veladores de la terraza, en cuyo centro se sitúan la orquesta y la pista de baile, van siendo ocupados ...
Me siento al fondo, desde donde contemplo bien la pista y una amplia zona de la terraza. Y comienzo ... "Manhattan, por favor". El servicio, eso si, impecable. Y como iba diciendo .., comienzo a disfrutar del espectáculo...
Al rato atraen mi atención dos parejas. Creo que hace tiempo que cumplieron los cincuenta y está claro que no han dejado de trabajar de sol a sol durante toda su vida. Lo de trabajar al sol es evidente; su moreno cuarteado y profundo no lo han logrado en la playa.
Pero destacan porque parecen haberse escapado de un futbolín. El más alto puesto de pie es más bajo que yo sentado. Siento respeto, y mucho, por ellos. Hacen falta muchas generaciones desayunando un vaso de cazalla y sin probar carne, para que las personas se desarrollen tan poco. Y horas y horas de azada, para tener tal fortaleza en las manos.
Y con todo en contra, aquí están. Disfrutando de lo que tienen bien ganado. Si algún día tengo que pelear por algo, me gustaría tener gente así a mi lado.
Recuérdenme que algún día escriba sobre esto, solo datos de una tesis doctoral, para que atisben la miseria de la España de la última mitad del XIX y primer cuarto del XX.
"Dry Martini", que la noche es larga... Y es que he decidido recorrer la carta ... A mi derecha están los que inmediatamente llamamos "los vascos". Simplemente porque por su acento desmedido, el volumen de su voz y su declaración de ser vascongados, no permiten otra cosa.
Sobre su cuerpo, todo un surtido de joyería. Por lo que dicen, empresario triunfador él; ella, amargada -de sabor amargo- juzgadora de todo. Hacia los sesenta, ambos. Delgados, morenísimos, vestidos tan clásicos que más es imposible.
Él, de estirado pelo negrísimo azabache, fuma un puro, que sabe encender. Ella, de lacia melena canosa, es un quita y pon constante de unas pequeñas gafas de lectura, que, excepto para ser mordisqueadas, no se que chorra pintan en la noche bailable. Él muestra en la muñeca un peluco -su grosor, brillo y número de botoncitos, excitan mi vena barriobajera- que tampoco se muy bien que utilidad puede tener para un fulano de ciudad y oficina. Ella es solo tensión sobre dos patas, recubierta de pedrería. Cuando ha fumado el puro, se van. ¡Qué alivio!.
"Daiquiri" .... Y mi mirada es atraída hacia la pista de baile; bueno, la mía y la de la mayoría. ¡Qué espectáculo!. Francesa -lo supe luego-, casi tan alta como yo -con tacones-, corpiño sin mangas de lamé, falda tubo negra algo por encima de la rodilla, con poderío, pelo garçon, mirada firme y directa, y unos zapatos de altísimo tacón que eran poco más que una plantilla donde apoyar unos pies bien escoscaos, sujetos a sus piernas por un larguísimo cordón, que se enrrollaba hacia arriba ...
Y se empieza a mover ... Poco, muy poco más, que un balanceo de caderas y un dibujar círculos en el aire con las nalgas .. Sus piernas -espectaculares, largas, fuertes, formadas- deslizan el cuerpo, mientras los brazos bailan al compás del vaivén de sus pechos .. Los ojos cerrados, sintiendo ... La cabeza, puro equilibrio mágico.. Sola .. Una espléndida mujer, plena de sabor, con esa belleza demoledora que ellas solo alcanzan tras cumplir los cuarenta .... ¡Madredelamorhermoso!.
"Piña colada".. Pasa a mi lado. Me mira. ... "Gin Fizz", que hay que refrescar el ambiente y, además, voy a terminar con un pedete lúcido, que decía el aspirante frustrado a notario. Y no hay mejores acompañantes de la pasión que la elegancia, la inteligencia y el amor.
Él es negro; delgado, de unos 50 años, cerca de metro noventa. En su sencillez, pura elegancia; sus calcetines y zapatos negros de cordones, limpísimos, como el suéter gris ceniza de manga larga y sus "jeans", recién planchados.
Ella, algo más joven. De rostro típicamente bretón. Un cuerpazo. Sandalias de cordones, pies limpísimos, falda oscura y una blusa clara, sin mangas. Entre sus manos, guarda una rosa de tallo largo.
