Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

sábado, 2 de febrero de 2008

Pensando en un fracaso, anticipando ...

Voy a contaros lo que pienso sobre un fracaso. Algo adelanté en este artículo. Estos días veo como algún amigo vive hoy lo que yo experimenté ayer. Me entristece. Como ya dije, no se ni cual es la solución ni como conseguir mejorar las cosas. Pero siempre será mejor compartir mis ideas, tanto por si al leerlas alguien se siente acompañado como por cualquier aportación que pueda ayudarnos a comportarnos mejor.
Ancianos. Nuestros padres, quizá alguien que no tiene otra familia que nosotros. Personas que han alcanzado una edad en la que se deteriora la capacidad del individuo y que, en consecuencia, necesitan ayuda para que su calidad de vida no se sitúe en un nivel humanamente indigno.

Lo primero que mantengo es que hay que distinguir entre quienes precisan ayuda y aquellos que buscan vivir con más comodidad a costa del sacrificio ajeno. Y para arrear cantazos nada mejor que dárselos uno mismo. Cumpliré dentro de unos meses 60 años.. Curiosa edad.. Me están pagando desde los cincuenta por "tocarme las pelotas" -maravillas de la prejubilación-.. España es rica, sin duda. Y bastante mema, por no decir que tonta del mismísimo culo; solo los descerebrados pueden considerar que merece la pena soportar el coste económico de una generación improductiva.
No es ese el camino. La sociedad, y cada uno de nosotros, debe poner toda la carne en el asador para mantener activas a las personas y hay que exigir a estas que no se rindan cuando aún tienen fuerza. Cada persona es valor añadido, riqueza, y a la vez gasto; mientras aquella fluctúa este aumenta constantemente. Jodidos vamos si desdeñamos el gasto y no aportamos riqueza.

Dicho esto, centro mi pensamiento en el anciano que nos necesita. Y para mayor claridad, en nuestros padres. El resto del elenco lo limito a los hijos, por aquello de disponer de un modelo que pueda analizar con sencillez.

Como creo que dejé claro en el artículo que enlazaba, lo idóneo para el anciano es seguir viviendo en su casa, con sus cosas y recuerdos. Pero eso implica que viva solo y más tarde o temprano esto no será posible. Necesitará ayuda para resolver determinadas tareas y compañía para ahuyentar la soledad. Por lo tanto.., o se mueve él hacia sus hijos o estos hacia él.
Estos hacia él.. ¿Y qué ocurre con sus trabajos?; ¿y si viven en lugares distintos?. Ya no se trata de aquella familia plurigeneracional que vivía en la misma casa desde hace años... Para comprender bien nuestras dificultades hay que evitar a toda costa engañarse o suavizar los problemas. Hoy no es posible abandonar nuestro trabajo so pena de que en lugar de un anciano al que ayudar nos encontremos ante este y alguno de sus hijos en la misma situación.
Si el anciano vive en otra ciudad o pueblo, podría darse el caso de que sus hijos -uno o varios- cambiasen su lugar de residencia para atenderle y que encontrar trabajo no fuese un problema. Eso implica que los miembros de la familia del hijo que se mueve alteren sus vidas, modifiquen su realidad presente y sus expectativas de futuro. No nos engañemos. No cabe liquidar tal problema con un gesto desabrido y exclamando: "¡Pues eso es lo que les toca!". Ignorar a las personas solo conduce a un estrepitoso fracaso.
¿Solución?. Si no es que el anciano abandone su casa y su vida... No se me ocurre otra. Y aquí si que os pido que leáis despacio mi experiencia en aquel artículo enlazado. Y penséis..

Bien. Ya tenemos al anciano atendido por uno de sus hijos. Con todo el amor del mundo. Hagamos un inciso.. Pensemos, solo pensemos, que en el nuevo hogar conviven otras personas.. Nuera, yerno, nietos, quizá consuegros... No va a ser fácil. Tiempo al tiempo....
Poco a poco afloraran distintas opiniones, criterios, costumbres, .... Es necesario muchísimo tacto y sentimiento para convivir con éxito. Desterrar orgullo, soberbia y egoísmo. Saber perdonar, transigir constantemente... Y como será un milagro que logremos plenamente lo anterior, ¡intentadlo!, por lo menos intentadlo.
Y creo que los que vamos siendo mayores nos tenemos que mentalizar que la antigüedad es un grado, bien lo se, pero que solo se puede aplicar para ayudar a los demás y no en beneficio propio, como escribe Alexander Solschenitzin en "El primer círculo".

