Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

martes, 5 de febrero de 2013

Loca

La he visto otras veces. De presencia aseada, aunque vestida sin cuidado. Ve de frente, con fijeza, aunque  no mira habitualmente más que lo que necesita su actividad y, desde luego, solo contempla algo que existe en su interior y a lo que no tengo acceso. Desde que coincidimos por primera vez procuro evitarla, pues es diferente y eso me asusta; todos deben sentir algo parecido y parece que se comportan igual, pues siempre está sola.

Esta tarde entré en una cafetería a tomar algo. El local es alargado, con la barra a la derecha y una hilera de mesas a la izquierda, dejando entre ambas espacio libre; solo al fondo, terminada la barra, las mesas están dispuestas de pared a pared y una de ellas queda exactamente enfrente de la puerta de entrada, de modo que quien la ocupa mira mayormente a los que llegan. 

Nada más entrar, mi mirada la descubrió en la mesa del fondo. Sola. Vestida de azul. Con el cabello recogido en la cola de caballo que siempre lleva. Inmóvil. Me acodé a media barra y de cuando en cuando la contemplaba... La expresión de su cara no mostraba tristeza u otro sentimiento parecido; me dio la impresión de que esperaba..

Sentí que se le habían pasado los años esperando. En silencio. Que quizá de tanto esperar se le habían acabado las lágrimas, que para no ahogarse se había refugiado en ese lugar íntimo en el que todos guardamos los sueños. De cuando en cuando giraba levemente la cabeza a un lado y otro, como buscando encontrar a alguien entre la gente, quizá esperando encontrar una mirada, una sonrisa, un gesto amable.. Nada.

Cuando me fui seguía sola, esperando, soñando o yo que sé. Loca 


2 comentarios:

Unknown dijo...

No sé si es el caso, pero cuando una mujer claudica y pierde el juicio, no es infrecuente que guarde en su corazón alguna historia de amor. La más famosa fue aquella Juana que se enamoró de su esposo hasta enloquecer de celos.

Recuerdo una mujer que solía visitar la casa de mi familia. Era una de esas mujeresya mayores, pero encantadoras que guardan algo de la juventud en sus maneras y en los colores y atuendos atrevidos. Había perdido suavemente el juicio y, aunque para su familia no fuera agradable tener que convivir con sus despropósitos, para los extraños resultaba muy entetenida. Por lo menos de vez en cuando. Siempre llevaba regalos de un lado para otro. Lo malo era que cuando gastaba la paga mensual, que no era escasa, cogía de la perfumería del Corte Inglés todo lo que le apetecía. Como la conocían, la dejaban hacer y llamaban a su hermana, quién al día siguiente devolvía lo que podía o pagaba lo que ya no tenía uso. Esa mujer tenía una historia de amor que contar, una historia de amor que yo oía entre el deleite y la conmiseración.

Pero de todas las locas que recuerdo, la más cotidiana era aquella loca tan famosa en el Bilbao de mi infancia, la "loca de la plaza de Arriquibar". Era yo muy joven y la miraba de lejos con curiosidad. Todas las tardes salía a esperar a su hombre, a aquel hombre que, al parecer, un día no acudió a su cita. Ella seguía esperando y acudía todas las tardes a sentarse en el banco en el que solían encontrarse, a la espera de verlo llegar de un momento a otro. Sus ropas lucían más colores de lo usual y su cabeza iba tocada con un sombrero antiguo.

El tiempo se había parado para siempre en un instante de la vida de una mujer enamorada. Mocedades le dedicaron una canción que se hizo famosa por entonces: (http://youtu.be/rhL_2KviVew).

No sé si la pérdida del amor, cuando es intenso y entregado, nos conduce a la locura o si no hay mayor locura que la de quien vive enamorado.

Turulato dijo...

Cristobalina no es que no fuese guapa; es que era como la hermana gemela de Fernandel. Corrían los años 50 del siglo pasado.. Se dedicaba a limpiar y, aunque no puedo asegurarlo, posiblemente era analfabeta. Era soltera y entera; tenía más de cuarenta años..

Un día, un municipal, sin alma ni corazón, decidió conquistarla, como si viviesen en una Calle Mayor cualquiera. Creo que incluso se quedó con los ahorros que la mujer había reunido fregando suelos durante años; es casi seguro que esta fuese la verdadera razón del interés del guardia. Lucha de fieras en una época en que la exigencia de cada día fue para muchos sobrevivir.

Logrado su propósito, la dejó tirada. Y ella enloqueció. Aún recuerdo con viveza la impresión que recibía cuando llegaba a casa a llorar, a aullar como un animal herido...