Eso, mi pata. Que no hace cuá cuá, sino que es una de las dos que me permite caminar e ir dando mal por ahí. Hace unos años publiqué "La tragicomedia de Patachunga"; toca ahora continuar relatando lo sucedido estos días en mi azarosa existencia de retirado. Tenía que prepararme de algún modo para celebrar el día del Pilar, porque tal y como van las cosas -¡la virgen qué tropa!- estoy convencido de que las eminencias que nos dirigen solo son capaces de enmerdar cada día más las cosas de España y creo que solo el Cielo podrá reorientar el asunto.
Como relaté en "La Tragicomedia", a Patachunga le pusieron una prótesis integral de cadera; titanio, no se crean, que no llegaban los maravedís para el paladio, ni otras virguerías. Y disfruté tanto de la experiencia que hace unos días repetí. Dado que la anestesia es, en principio, epidural (no confundir con radicular) disfrutas como un gorrino de como los cirujanos te meten mano. Como un gorrino, porque sospecho que se parece a la matacía esa de los gochos que suele hacerse en España; y que meten mano no es una sospecha sino una certeza absoluta, pues ni en mis mejores tiempos de mozo salido de madre lo hacía con tal furor como los señores esos que tan pronto se visten de verde como de azul. Lo de verde debe ser para que creas en la esperanza y lo de azul, en la pureza.... ¡A rezar pues, maños!.
No quiero cansarles describiendo la sensación que produce oler a hueso quemado -¿recuerdan el olorcillo vaporoso que perciben cuando el dentista les mete el torno hasta el garganchón y convierte una muela en polvo?. Pues eso. Tampoco les cansaré hablando del bamboleo del cuerpo cuando la emprenden a matillazos con el fémur, ni de la habilidad con la grapadora del cirujano, que parece que el hombre inventó la ametralladora. En fin, pequeños detalles que adornan el cuadro.
Cuando han terminado contigo y te sacan del quirófano, un camillero te traslada por los pasillos con un dominio sorprendente para evitar chocar con las esquinas y a una velocidad que no será alta, sin duda, pero que, dado que las referencias físicas son paredes y techos que se deslizan con demasiada rapidez para mi gusto, logra que el paciente -yo- llegue a la UCI/UVI con un pedo monumental. Y si es para tal fin prefiero darle al Pisco Sour....
Y entonces disfruto al fin. Me sitúan en un aparcamiento desde el que no podía cotillear a otros invitados, pero me permitía observar el gran teatro vital que es semejante lugar. Y se pone uno a meditar... ¿No vendría bien alegrar aunque fuese solo un poco semejante cortijo?; los suelen situar en un sótano, habitación sin vistas donde las haya; lo pintan de gris, tono alegre que te rilas; y por si alguno de los residentes aguanta, te rodean de máquinitas que pitan y te "pretan" el cuerpo cada 10 minutos, logrando que no descansen más que los que están más p'allá que p'acá, En fin..
Recordé lo que ya contó Patachunga sobre aquellos tiempos jóvenes en que tuve un vuelo de apoyo a cierto hospital; formaba parte temporalmente de la tripulación un joven médico intensivista aragonés más somarda que el que inventó el término. Me contaba el hombre que en aquel hospital se había inaugurado no hacía mucho la UCI y que al principio, como no habia especialistas y nadie suspiraba por hacerse cargo de la misma, habían encomendado tal responsabilidad al estomatólogo. Un encanto. El capellán, enterado de la existencia de un lugar desde el que podía accederse a los cielos, decidió colaborar y presto a salvar almas, se revistió como es propio de su ministerio (no sé si se dice así, pero ustedes se hacen una idea), formó a los monagos y los dotó de campanillas de esas que requiebran al mínimo movimiento, además de poner como cabo de gastadores a uno de ellos con la cruz alzada. Y tal procesión se dirigió rauda a aquella UCI; abrieron la puerta de un empellón y penetraron a toque de campanillas y envueltos en sahumerio. "Los cinco que había de cardiología cascaron en el primer instante", rememoraba el joven séneca intensivista.
Como siempre divago. Ya me perdonaran, pero es que a estas alturas uno tiene bastante lleno el saco de lo vivido y se escapa el contenido. Sigo. Me sitúo; en la UVI/área de la UCI.. Observo.. Capta mi atención una rubia de ojos grandes y mirada clara, alta y con tipazo, que sin duda es la que manda allí. En poco tiempo dejo de lado su físico y me conquista su buen hacer. Incomprensible. No para de trabajar, pero lo hace serena; descubre rápidamente los fallos que cometen las enfermeras que la acompañan y, ¡oh maravilla!, no solo las advierte del error, sino que las instruye sobre como realizar el trabajo para que resulte como es debido y todo ello con calma, sin irritarse ni crispar a nadie. Y eso que contemplándola mi vieja sabiduría concluye que es personalidad de fuego apasionado, una mujer que es todo carácter y claridad.
Viene enseguida a saludar a este, su nuevo cliente. Sé que está de trabajo hasta las ....., pero se detiene a mi lado como si lo único que le interesase en esta vida fuese como me encuentro. Regala sosiego y te devuelve la sensación de que eres una persona personalmente, que diría mi admirado Catarella, y no una línea en un listado. Me hago pequeñín y ella grande. Personas así son un regalo de la vida y ella una especie de hada que ayuda a que la realidad se ilumine cuando sonríe.
