De regreso.. No se. En muchas ocasiones siento que estoy fuera del espacio en que actúan y viven los demás. Algo así como si hubiese dos escenarios y el patio de butacas fuese un espejo; yo estoy solo en uno de aquellos y el resto del mundo en el otro.
De vez en cuando, siempre en ciertos momentos y nunca en otros, aparecen en mi escenario decorados y personajes que he vivido, mientras en el de al lado se desarrolla sin parar la vida actual. Gracias al espejo estoy en ambos, ya que mi voz no tiene límite espacial y mi mirada, reflejada o directa, tampoco. Pero vivir a la vez ambos mundos, con tal intensidad, hace que me sienta como un fantasma, saboreando siempre cierta soledad.
Mi Vetusta es la que siempre fue.. Turbulenta y húmeda. No solo por su clima sino más bien por sus personajes. Cuando supe que volvía durante unos días, rechacé la soledad de los hoteles románticos de los alrededores de la plaza de Italia y elegí el que me proporcionaba el decorado más real, aquel que me iba a sumergir en el caldo de sus gentes y sus piedras.
Frente a mi ventana, la catedral y su claustro; sus campanadas han sido como el timbre que marca a los espectadores el momento de abandonar el ambigú y retornar al espectáculo, aunque para mí su carácter reside en la Iglesia Baja, fuerte y sólida, como debió ser el de Emeterio y Celedonio, gente de mi oficio, en lista de revista de la Legión VII Gemina Pía Félix. Por el sur, frente al salón, el muelle de la Comandancia, recuerdo de mi última visita, hace años, cuando el Elcano hizo escala en un crucero de instrucción.
Inicio de primavera. Solo encontré vetustos, los de siempre, y ningún veraneante, como acostumbrábamos a calificar a quien venía de fuera a tomar las aguas y a respirar yodo. Las calles, solitarias, sin paseantes, que se resguardan en los puestos del Mercado del Este o en el tapeo de Cañadío y alrededores. Pereda, brilla sudoroso bajo sus farolas, gracias a la humedad que trae el viento sur desde la mar, entre el Marítimo y la machina donde está amarrado un pailebote de dos palos.
Al salir a la calle me rodean España y sus fuerzas vivas. Al norte, a sotavento y por babor, queda el Banco de España, que navega en pareja con la Delegación de Gobierno, mientras dejo por la popa el Palacio Episcopal y la Catedral; a barlovento y por la amura de estribor, la Comandancia de Marina y la Estación Marítima, donde compruebo por su chimenea que está arranchado el ferry de Britanny para Plymouth.
Y frente a mí, los Jardines de Pereda, la vieja dársena rellenada de tierra y cubierta de flores como una tumba, quizá en recuerdo de quienes volaron con el Cabo Machichaco, donde jugué al ratón y al gato con el amor de mi vida. Si.., eso es amar. Una bomba que te abre para siempre en canal.
Paseé desde Cuatro Caminos hasta Puerto Chico. Excepto que desde Florida a Vargas han peatonalizado la calle, todo igual. Comercio intensivo y extenso, como corresponde al puerto de la Marina de Castilla. Refugios excelentes para viejos marinos, con barras brillantes gracias a la ginebra, amplios espacios para sentarse a resguardo y lucidas despensas.
Mis casas, como siempre y donde siempre. En cuesta, en lo alto y con sus fachadas de acristalados miradores. Florida y Lope de Vega.. En la primera ya nadie habita y en la segunda navega desarbolada, en aquel puerto gigantesco de doce hermanos y sus hijos, la última de mis tías, chiquita, inteligente y dicharachera. Hoy, una anciana bañada en soledad, que recorre pasillos y cuartos obscuros donde solo habitan fantasmas, gritos y ausencias.
Al volver al hotel entro en la cámara, tras pasar la toldilla, y contemplo un pasaje intemporal y casi olvidado. Señoras vestidas a la inglesa, cubiertas con sombrero, todo beige claro, verde musgo y brillantes, que toman .., el té ya no, pues ahora dedican su atención a los combinados y a la cerveza con patatas fritas. Cuando llegas, te diseccionan y cuando te vas, te atraviesan.
Así que pongo rumbo al sur, hacia el Pas, por Villacarriedo, puede que siguiendo los vientos de los sobaos de "El Macho" de Selaya, inigualables por su sabor intenso. Los pueblos de la Montaña.., donde jóvenes aldeanos de cara coloradota y dedos cual morcillas, se adornan de domingo y, hoy, pilotan coches de colores chillones por carreteras estrechas, buscando apurar en sus fantasías una vida de la que carecen.
Encuentro con la familia.. La de esta parte no es marinera; gente de interior. Así que me temo lo peor. Alguna rareza de quienes se marean en cuanto rizan las olas. Me ponen una olla de cocido montañés y una fuente de lechazo. Añoro unas sardinas asadas, casi crudas, comidas a loncha de pan y mano; miro en derredor.. Y solo encuentro nuevos vivos, incultos actuales, de esos que comen las sardinas con cubierto, se defienden del huevo frito o la tortilla con cuchillo y son incapaces de tomar el pan y la bollería a mano, como se hizo siempre y Dios manda. O sea, que duermen en calzoncillo o con bragas, ¡redios!. ¡Anatema, anatema!.
