Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

sábado, 10 de marzo de 2007

El emigrante

Uno de los primeros artículos de este blog explicaba el porqué de su dirección de entrada, La Montalbana. No hace mucho, quien me habló de lo ocurrido y me autorizó a usar aquel nombre, leyó lo que escribí. Y volvió a hablarme de Epifanio...

En el pueblo le llamaban arguellao. Y ya se sabe; el pueblo nunca se equivoca. Sí te apodan así es que ven a primera vista que pasas hambre, que no tienes nada. Quizá por eso Epifanio nunca sonrió; a falta de otra cosa, devoraba sus silencios.
Y emigró. Como muchos, demasiados españoles. Ahítos de miseria. Huérfanos de esperanza. Su patrimonio, una pequeña maleta de madera atada con un cordel; por capital, los callos de sus manos.
En Francia, trabajó como un emigrante, como sí le fuese la vida en ello, haciendo lo que nadie quería hacer. Comió para vivir. Y se convenció de que nunca daría motivos a sus paisanos para que dejasen de considerarle como uno de los arguellaos. Estaría de Dios.
Supo un día que uno de sus sobrinos, otro arguellao, tenía en su tierra un almacén de materiales de construcción. Y volvió a España, sólo para verlo.
Entró a la nave en silencio.. Contempló.. "Ahora se que ya no somos arguellaos; que uno de nosotros ha vencido a la miseria". Abrazó al sobrino. Y volvió a la nada.

Mi amigo es pura fibra. Me miró a los ojos... ¿Sabes por qué he trabajado tanto, tanto, tanto?. Porque heredé la esperanza de un hombre de salir de la miseria y no quiero que la hereden mis hijos.

9 comentarios:

Manolo dijo...

Una de las cosas buenas de dejar el país de uno es que no hay nada que modere la ambición, ni las ideas ni los vecinos ni la pereza ni nada. Todo es nuevo y no hay límite.

Recuerdo una chica india que conocí cuyo padre llegó a Inglaterra con lo puesto, luego se puso a conducir un taxi y después se montó una tiendecita de la esquina de esas que abren a todas horas.

La hija conducía un descapotable y era dentista.

Saludos

Mafalda dijo...

La esperanza, creo, siempre es vida. Donde no la hay, sólo está la nada.
Por otro lado, lo que hereden los hijos de uno casi nunca es lo que querríamos dejarle en herencia. Me explico: no pueden heredar algo que no necesitan hacer, las ganas de salir de la miseria si no la padecen, pero sí pueden heredar un acusado sentido de la tacañeria y del sacrificio y quizás no fuese eso lo que su padre querría que heredasen.
Un saludo grande.

Mar dijo...

La miseria muchas veces puede anidar también, por ejemplo, en un almacén de materiales de construcción.
A mi me gustaría dejarles de herencia a mis hijos las ganas de trabajar y vivir el tiempo y la vida.
Besos

Anónimo dijo...

Para compensar la extensión de mi anterior desvarío, seré breve... me conmueve la atroz dignidad de los que conocen la miseria.

Un beso

Luis Caboblanco dijo...

Noble intención la de aquel que no pretende para los suyos las desgracias que le tocó vivir. Aún así, hay que compatibilizar esa intención con el Derecho de cada uno a equivocarse y, si me apuráis, a sufrir. Hay conocimientos, buenos y malos, que solo entran por el corazón.

Un abrazo.

Cobre dijo...

La mejor herencia q puede dejar a sus hijos ese hombre q tanto tanto ha trabajado es el que ellos se sientan orgullosos de él a rabiar; y seguro q es así. El resto poco importa.

Besazos, Tururú

pcbcarp dijo...

Volveré con más tiempo. Paréceme que aquí hay para leer con calma. saludos.

Anónimo dijo...

Por cierto Turu, este color no te va ná de ná. Es demasiado tristón; un gris mu gris.
Andaaa, vuelve al color claro, q te siente mucho mejor a la cara!.

Más besazos

Anónimo dijo...

España ha sido desde siempre tierra de emigrantes. Y esa miseria de la que hablas y en la que se vivía no hace tanto era un terreno abonado para la inteligencia. Quizá esta época nuestra de vacas gordas es el resultado del sacrificio y del ingenio de nuestras generaciones anteriores, de unos españoles recién salidos de la miseria que ven un futuro por delante si dejan sus casas en el pueblo y van más allá de nuestras fronteras. Pero no estoy tan segura de que la "tercera generación" sea capaz de heredar ese férreo espíritu y la capacidad de prescindir de lo superfluo que impulsó a aquellos padres y abuelos. A veces, si los hijos no necesitan ya heredar esa esperanza de sus mayores pueden convertirse en pasivos dilapidadores del esfuerzo de sus padres. Por eso ahora necesitamos inmigrantes, que vienen con ese ímpetu hacia el esfuerzo que genera la miseria.

Que tengamos un buen día.