Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

sábado, 10 de noviembre de 2007

El caballito gris

Llueve. Desde el mirador se domina la plaza. Allí se montan las atracciones durante las fiestas. El niño, quieto, pone toda su atención en percibir su llegada. "Aguado"; sabe de memoria el nombre de los feriantes y distingue su camión en la distancia.
Obscurece. Un día más. Esperará. Siempre espera. Y lee. O mira, tras el cristal, los juegos de la calle.
Se levanta cuando las ruedas del carro del lechero cantan con los adoquines. La cocina es aroma de tahona candeal. Silencio; ruido de cacharros. Sale de prisa hacia el mirador.
Sol de agosto. Compran de mañana en el mercado las mujeres. Nada. La tarde, imaginando. Fajándose con el tiempo. Tras el cristal, ve pasar a la niña rubia.
El niño se funde con el mirador. Oye un motor, unas voces, gira la cabeza; el viejo camión rojo. Huye el hambre, desaparece el sueño. Llegó su sueño.
Cual director de orquesta, se anticipa un segundo a todo movimiento, soñado de tan vivido. ¡Allí está!. Entrega la mirada al caballito gris. Su caballito. No es feliz, pero tiene un amigo.
Cuando hay poca gente, baja a hablarle. El caballito gris escucha en silencio. Sueños. A veces, con unas perras, sube y monta un viaje. Se agarra, firme, a su amigo. Nada dice. Siente.
Otras veces suben otros niños. A su caballito. No se enfada; comprende. Su mirada, triste y más tierna. Dulce y amarga.
Acabó la feria. Donde había vida, vacío. Reina lo normal. El año que viene....
Será mayor. Ya será .....

4 comentarios:

Anónimo dijo...

También para nosotros el tiempo se agrietaba en la espera, como un luto anticipado… sospechas lo fugaz, la lluvia trae ese olor fecundísimo que ventea el alma del niño como un barrunto. Así se fue la infancia, en el preciso instante en que todo es criatura, cuando sacamos la mano hacia la lluvia para celebrar que resbale en el agua todo lo que hemos sido, el niño muerto con el que todos convivimos. Nada dijimos, para qué… el caballito gris, ya sabía… un espacio por explorar como si nadie te quisiera, solos y sin nosotros mismos … y con fronteriza disposición mañana será…otro ruido, otro palpitar otro soñar mientras nos resistimos a la pura utilidad, asumiendo el incesante tránsito.
Un abrazo

Cobre dijo...

Este dulce y tímido niño será un gran gran hombre cuando se haga mayor. No hay duda.

Me ha recordado la letra de una canción cuyo estribillo dice: "Niño aprende que eres diferente, niño resiste niño se fuerte, se indiferente al rechazo de la gente inculta, y levanta esa preciosa cara sucia", y en la que se oye de fondo la voz de una famosa actriz que dice: "Dime niño de mi vida, yo te curo tus heridas, dime niño de mi amor, de esas injurias te limpio yo" .

Besazos, Tururú precioso

Anónimo dijo...

¿Será el otoño que nos trae memorias del tiempo? La nostalgia de nosotros mismos. Caballito que gira incansable en torno a un eje que parece inmóvil; caballito gris, el más solitario, que nos llevaba por espacios infinitos. Pero ese carrusel también se escapa. ¿Es el tiempo un círculo? Hay que volver a ser un niño para sentir el alma inundada y la mente repleta de ensoñaciones de futuro. Pocos saben, pero sin eso nunca podremos estar de nuevo vivos.

¡Esto es poesía! Poesía íntima de alguien que va trazando finamente con su recuerdo en nuestra memoria el tacto caliente del caballito de feria que soñamos en nuestra infancia, el vértigo de la rueda, el olor crujiente de aquella manzana roja de caramelo, o la nube rosa que se desvanecía en la boca, vacía, y que desengañaba nuestro anhelo de hermosura…

Anónimo dijo...

Vuelvo a leer el artículo. Es que me ha gustado, de verdad, me ha gustado mucho.

Creo que es un excelente comienzo para una novela. Novela moderna, no como las de antes. Novela que desde las memorias del que la escribe nos relata una época, que o conocemos o nos gusta conocer, y nos la recrea con su mirada.

Lo que importa no son los recuerdos de uno, sino su reelaboración literaria, que puede ser un poderoso instrumento de creación en la memoria del lector. Así, en colectivo, se hace arte. Y, además, uno purifica sus recuerdos: ahora son de todos. Y, lo mejor de todo, el que escribe puede modelar y modular la realidad. ¡Faltaría más! ¡Que para eso es el "autor"!

¡Hasta el título es bueno!: "El caballito gris".