Hablan en inglés. Él, un "british" exquisito; ella con un claro acento francés. Lo de hablan tengo que matizarlo.. Están tranquilos, serenos; se escuchan el uno al otro, sin interrumpirse, charlando sin prisas, manteniéndose a veces en silencio, contemplándose, viviendo el entorno...
Él no pretende demostrarle nada a ella. Paladea a la mujer, la considera importante, haciéndola sentirse inteligente. La acompaña; busca estar junto a ella, caminar a la par, las manos entrelazadas. No hay conquista; se saben parejos, iguales y se gustan así. Compañeros, cómplices, amantes ....
"Coke" para él, cerveza a presión para ella. Están enamorados. Creo que les siento. Amar requiere cierto tiempo, comprender. Nosotros, los llamados hombres por ejemplo, tenemos que intentar no ser importantes. Más bien se trata de ser, solo, uno mismo, para conseguir vivir algo importante, el amor.
Debo estar ya borracho.. Me retiro a mis aposentos. Tengan ustedes, mis amigos, una noche enamorada.
Así que esta vez he elegido un gran hotel costero, con centro de belleza, gimnasio, wifi y todo eso. Hasta tenía reservada en la playa cada día una tumbona debajo de un toldo; todo del hotel, atendido por un amable marroquí durante la mañana, pues por la tarde lo sustituía un español de amargada catadura, terriblemente molesto por tener que atender a quienes por todo mérito tenían el de dar a cambio un dinero del que salía su sueldo.
Pero queridos míos.. El hotel es grande; y como me confesaba el maître del restaurante -digno oficio en el que suelo buscar amigos-, para rentabilizarlo hay que procurar que esté lleno. Al precio que sea... Temed lo peor.
Las comidas se sirven mediante buffet. Y estos no son lugares donde comer, no se crean. No. En ellos salen a relucir los más fieros y primitivos instintos. Allí se comporta con la misma ferocidad una dulce y encantadora abuelita que un niño de primaria, y en ellos se demuestra la avaricia del Hombre, capaz de acumular para si mucho más de lo que necesita.
El parapléjico mantiene una mirada torva; su mujer, que camina tras su silla con motor eléctrico, la muestra cansada, sin brillo. Se dirige a la primera mesa disponible y espera, sin pestañear, que le abran paso. La mujer le pregunta que le apetece y él ordena cual general con mando en plaza. Sentada, le corta en pedazos la comida, de modo que él pueda llevárselos a la boca, y le da de beber, pues él no tiene suficiente destreza para ello.
De vez en cuando, protesta. Ella le discute, le corta la aspereza, no se amilana; voy viendo que hace mucho que entendió que tiene que convivir con la amargura del hombre que, posible y extrañamente, aún ama, pero, también, que nadie puede argüir una tragedia para pasar por encima de los demás en cualquier situación. Eso sería tanto como suicidarse.
Pero siempre se pagan precios en esta nuestra vida. Y me pierdo en sus ojos, que no en su mirada. No luce en ellos esperanza alguna; solo determinación. Comprendo que ella será su esposa y compañera, que aguantará. Y en esas me hago, una vez más, la misma pregunta íntima... ¿Cual sería la respuesta si ella fuese la parapléjica?.
Veo como el hombre, que presumo que ya cumplió hace años los 70, sostiene entre sus manos con gran cuidado un plato hondo. Se dirige hacia la mesa que está a mi espalda; despacito, que su edad y lo colmado del plato no admiten riesgos ...
¡Jesús, María y José!, oigo exclamar detrás de mí a quien creo su mujer. ¿Pero qué has cogido infeliz?. Y es que el abuelo mira con ilusión el platazo de fabada con ... uno, dos, tres, cuatro trozos de morcilla, que con seguridad no ha catado desde hace años. ¡Es que me gusta tanto!, responde con cara de inocencia ....
Tiene unos treinta y tantos años. Le observo despacio ..; su aspecto corresponde al del promedio masculino del comedor. Calza unas sandalias, mezcla de goma y loneta, que conservan sus pies sudorosos y enrojecidos, combinación perfecta con varias durezas y bastante mierda callejera que han acumulando mientras camina. Las féminas, más delicadas, suelen calzar algún tipo de chancleta, que cuando está bien pringada hace resbalar de vez en cuando la planta del pie, provocando una especie de "vete y ven que m'escoño," que realza su cadencioso caminar de princesas y destaca su grácil figura.