De vez en cuando, siempre en ciertos momentos y nunca en otros, aparecen en mi escenario decorados y personajes que he vivido, mientras en el de al lado se desarrolla sin parar la vida actual. Gracias al espejo estoy en ambos, ya que mi voz no tiene límite espacial y mi mirada, reflejada o directa, tampoco. Pero vivir a la vez ambos mundos, con tal intensidad, hace que me sienta como un fantasma, saboreando siempre cierta soledad.
Mi Vetusta es la que siempre fue.. Turbulenta y húmeda. No solo por su clima sino más bien por sus personajes. Cuando supe que volvía durante unos días, rechacé la soledad de los hoteles románticos de los alrededores de la plaza de Italia y elegí el que me proporcionaba el decorado más real, aquel que me iba a sumergir en el caldo de sus gentes y sus piedras.
Frente a mi ventana, la catedral y su claustro; sus campanadas han sido como el timbre que marca a los espectadores el momento de abandonar el ambigú y retornar al espectáculo, aunque para mí su carácter reside en la Iglesia Baja, fuerte y sólida, como debió ser el de Emeterio y Celedonio, gente de mi oficio, en lista de revista de la Legión VII Gemina Pía Félix. Por el sur, frente al salón, el muelle de la Comandancia, recuerdo de mi última visita, hace años, cuando el Elcano hizo escala en un crucero de instrucción.
Inicio de primavera. Solo encontré vetustos, los de siempre, y ningún veraneante, como acostumbrábamos a calificar a quien venía de fuera a tomar las aguas y a respirar yodo. Las calles, solitarias, sin paseantes, que se resguardan en los puestos del Mercado del Este o en el tapeo de Cañadío y alrededores. Pereda, brilla sudoroso bajo sus farolas, gracias a la humedad que trae el viento sur desde la mar, entre el Marítimo y la machina donde está amarrado un pailebote de dos palos.
Al salir a la calle me rodean España y sus fuerzas vivas. Al norte, a sotavento y por babor, queda el Banco de España, que navega en pareja con la Delegación de Gobierno, mientras dejo por la popa el Palacio Episcopal y la Catedral; a barlovento y por la amura de estribor, la Comandancia de Marina y la Estación Marítima, donde compruebo por su chimenea que está arranchado el ferry de Britanny para Plymouth.
Y frente a mí, los Jardines de Pereda, la vieja dársena rellenada de tierra y cubierta de flores como una tumba, quizá en recuerdo de quienes volaron con el Cabo Machichaco, donde jugué al ratón y al gato con el amor de mi vida. Si.., eso es amar. Una bomba que te abre para siempre en canal.
Paseé desde Cuatro Caminos hasta Puerto Chico. Excepto que desde Florida a Vargas han peatonalizado la calle, todo igual. Comercio intensivo y extenso, como corresponde al puerto de la Marina de Castilla. Refugios excelentes para viejos marinos, con barras brillantes gracias a la ginebra, amplios espacios para sentarse a resguardo y lucidas despensas.
Mis casas, como siempre y donde siempre. En cuesta, en lo alto y con sus fachadas de acristalados miradores. Florida y Lope de Vega.. En la primera ya nadie habita y en la segunda navega desarbolada, en aquel puerto gigantesco de doce hermanos y sus hijos, la última de mis tías, chiquita, inteligente y dicharachera. Hoy, una anciana bañada en soledad, que recorre pasillos y cuartos obscuros donde solo habitan fantasmas, gritos y ausencias.
Al volver al hotel entro en la cámara, tras pasar la toldilla, y contemplo un pasaje intemporal y casi olvidado. Señoras vestidas a la inglesa, cubiertas con sombrero, todo beige claro, verde musgo y brillantes, que toman .., el té ya no, pues ahora dedican su atención a los combinados y a la cerveza con patatas fritas. Cuando llegas, te diseccionan y cuando te vas, te atraviesan.
Así que pongo rumbo al sur, hacia el Pas, por Villacarriedo, puede que siguiendo los vientos de los sobaos de "El Macho" de Selaya, inigualables por su sabor intenso. Los pueblos de la Montaña.., donde jóvenes aldeanos de cara coloradota y dedos cual morcillas, se adornan de domingo y, hoy, pilotan coches de colores chillones por carreteras estrechas, buscando apurar en sus fantasías una vida de la que carecen.
Encuentro con la familia.. La de esta parte no es marinera; gente de interior. Así que me temo lo peor. Alguna rareza de quienes se marean en cuanto rizan las olas. Me ponen una olla de cocido montañés y una fuente de lechazo. Añoro unas sardinas asadas, casi crudas, comidas a loncha de pan y mano; miro en derredor.. Y solo encuentro nuevos vivos, incultos actuales, de esos que comen las sardinas con cubierto, se defienden del huevo frito o la tortilla con cuchillo y son incapaces de tomar el pan y la bollería a mano, como se hizo siempre y Dios manda. O sea, que duermen en calzoncillo o con bragas, ¡redios!. ¡Anatema, anatema!.
¡Qué verde era mi valle!. Ahora es de cemento, blanqueado cual cadavérica osamenta.
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