¿Y los otros hijos, hermanos de quien atiende al anciano?. Bien digo, hijos, que en España parece que solo tengan que cuidar a los ancianos las mujeres. Pero eso da para otro artículo..
Lo primero que estamos obligados a comprender todos es que el anciano, mal que nos pese, es indivisible. Y este axioma nos permite establecer un teorema: A la vez, solo puede estar en la casa de un hijo. Y de este teorema desarrollamos el siguiente corolario: Que el hijo con el que está tiene que asumir la situación, pues es imposible que el tenga a sus padres mientras la carga de su presencia la soportan sus hermanos. ¡Imposible, imposible!. O sea, que calla la boca de una puta vez y deja de quejarte. Si no puedes más, lo comprendo; trátalo con tus hermanos y buscar apoyaros mutuamente.
Pero si consideras que tus padres son propiedad privativa tuya, casi como la pluma y el coche, no te quejes. Si quieres ser maniático y disfrutarlo, paga el precio como un hombre de pelo en pecho, con la boquita bien cerrada.

El hogar que acoge al anciano tiene su ritmo y las personas que viven en él sus costumbres. Se encuentran cómodos, se relajan, siguiendo sus rutinas.. Pero hete aquí que los otros hijos quieren visitar a sus padres, estar con ellos, sentirles, darles un beso y un abrazo ....
Y allí llegan, de visita... Las primeras veces, sonrisas ..; luego, según pasa el tiempo, acaban llegando las malas caras.. "¿No se dan cuenta de que molestan?; no he podido ver El Tomatazo en la tele". Además, la manía de recibir -tan española- hace que la señora de la casa saque un mantelito horrendo para servir café y pastas...
A veces discuten los hermanos. Les aconsejaría que hiciesen lo que hacíamos en la Academia, cuando éramos cadetes del Ejército. Si necesitabas vértelas con alguno, te citabas con él por la noche en la arena del picadero de Caballería, solos, sin testigos. Y allí se arreglaban los malentendidos; algunas veces mediante explicaciones, la mayoría a bofetada limpia. Desahoga. Y queda uno tan amigo.
Lo que queda mal es pelearse a gritos delante de tu madre. Primero, con sus pocas fuerzas, intenta calmaros. Luego, llora en silencio. No es precisamente el mejor modo de entretener a nuestros padres...
¡Qué no, coño, qué no!. Con lo fácil que es hablar... "Pepi, guapa, ¿os parece bien que esta tarde vayamos a las cinco a vuestra casa y nos quedemos con el paspas mientras os váis al cine y descansáis?". ¡Qué no es tan difícil!.
Pues si, es difícil. "¡Qué dirán si me ven en el cine sabiendo que mi madre está griposa!". Joooooooder. Ya estamos. Pero recontracarajolaórdiga.., ¿tú has hecho lo que debes?, ¿está con tu hermano?, ¿qué le importa a esa hija de la gran puta la intimidad de tu familia?.
¡Aaaaaah!. Tu educación religiosa..; ya. Que te sientes en pecado..; como yo cuando me hago una gallarda... Pues ya va siendo hora de que te aclares. Por si te ayuda, estoy terminando de leer "Jesús de Nazaret", de un tal Joseph Ratzinger. Y mantiene que el Espíritu Santo es sinónimo de Alegría; la alegría de Dios. El Innombrable, pues le llamemos como le llamemos no alteraremos nunca su Esencia, es limpio y alegre. Y nos hizo a su imagen y semejanza. Y creó la Vida. Una Vida para que la disfrutásemos.
Luego nosotros pusimos la mierda. Así que cada vez que huele mal, huele a nosotros. Nunca a Dios. Como esos que se preguntan porque permite la matanza de ... Coño, que lo he visto de cerca y os aseguro que el cuchillo lo empuñaba un antiguo carnicero y no un ser divino. Somos libres, libres, queridos míos, para bien y para mal. De eso trata este artículo. No le echéis a otro vuestras culpas. ¡Queréis ser libres!, ¿verdad?; pues asumid las consecuencias. ¡Con dos cojones!. U ovarios, que tanto da.....

11 comentarios:

Silvia dijo...