Pero sigo, que me distraigo ... Aquellos pies sustentan unas piernas sin volúmenes, temerosas durante años de todo deporte y amantes del fútbol televisivo; o expertas en Formula 1 -eso si, solo durante el tiempo en que Fernando (Alonso para los ignorantes) lograba algún triunfo que otro-.
Compruebo que, como muchos otros ejemplares del comedor, el individuo es algo patizambo -que mea entre paréntesis, si ustedes quieren una descripción más gráfica-, producto, posiblemente, de esas prisas que les entran a muchas mamás para lograr que sus retoños sean los primeros en decir algo, pedir pis y caca, o caminar.
El cuerpo de nuestro protagonista es peludo; más o menos como la media, sin abusar. Pelo lacio, sucio en apariencia, que se descuelga por los bordes del elegante conjunto de camiseta de tirantes y pantaloneta gris semicaída, dado totalmente de si. El resultado es, cuando menos, asqueroso.
Le observo mientras recorre la línea de fuentes de comida ... Transporta en cada mano un plato, en los que va depositando sucesivamente y según toca, una ensalada de arroz y plátano con salsa rosa, espaguetis con chistorra, jamón asado, sepia a la plancha, bolas de patata rebozadas y fritas, salsa dulce de mango, y albóndigas. ¡Si puede con eso, me pongo a dieta!, pienso abrumado.
A mi izquierda está la máquina de helados. Están de "pedrada", o sea que son una mezcla barata de colorante, polvos y algo más. Pero eso si, su fórmula es absolutamente eficaz; comas lo que devores, tomarlos elimina toda sensación de pesadez.
El niño tendrá unos 10 ó 12 años. Se acerca despacio, con prudencia, hacia los grifos dispensadores de helado.. Entre sus manos, una sopera individual de las que hay en la vajilla para servir el gazpacho y las cremas. Se da cuenta de que le miro ..., pero sigue maniobrando mientras me contempla a hurtadillas...
Sitúa la sopera bajo el grifo nata-fresa y baja la palanca con cuidado, observando como un churro de helado se autoenrrolla según cae.. Me mira ... Se desliza ingrávido hacia el de vainilla-chocolate y le da ... En la sopera va apareciendo una especie de monte Fuji que se retuerce sobre si mismo a consecuencia de aquella erupción de colores. Sigue sin perderme de vista ..., como yo a él. Sube la palanca y cesa el churretón de helado.
Y sin dejar de contemplarnos, se acerca, serio y circunspecto, a los botes situados junto a la máquina y que contienen los dulces confetis de colores ... ¡A cucharón, los echa a cucharón!. Me mira por última vez, sin temor -sabe que no me chivaré-, y se pierde entre las mesas ...
Mi gran momento es el del atardecer. Tiempo para mecer y acariciar recuerdos. La noche llega mientras los veladores de la terraza, en cuyo centro se sitúan la orquesta y la pista de baile, van siendo ocupados ...
Me siento al fondo, desde donde contemplo bien la pista y una amplia zona de la terraza. Y comienzo ... "Manhattan, por favor". El servicio, eso si, impecable. Y como iba diciendo .., comienzo a disfrutar del espectáculo...
Al rato atraen mi atención dos parejas. Creo que hace tiempo que cumplieron los cincuenta y está claro que no han dejado de trabajar de sol a sol durante toda su vida. Lo de trabajar al sol es evidente; su moreno cuarteado y profundo no lo han logrado en la playa.
Pero destacan porque parecen haberse escapado de un futbolín. El más alto puesto de pie es más bajo que yo sentado. Siento respeto, y mucho, por ellos. Hacen falta muchas generaciones desayunando un vaso de cazalla y sin probar carne, para que las personas se desarrollen tan poco. Y horas y horas de azada, para tener tal fortaleza en las manos.
Y con todo en contra, aquí están. Disfrutando de lo que tienen bien ganado. Si algún día tengo que pelear por algo, me gustaría tener gente así a mi lado.