Llega Fernando Alonso, el habilidoso conductor de mi cama por los pasillos y en un plis plas me devuelve a mi habitación en la planta. Pasan los días y aquí me tienen, contando lo vivido; no tanto para informar de si hago esto o lo otro, cual moderno/a/a/o, sino para reconocer a quien lo merece, como he hecho malamente en los dos párrafos precedentes. El resto, palabras para camuflar la verdad al lector, como hacía cuando me examinaba "long time ago"
Como relaté en "La Tragicomedia", a Patachunga le pusieron una prótesis integral de cadera; titanio, no se crean, que no llegaban los maravedís para el paladio, ni otras virguerías. Y disfruté tanto de la experiencia que hace unos días repetí. Dado que la anestesia es, en principio, epidural (no confundir con radicular) disfrutas como un gorrino de como los cirujanos te meten mano. Como un gorrino, porque sospecho que se parece a la matacía esa de los gochos que suele hacerse en España; y que meten mano no es una sospecha sino una certeza absoluta, pues ni en mis mejores tiempos de mozo salido de madre lo hacía con tal furor como los señores esos que tan pronto se visten de verde como de azul. Lo de verde debe ser para que creas en la esperanza y lo de azul, en la pureza.... ¡A rezar pues, maños!.
No quiero cansarles describiendo la sensación que produce oler a hueso quemado -¿recuerdan el olorcillo vaporoso que perciben cuando el dentista les mete el torno hasta el garganchón y convierte una muela en polvo?. Pues eso. Tampoco les cansaré hablando del bamboleo del cuerpo cuando la emprenden a matillazos con el fémur, ni de la habilidad con la grapadora del cirujano, que parece que el hombre inventó la ametralladora. En fin, pequeños detalles que adornan el cuadro.
Cuando han terminado contigo y te sacan del quirófano, un camillero te traslada por los pasillos con un dominio sorprendente para evitar chocar con las esquinas y a una velocidad que no será alta, sin duda, pero que, dado que las referencias físicas son paredes y techos que se deslizan con demasiada rapidez para mi gusto, logra que el paciente -yo- llegue a la UCI/UVI con un pedo monumental. Y si es para tal fin prefiero darle al Pisco Sour....
Y entonces disfruto al fin. Me sitúan en un aparcamiento desde el que no podía cotillear a otros invitados, pero me permitía observar el gran teatro vital que es semejante lugar. Y se pone uno a meditar... ¿No vendría bien alegrar aunque fuese solo un poco semejante cortijo?; los suelen situar en un sótano, habitación sin vistas donde las haya; lo pintan de gris, tono alegre que te rilas; y por si alguno de los residentes aguanta, te rodean de máquinitas que pitan y te "pretan" el cuerpo cada 10 minutos, logrando que no descansen más que los que están más p'allá que p'acá, En fin..
Recordé lo que ya contó Patachunga sobre aquellos tiempos jóvenes en que tuve un vuelo de apoyo a cierto hospital; formaba parte temporalmente de la tripulación un joven médico intensivista aragonés más somarda que el que inventó el término. Me contaba el hombre que en aquel hospital se había inaugurado no hacía mucho la UCI y que al principio, como no habia especialistas y nadie suspiraba por hacerse cargo de la misma, habían encomendado tal responsabilidad al estomatólogo. Un encanto. El capellán, enterado de la existencia de un lugar desde el que podía accederse a los cielos, decidió colaborar y presto a salvar almas, se revistió como es propio de su ministerio (no sé si se dice así, pero ustedes se hacen una idea), formó a los monagos y los dotó de campanillas de esas que requiebran al mínimo movimiento, además de poner como cabo de gastadores a uno de ellos con la cruz alzada. Y tal procesión se dirigió rauda a aquella UCI; abrieron la puerta de un empellón y penetraron a toque de campanillas y envueltos en sahumerio. "Los cinco que había de cardiología cascaron en el primer instante", rememoraba el joven séneca intensivista.
Como siempre divago. Ya me perdonaran, pero es que a estas alturas uno tiene bastante lleno el saco de lo vivido y se escapa el contenido. Sigo. Me sitúo; en la UVI/área de la UCI.. Observo.. Capta mi atención una rubia de ojos grandes y mirada clara, alta y con tipazo, que sin duda es la que manda allí. En poco tiempo dejo de lado su físico y me conquista su buen hacer. Incomprensible. No para de trabajar, pero lo hace serena; descubre rápidamente los fallos que cometen las enfermeras que la acompañan y, ¡oh maravilla!, no solo las advierte del error, sino que las instruye sobre como realizar el trabajo para que resulte como es debido y todo ello con calma, sin irritarse ni crispar a nadie. Y eso que contemplándola mi vieja sabiduría concluye que es personalidad de fuego apasionado, una mujer que es todo carácter y claridad.
Viene enseguida a saludar a este, su nuevo cliente. Sé que está de trabajo hasta las ....., pero se detiene a mi lado como si lo único que le interesase en esta vida fuese como me encuentro. Regala sosiego y te devuelve la sensación de que eres una persona personalmente, que diría mi admirado Catarella, y no una línea en un listado. Me hago pequeñín y ella grande. Personas así son un regalo de la vida y ella una especie de hada que ayuda a que la realidad se ilumine cuando sonríe.
Llega Fernando Alonso, el habilidoso conductor de mi cama por los pasillos y en un plis plas me devuelve a mi habitación en la planta. Pasan los días y aquí me tienen, contando lo vivido; no tanto para informar de si hago esto o lo otro, cual moderno/a/a/o, sino para reconocer a quien lo merece, como he hecho malamente en los dos párrafos precedentes. El resto, palabras para camuflar la verdad al lector, como hacía cuando me examinaba "long time ago"
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