Cuando llegué a la sala de espera estaba sentada cerca de la puerta y solo me percaté de su presencia cuando la recepcionista me indicó tras que paciente pasaría a consulta y me volví para para ver quien era. Luego, como los mocos hacen estragos en esta época y la sala estaba a rebosar, me senté lejos de la muchacha, en el pasillo, muy cerca de la puerta tras la que atendía el médico.
Tras pasar algunos de los que iban antes que ella se levantó y se sentó a mi lado, no porque mi belleza serrana la atrajese sino para que no se le pasase el turno; la pobre estaba que no se tenía en pie.. En estas llegó su padre; ¡qué mala pinta pensé!. La ropa que vestía estaba muy usada, desteñida en parte y con manchas aquí y allá; azules las deportivas, los vaqueros, el anorak y la camiseta, con un cuello desmesuradamente desbocado.
No era ya que la largura de su abundante melena, muy negra y descuidada, y su altura, le hiciesen parecer un guerrero apache, sino que el tostado de su piel, curtida por surcos de muchos aires, y la fortaleza de sus grandes manos, que seguramente eran su instrumento de trabajo, imponían cierto temor respetuoso.
Se quedó de pie, apoyado en la pared, y comenzó a hablar con su hija. ¿A qué hora te fue a buscar el yayo?; ¿has tomado la medicina?; ¿y la escuela?... Quería saber y preguntaba, aunque sin agobiar; dejaba espacio entre una cuestión y otra, mientras contemplaba a su hija con una mirada de grandes ojos negros. Su hija le respondía con cierto cansancio derivado del trancazo, pero que no me impedía sentir con claridad que estaban acostumbrados a compartir sus vidas.
En estas la llamó el médico. Se levantó y avanzaron hacia la consulta, lo que me permitió darme cuenta de que ella era poco más que una niña, con ese aspecto extraño de quien aún no sabe quien es en realidad. Al darse cuenta de que su padre la seguía, se volvió, agachó un poquito la cabeza y le dijo en voz baja: ¡No pases!. El padre se quedó cortado, quieto.. Ella entró en la consulta y se cerró la puerta; él se sentó a mi lado, se inclinó hacia adelante y apoyó los codos sobre los muslos. Giró hacia mí la cabeza, me miró y mientras sonreía suavemente comentó para si en voz alta: ¡Con la de veces que la he bañado y la he tenido en brazos!.
Tras pasar algunos de los que iban antes que ella se levantó y se sentó a mi lado, no porque mi belleza serrana la atrajese sino para que no se le pasase el turno; la pobre estaba que no se tenía en pie.. En estas llegó su padre; ¡qué mala pinta pensé!. La ropa que vestía estaba muy usada, desteñida en parte y con manchas aquí y allá; azules las deportivas, los vaqueros, el anorak y la camiseta, con un cuello desmesuradamente desbocado.
No era ya que la largura de su abundante melena, muy negra y descuidada, y su altura, le hiciesen parecer un guerrero apache, sino que el tostado de su piel, curtida por surcos de muchos aires, y la fortaleza de sus grandes manos, que seguramente eran su instrumento de trabajo, imponían cierto temor respetuoso.
Se quedó de pie, apoyado en la pared, y comenzó a hablar con su hija. ¿A qué hora te fue a buscar el yayo?; ¿has tomado la medicina?; ¿y la escuela?... Quería saber y preguntaba, aunque sin agobiar; dejaba espacio entre una cuestión y otra, mientras contemplaba a su hija con una mirada de grandes ojos negros. Su hija le respondía con cierto cansancio derivado del trancazo, pero que no me impedía sentir con claridad que estaban acostumbrados a compartir sus vidas.
En estas la llamó el médico. Se levantó y avanzaron hacia la consulta, lo que me permitió darme cuenta de que ella era poco más que una niña, con ese aspecto extraño de quien aún no sabe quien es en realidad. Al darse cuenta de que su padre la seguía, se volvió, agachó un poquito la cabeza y le dijo en voz baja: ¡No pases!. El padre se quedó cortado, quieto.. Ella entró en la consulta y se cerró la puerta; él se sentó a mi lado, se inclinó hacia adelante y apoyó los codos sobre los muslos. Giró hacia mí la cabeza, me miró y mientras sonreía suavemente comentó para si en voz alta: ¡Con la de veces que la he bañado y la he tenido en brazos!.
Su mirada se hizo tierna sorpresa y su rostro, iluminado por una sonrisa resplandeciente y una dentadura perfecta, era bellísimo, muy dulce.
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