Recuérdenme que algún día escriba sobre esto, solo datos de una tesis doctoral, para que atisben la miseria de la España de la última mitad del XIX y primer cuarto del XX.
"Dry Martini", que la noche es larga... Y es que he decidido recorrer la carta ... A mi derecha están los que inmediatamente llamamos "los vascos". Simplemente porque por su acento desmedido, el volumen de su voz y su declaración de ser vascongados, no permiten otra cosa.
Sobre su cuerpo, todo un surtido de joyería. Por lo que dicen, empresario triunfador él; ella, amargada -de sabor amargo- juzgadora de todo. Hacia los sesenta, ambos. Delgados, morenísimos, vestidos tan clásicos que más es imposible.
Él, de estirado pelo negrísimo azabache, fuma un puro, que sabe encender. Ella, de lacia melena canosa, es un quita y pon constante de unas pequeñas gafas de lectura, que, excepto para ser mordisqueadas, no se que chorra pintan en la noche bailable. Él muestra en la muñeca un peluco -su grosor, brillo y número de botoncitos, excitan mi vena barriobajera- que tampoco se muy bien que utilidad puede tener para un fulano de ciudad y oficina. Ella es solo tensión sobre dos patas, recubierta de pedrería. Cuando ha fumado el puro, se van. ¡Qué alivio!.
"Daiquiri" .... Y mi mirada es atraída hacia la pista de baile; bueno, la mía y la de la mayoría. ¡Qué espectáculo!. Francesa -lo supe luego-, casi tan alta como yo -con tacones-, corpiño sin mangas de lamé, falda tubo negra algo por encima de la rodilla, con poderío, pelo garçon, mirada firme y directa, y unos zapatos de altísimo tacón que eran poco más que una plantilla donde apoyar unos pies bien escoscaos, sujetos a sus piernas por un larguísimo cordón, que se enrrollaba hacia arriba ...
Y se empieza a mover ... Poco, muy poco más, que un balanceo de caderas y un dibujar círculos en el aire con las nalgas .. Sus piernas -espectaculares, largas, fuertes, formadas- deslizan el cuerpo, mientras los brazos bailan al compás del vaivén de sus pechos .. Los ojos cerrados, sintiendo ... La cabeza, puro equilibrio mágico.. Sola .. Una espléndida mujer, plena de sabor, con esa belleza demoledora que ellas solo alcanzan tras cumplir los cuarenta .... ¡Madredelamorhermoso!.
"Piña colada".. Pasa a mi lado. Me mira. ... "Gin Fizz", que hay que refrescar el ambiente y, además, voy a terminar con un pedete lúcido, que decía el aspirante frustrado a notario. Y no hay mejores acompañantes de la pasión que la elegancia, la inteligencia y el amor.
Él es negro; delgado, de unos 50 años, cerca de metro noventa. En su sencillez, pura elegancia; sus calcetines y zapatos negros de cordones, limpísimos, como el suéter gris ceniza de manga larga y sus "jeans", recién planchados.
Ella, algo más joven. De rostro típicamente bretón. Un cuerpazo. Sandalias de cordones, pies limpísimos, falda oscura y una blusa clara, sin mangas. Entre sus manos, guarda una rosa de tallo largo.
Hablan en inglés. Él, un "british" exquisito; ella con un claro acento francés. Lo de hablan tengo que matizarlo.. Están tranquilos, serenos; se escuchan el uno al otro, sin interrumpirse, charlando sin prisas, manteniéndose a veces en silencio, contemplándose, viviendo el entorno...
Él no pretende demostrarle nada a ella. Paladea a la mujer, la considera importante, haciéndola sentirse inteligente. La acompaña; busca estar junto a ella, caminar a la par, las manos entrelazadas. No hay conquista; se saben parejos, iguales y se gustan así. Compañeros, cómplices, amantes ....
"Coke" para él, cerveza a presión para ella. Están enamorados. Creo que les siento. Amar requiere cierto tiempo, comprender. Nosotros, los llamados hombres por ejemplo, tenemos que intentar no ser importantes. Más bien se trata de ser, solo, uno mismo, para conseguir vivir algo importante, el amor.
Debo estar ya borracho.. Me retiro a mis aposentos. Tengan ustedes, mis amigos, una noche enamorada.
12 comentarios:
A mí también me gusta más tu mar que el Mediterráneo, aunque mi corazón se quedó en un playa atlántica hace muchos años.
