Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

jueves, 3 de septiembre de 2015

El anillo

El hombre está quieto a fie firme en la acera de la calleja del casco viejo frente a la iglesia románica de Santiago. Como siempre observa para distraerse la vida de la gente; normalidad, aburrida existencia. Bajo las arquivoltas de la entrada al templo aguanta y espera un pobre a que salgan de misa los fieles, que ni ellos saben si creyentes. Silencio.. Se abre una puerta, se inicia la salida. Desparrame de carne, carencia de felicidad. Al final, aparece una silla de ruedas que empuja con esfuerzo una mujer; está sentada en ella una mujer que el hombre sabe que cumplirá cuarenta años, de grandes ojos verdes bien abiertos, aunque de mirada perdida. Su boca babea, abierta. Su cuerpo pequeño pesará lo que un niño grande. Su cabeza está sujeta por un arnés y su cuerpo atado a la silla mediante cinchas, para que ni se caigan ni se doblen. Sus pies torcidos, en postura incomprensible. Nadie sabe si su mente vive...

Cuesta subir la silla del nivel del atrio al de la acera, superando la estructura de madera de las puertas de Santiago. El pobre espera,... Ya nadie dejará alguna moneda en su mano, que parece resguardarse en el bolsillo, acabada la jornada. El pobre contempla... Sale la mano de su bolsillo y el mendigo se inclina suavemente al paso de la silla, coge con delicadeza la mano de la inválida y coloca en su dedo un anillo ancho, como de plata.

Y aquellos ojos verdes miran el anillo y se llenan de luz
Y aquella boca se distiende aún más en una sonrisa 

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