Mi mirada se dirige hacia el centro del cuadro. Klimt compone "El Beso" con tres espacios diferentes : El inferior -fresco, pleno de verdes, magentas, lilas y amarillos-, el fondo -puntillismo amarillo sobre ocre- y la escena central -plena de luz-.
Sé que me quiere decir algo; que en esa escena ha simbolizado un pensamiento. ¡Tiene tanta luz!. ¡Resplandece!. Parece que la iluminación nace de los vestidos del hombre y la mujer en lugar de provenir de un lugar externo.
No apreciamos como es la cara del hombre; es indiferente. Es hombre, eso basta. Por contra, la mujer está descrita con mimo, como su expresión. Adquiere humanidad, la identificamos como persona mientras que él es un simple esbozo. Klimt parece querer decirnos que, en la relación de pareja, la mujer es quien da carácter, personalidad, humanidad.., a la vivencia.
El entorno del hombre está limitado por un claro rectángulo; lleno de aristas, pues. Fuerte, pero rígido. Capaz de soportar pero, quizás, no tanto de comprender. Su manto, amarillo, luminoso, contrasta con las placas rectangulares -¡otra vez!- negras y blancas que tiene superpuestas. La luz que emana de lo humano contrasta así con la frialdad de la fuerza, siempre angulosa y llena de aristas, y que no admite interpretaciones pues siempre es el todo o nada, blanco o negro, ninguno o todos los colores a la vez.
Ella es jústamente lo contrario. Curvas, modulación, círculos.. La arista está ausente que no la fuerza. No hay extremos; la circunferencia no tiene principio ni fin, la curva tiende a encontrarse a si misma.. No lucha contra la vida -como el hombre que intenta atravesarla con su lanza- sino que se esfuerza en la vida, acomodándose, comprendiendo, modulando, acogiendo.. Sobre su pelo, en la cabeza, estrellas, sueños de amor.. Su ropa ya no es sólo un estallido de luz -amarilla en el manto del hombre- sino que torna a dorada, más cálida. Los colores superpuestos coinciden con los de la pradera; la mujer y la tierra.., reales una y otra. Llaman la atención las áreas circulares "encarnadas"; una sobre el corazón -sentimiento- y otra en las rodillas, postura en la que está, dolorosa, cuando el hombre la rodea...
Interesantísimo el aspecto del manto del hombre, sobrepasados ambos, a la derecha de sus cuerpos. Es suyo, sí, y amarillo pero tiende ya a dorado; hay ausencia en los blancos pero ya aparece el calor del rojizo; han desaparecido las aristas y sólo quedan las curvas; y descienden unos hilos dorados.., continuación de la fusión...
La pradera, a sus pies como la tierra, es una impresión de vida y color. Juega con el efecto de colores adosados para dar la impresión de otro. Es fresca, relajante, nos sirve de apoyo.. Pero no soporta toda la escena; la pareja está al borde del precipicio.. Ella especiálmente. La relación siempre es arriesgada.. Quizás por eso el hombre envuelve en su abrazo, quiere proteger.... ¿o someter?.
El fondo de la escena, pintado en ocre y nada plano -con continuas variaciones tonales-, lo desarrolla con pequeñas pinceladas paralelas, verticales. Resalta así la importancia de los personajes y les sirve de apoyo.. Es su entorno, su mundo, lo que les rodea, donde depositan sus ilusiones.., esos pequeños puntos de luz. Llama la atención que tanto al lado del hombre como de la mujer esté tachonado de luz, pero sólo en el de la mujer aparezcan, otra vez, rectángulos, con sus aristas... Apenas destacan pero ya sentimos su presencia....
Sé que me quiere decir algo; que en esa escena ha simbolizado un pensamiento. ¡Tiene tanta luz!. ¡Resplandece!. Parece que la iluminación nace de los vestidos del hombre y la mujer en lugar de provenir de un lugar externo.
No apreciamos como es la cara del hombre; es indiferente. Es hombre, eso basta. Por contra, la mujer está descrita con mimo, como su expresión. Adquiere humanidad, la identificamos como persona mientras que él es un simple esbozo. Klimt parece querer decirnos que, en la relación de pareja, la mujer es quien da carácter, personalidad, humanidad.., a la vivencia.
El entorno del hombre está limitado por un claro rectángulo; lleno de aristas, pues. Fuerte, pero rígido. Capaz de soportar pero, quizás, no tanto de comprender. Su manto, amarillo, luminoso, contrasta con las placas rectangulares -¡otra vez!- negras y blancas que tiene superpuestas. La luz que emana de lo humano contrasta así con la frialdad de la fuerza, siempre angulosa y llena de aristas, y que no admite interpretaciones pues siempre es el todo o nada, blanco o negro, ninguno o todos los colores a la vez.
Ella es jústamente lo contrario. Curvas, modulación, círculos.. La arista está ausente que no la fuerza. No hay extremos; la circunferencia no tiene principio ni fin, la curva tiende a encontrarse a si misma.. No lucha contra la vida -como el hombre que intenta atravesarla con su lanza- sino que se esfuerza en la vida, acomodándose, comprendiendo, modulando, acogiendo.. Sobre su pelo, en la cabeza, estrellas, sueños de amor.. Su ropa ya no es sólo un estallido de luz -amarilla en el manto del hombre- sino que torna a dorada, más cálida. Los colores superpuestos coinciden con los de la pradera; la mujer y la tierra.., reales una y otra. Llaman la atención las áreas circulares "encarnadas"; una sobre el corazón -sentimiento- y otra en las rodillas, postura en la que está, dolorosa, cuando el hombre la rodea...
Interesantísimo el aspecto del manto del hombre, sobrepasados ambos, a la derecha de sus cuerpos. Es suyo, sí, y amarillo pero tiende ya a dorado; hay ausencia en los blancos pero ya aparece el calor del rojizo; han desaparecido las aristas y sólo quedan las curvas; y descienden unos hilos dorados.., continuación de la fusión...
La pradera, a sus pies como la tierra, es una impresión de vida y color. Juega con el efecto de colores adosados para dar la impresión de otro. Es fresca, relajante, nos sirve de apoyo.. Pero no soporta toda la escena; la pareja está al borde del precipicio.. Ella especiálmente. La relación siempre es arriesgada.. Quizás por eso el hombre envuelve en su abrazo, quiere proteger.... ¿o someter?.
El fondo de la escena, pintado en ocre y nada plano -con continuas variaciones tonales-, lo desarrolla con pequeñas pinceladas paralelas, verticales. Resalta así la importancia de los personajes y les sirve de apoyo.. Es su entorno, su mundo, lo que les rodea, donde depositan sus ilusiones.., esos pequeños puntos de luz. Llama la atención que tanto al lado del hombre como de la mujer esté tachonado de luz, pero sólo en el de la mujer aparezcan, otra vez, rectángulos, con sus aristas... Apenas destacan pero ya sentimos su presencia....
Dedicado a Cristina
2 comentarios:
Pasión. En el rostro de la mujer veo sensualidad, como si en ese momento le recorrieran escalofríos de pasión, pero a su vez emana una enorme ternura, en cómo rodea el cuello de su amante con su brazo, en cómo se sujeta a la mano delicadamente. El precipicio de las pasiones, no hay peligro, saben equilibrar el vértigo con el inmenso amor que se profesan. El hombre sabe ser firme (la mano que sujeta la barbilla) y delicado (la otra mano). Se sostienen uno al otro.
Muy cierto Tha. Sientes la obra
Publicar un comentario