Entraron cuando yo llevaba ya un rato sentado. Padre e hija; esta, niña en esa edad que apuntan ligeramente los pechos sin abandonar la infancia, érase alguien a los juegos de un móvil pegada y el padre, típico hombre gris, en jersey y vaqueros gastados, con gruesas gafas sin estilo, de canoso pelo revuelto, era la imagen de haber perdido toda batalla, aunque físicamente siguiese vivo. Parecían considerar que tomar un sandwich era una fiesta.
El padre hablaba al principio a la niña casi constantemente, mientras esta, sentada en postura de loto sobre el sillón corrido que bordeaba las mesas, se dedicaba a jugar a no sé que en el móvil sin mirarle; resaltaban su infancia tanto los colorines de una margarita de punto que adornaba el móvil de tono chillón como el entero desapego que mostraba hacia su padre.
El hombre preguntaba..: ¿qué tal el cole, cómo te va con las amigas, quieres ir al cine, ..?. Deduje que, como otras parejas similares que había en la sala, era un padre que tras la ruptura con su pareja salía con su hija cuando le tocaba. Paternidad a fecha fija, como la de alguna otra mesa como la de nuestros protagonistas, ocupadas por un adulto y su hijo.
Poco a poco el padre fue siendo vencido por el silencio de la hija y la ausencia de su mirada. Su presencia era invisible para la niña y esta era sorda a su palabra. La cara del hombre adquirió poco a poco una expresión ausente, mezcla de agotamiento y de tristeza. La niña dejó de jugar y dirigió al suelo la mirada. El padre dirigió la mirada al infinito, sobre toda cabeza, con los ojos bien abiertos. Y así quedaron cuando me fui...
1 comentario:
¡Pobre niña y pobre padre! Hay muchos así.
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