Tu artículo me ha hecho recordar muchas cosas de cuando tuve a mi abuela paterna viviendo en casa. Las más tristes, ver su expresión cuando mis tíos discutían o la que se le quedaba cuando tenía que irse a casa de otro de sus hijos, como su fuera una falsa moneda que de mano en mano va. Pero hubo muchos más momentos alegres y divertidos que esos tristes y gracias a tu artículo, he sonreído al recordarlos.
Quizás sea una ventaja no haber recibido una enseñanza religiosa formal. O más bien, que las personas que me enseñaron me mostraron a un Dios como el que describe Ratzinger que a un Dios "jefe" o a un Dios "empleado de almacén" al que sólo pedirle y nunca agradecerle.
Un beso

Oshidori dijo...

Artículo redondo, amigo Turu. Has puesto con la precisión de un cirujano el bisturí en cada una de las heridas. Magnífico.
Si las personas olvidáramos egoísmos y actuásemos con Amor, el camino sería otro.

Anónimo dijo...

Ay Turu,Turu,ya hablaremos tú y yo
que hoy es muy tarde.Por cierto,y esa nueva? Currinche.

aldara san lorenzo dijo...

Los esquimales... ¿sabes? ...cómo les entiendo! -Cuando se veían inútiles para cazar, para valerse sin tener que pedir ayuda... caminaban en el hielo y, lejos, se sentaban a esperar que este congelara su corazón.

Yo no tengo mayores, y bien que lo siento. Que vengo de una familia como un clan, inmensa y abierta, donde todos caben y donde hay tortas por "quedarse" con el que llegue, y festejarlo, y cuidarlo. Pero morimos jóvenes y no tenemos la suerte de poder acoger a esos que fueron nuestras queridas personas mayores. ¡fíjate, aquí yo, con todo el cuerpo cruzado en señal de "ojalá, ojalá... tuviera yo esa suerte de esas presencias queridas, que mientras existen te hacen sentirte parte de una historia de tu vida", deseando esa situación, que otros abominan!

Mis mejores recuerdos son los de las estancias de mis abuelos o tías abuelas (infinitas), en casa de mis padres. De cómo se volcaban mis padres para que ellos, los mayores, estuvieran cómodos y no se sintieran "de prestado". Era... la delicadeza. La sensibilidad y el agradecimiento, lo que yo veía en mis padres.

....y puedo decir, con todo el cariño, que una de mis abuelas era "la guerra" (movilizaba perros, cambiaba horarios, se quedaba con el mando de la tele... peroooooo.... estaba ahí, increible en su presencia, honrándonos a todos).

Hemos perdido, creo, en esta sociedad nuestra de culto a la belleza y a la juventud eterna... el valor de los viejos: la honra, la sabiduría, el respeto y la asumpción de la autoridad de los mayores.
Ya no es un grado... es un handicap. ¡El mundo al revés, Turu!

........pero hay algo que sé (yo, que ya no tengo a nadie mayor) que NO SE PUEDE consentir una sóla lágrima, un mínimo sufrimiento por nuestra culpa de alguien mayor, que depende de nosotros.

Y lo que cuentas... es lastimoso.
Lo siento mucho, por tí, a quien sé que duele.

Un beso, queridísimo,

;-))

Luis Caboblanco dijo...

Problema en cierto modo irresoluble planteas. La sociedad de hoy no es precisamente respetuosa con los ancianos, a los que se ve poco menos que como vivero electoral. Y en cuanto a las personas que entiendan como propia una obligación y decidan ejercer la responsabilidad, esa misma sociedad no pone mas que cortapisas laborales, profesionales y incluso ideológicas. No se muy bien como atacar el problema, no se...

alelo dijo...

Ante estos casos yo siempre me acuerdo de la historia que contaba mi tía:

Un hijo le entregó una manta a su padre para que no tuviera frío en el asilo. Entonces el padre partió la manta por la mitad ante la cara de asombro del hijo, que le preguntó ¿por qué hacía eso?

El padre, muy tranquilo, le entregó una mitad y le dijo: Te hará falta cuando tu hijo te tenga que llevar también a ti a un asilo. Así tampoco pasarás frío.

Anónimo dijo...