Me han enternecido tu pareja de ancianos, los enamorados y el niño del helado. Y respecto a los restaurantes tipo buffet de los hoteles, sacan al gorrón o al ávaro que algunos llevan dentro.
Un abrazo
Estooo, tendrías que cambiar tu entradilla.
Una mujer, y por lo que cuentas muy hermosa, ya te miró por la calle.
Silvia me conoces muy bien. Hace ya tiempo que me llevo bien con las chicas, aunque desconozco, ¡de verdad!, los motivos.
Pero lo he pasado tan mal ... ¡Déjame que llore un poquito más!
Pinceladas finas y certeras que elaboran el paisaje. Pinceladas que nacen de lo vivido, de lo sentido, de lo entendido.
Magistral, amigo Turulato.
¿En serio los desconoces? Pues tú mismo has dado los motivos en tu escrito.
¿Pero cómo no te vas a llevar bien con las mujeres, alma de cántaro!?, es imposible, ¡imposible!, no adorarte a poco q se te conozca!.
Me gusta mucho este post, es muy tuyo, se te siente cerca al leerlo, y eso... eso es genial ;)
Un millón de besos, precioso Tururú
Sí, una noche enamorada... y tú... tú una dulce resaca matutina.
Un abrazo.
Menos lobos Caperucito!
No me creo eso de los tropecientos cócteles. Imposible estar tan lúcido para recordar todo tan maravillosamente bien!
Por cierto me quedo con ganas de conocer al negro...
Mira Caperucita (por lo del comentario del negro..):
Por mi natural, el alcohol necesita empapar tanto espacio que aguanto lo que no se comprende.
Por la calidad del barman, al que la Providencia no llamó al oficio, que preparaba todo con una suavidad digna de un parvulario.
Y porque si el abuelo tomó, al fin, sus fabes, no he querido describir cuantos callos con garbanzos pasaron a mi patrimonio.
Creo que son razones suficientes para justificar mi lucidez. ¡Ah!, y el oficio ....
Por medio del Jardín de los alelos, conozco Y yo qué seeeee.
La descripción que haces del mediterráneo con sus aguas templadas con las marismas cantábricas y sus olas y su espuma, me han cautivado, como me cautiva mi mediterráneo con esa calma constante salvo cuando se enfada y con ese calorcillo que siempre me parece poco.
La descripción de los personajes, la observación que haces de sus gestos, su ropa, sus bebidas, su edad y diálogos, me ha hecho llegar al final y a veces con una sonrisa.
También me gusta observar alrededor.
Un saludo
A buen seguro que el Mediterráneo tendrá sus encantos a cielo abierto, para quien sepa o quiera incorporarlos a su imaginario particular. Hay lugares en los que recién llegado, ya estás añorando regresar y otros que producen una sensación de desencuentro. Yo estuve una semanita en uno de esos hoteles clonados que parecen calcomanías en tres dimensiones estampados contra la costa. Incauta de mí…una panzada de kilómetros y resulta que el mar no huele a mar, que caminar por la arena es sortear un enjambre que ríase Vd. de la boca del metro en hora punta y que la luz de los atardeceres nunca llega pues se despierta un amanecer artificial que agita el enjambre y de continuo se escucha el bullicio universal silenciando las espumas.
Sin embargo, reconozco que esas torres de Babel son un magnífico expositor de comportamientos humanos. Así, disfrutando de una mirada privilegiada, aguda y precisa en el detalle…disfrutando de la lucidez de la narración y acompañándola con una cervecita bien fría, se paladea mejor la mirada que alimenta, que como decía mi abuela, nada tiene que ver con el comer con los ojos… algo que le parecía una cosa muy fea… como hacer burla del hambre.
Me ha encantado este post, Turulato. Llevaba tiempo sin visitar esta tu casa..., ya mismo me pongo al día.
Estoy de acuerdo con Cobre, las mujeres tienen que llevarse muy bien contigo, sólo esa capacidad de observación que tienes es suficiente para acercarte a lo que la mayoría de las mujeres echamos en falta de los hombres.
La descripción de la francesa y de la última pareja, una delicia.
Gracias de nuevo por compartir tus andanzas, enseñanzas y aprendizajes.
Un saludo.
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