Se hace difícil el equilibrio para no dejarse “esclavizar” en extremo por una situación que supone a ambas partes, en el caso que describes, una circunstancia vital estresante. Yo no le encuentro remedio, es complicado. Te toca pasar por ello y no hay estrategia que nos descargue de la responsabilidad moral, de los errores y las improvisaciones… no hay dos vejeces iguales porque no hay dos vidas iguales y cada generación envejece de distinta forma. Lo que no se nos ocurre pensar es que somos envejecibles desde que nacemos. Pero, en términos generales, seguimos siendo novatos en todas y cada una de las etapas que nos toca vivir y si en nuestro carril vital nos plantan una señal de servicio senil obligatorio, abrimos la boca para que nos metan la pildorita. El modelo de familia ha cambiado, pero el “modelo” de vejez sigue estando plagado de prejuicios, a los que hay que añadir que, montada como está la vida para el día a día, la experiencia ya no es un valor.
Se me ocurre pensar que lo mismo que no hay enfermedad sino enfermos… no hay vejez sino viejos que la viven y la sienten de distinta manera. Que tienen derecho a que así sea ¿La vejez la hacemos o nos la hacen? Si nos la hacen…la sociedad impone dos modelos: el de la pura decadencia y la invisibilidad social discriminatoria o el modelo idílico del como debe ser ejemplarizante que el yayo se tire en paracaídas con 80 años. ¿Se puede vivir la vejez según la sientas y no como sujeto paquete u objeto de contemplación?

Estoy completamente de acuerdo en que deberíamos prescindir del ritual de la jubilación, es un ritual de sumisión en el que aceptamos la etiqueta colectiva de gente pasiva, carga social o familiar. Además, de ese invento sólo “disfrutáis los hombres; las mujeres no nos jubilamos nunca, sí lo hacemos en el ámbito público pero no en el privado. Creo que las incapacidades físicas, hay que aceptarlas e ir afrontándolas como vienen y del corazón nos sale a los hijos aliviarlas, sin que los mayores renuncien a su independencia, animándoles y contribuyendo de la mejor manera posible a que no renuncien a ella, lo horrible es que una persona pase a depender moralmente de los demás sin poder decir siquiera esta boca es mía, tener que asumir el rol de tutelados pudiendo aportar mucho a la familia y a la comunidad.

Turulato dijo...

Permitidme.. Creo, de verdad, que aparte de aspectos materiales que tanto influyen, lo esencial del asunto es el amor.
Hay gentes que han sido educadas en la creencia, para mi falsa, de que el solo hecho de nacer en una familia asegura comportamientos futuros de quien nace hacia sus mayores.
Por el contrario creo que una familia es un cultivo de amor. No de nacimientos. Eso de "es de mi sangre" es incomprensible para mi.
Y muchos de los problemas son la consecuencia última de vidas en común sin suficiente amor.

Mar dijo...

Cuidar de nuestros mayores es un honor y también un acto de amor, como el de ellos cuando nos atendieron a nosotros.
Poco más que decir, lo has dicho tu todo y estoy completamente de acuerdo.
Muchos besoss

siouxie dijo...

Mira que a veces mi madre me desespera cuando se pone a discutir y se le pelan los cables!, pero no quiero imaginarme una vida sin ella. No quiero vivir sin mi madre. Ella lo sabe. Cuando discutimos mucho, le digo: !pues puede que yo no te guste tanto como tú me gustas a mí, pero chincha rabia que estarás conmigo hasta que decidas morirte, porque no pienso dejarte escapar facilmente :P !.
No es una madre dócil, me ha salido muy sargenta, qué digo sargenta, de comandante parriba. Pero es la mia mamma :). La admiro y la quiero con locura, aunque por supuesto discutamos y discutamos y discutamos...... He vivido hasta a 400 kms de distancia de ella, pero en un mundo lleno de teléfonos, trenes ave y autovías, para mi madre no hay distancias: Si tiene ganas de discutir, no hay escapatoria :P

Unknown dijo...

De nuevo hablas sobre un asunto que, tarde o temprano, nos termina afectando a casi todos. Yo creo que la cuestión no es tanto la mayor o menor capacidad de sacrificio o de amor que tengamos cada uno a la hora de atender a nuestros mayores, ni siquiera que nuestra vida durante una temporada más o menos larga se vea limitada por sus cuidados. El problema es que les vemos sufrir, que comprobamos cómo han envejecido, con lo que eran, que vemos en sus rostros nuestro propio envejecimiento. Y además, el problema profundo de nuestra culpa si tenemos alguna vez pensamientos poco dignos de ser contados en voz alta, ráfagas de sensaciones que ni siquiera nos atrevemos a escuchar. Dolor.