El restaurante es sencillo y agradable. Y se come bien, incluso a veces algún plato que sorprende tanto por su sabor como por su originalidad. Pero no les voy a contar nada esta vez sobre la comida ni sobre el local, sino sobre el ambiente; de lo que quiero hablarles es de la gente que me he encontrado allí este mediodía. No lo tomen como crítica, que todos cojeamos de algún lado, sino como mera descripción de semejantes; o sea, que si yo les veo así.., ¡cómo me verán ellos a mí!.
Nos hemos acomodado en una sala donde solo había otra mesa ocupada, en la que esperaban tres personas mayores, de los de la Quinta Edad. Se hallaban junto a la ventana, en la que colgaban de una barra de madera a media altura unas cortinas de tela blanca, con bordaditos, muy monas. Nuestros mayores, con toda naturalidad, habían colgado sus bastones y muletas de dicha barra, imagino que para tenerlas al alcance de la mano. El efecto era sorprendente, tanto desde dentro como desde la calle, pues la ventana parecía el escaparate de una ortopedia.
Pero bueno, al fin y a la postre a todo se acostumbra uno y terminas olvidándote del mostrario -como dice a voz en grito algún gitano del mercadillo-, excepto cuando un abuelo necesita el convoy y soluciona la cuestión descolgando la muleta, trincándola por el pie y sirviéndose de ella para acercar el servicio de vinagreras, cual hábil crupier recogiendo fichas en mesa de ruleta.
Vuelvo a lo mío, unas pochas con almejas, hasta que un alarido me desconcentra. ¿Qué pasa, qué pasa?. Nada importante, salvo que los tres, una mujer y dos hombres, son sordos, deben de tener el sonotone estropeado y en lugar de hablar, gritan como si les fuese la vida en ello. Así nos vamos enterando que son un matrimonio y el hermano de ella, tión; que el hijo del matrimonio les va a joder las Navidades, según clama su tío, pues les dará aquello que no les gusta y que por él, unas sopas de ajo y a dormir.
¿A TI LA VERDURA NO TE VA, EH?, vuelve a la carga el soltero dirigiéndose a su cuñado, que como no le oye sigue a lo suyo, que no es otra cosa que intentar que su dentadura masque los langostinos con aguacate que le han servido, tras aclararle que era eso del aguanosequé, pues creía que era un bicho. Y el hombre va despacio, no porque no le guste lo verde sino porque no tiene dientes y su dentadura postiza es de aquellos modelos de mi juventud, que a cada movimiento se desacoplaban, tocaban una sinfonía e iniciaban una salida triunfal.
Pero dejemos a nuestros mayores, que uno va acercándose a sus filas y cualquier día voy con trompetilla. Además se acaban de sentar en otra mesa un señor de mediana edad y dos mujeres que, sin ser viejas, posiblemente nunca fueron jóvenes, acompañados por un niño de unos cuatro o cinco años, cuya cabeza busca el suelo mientras mira al techo; inténtenlo, inténtenlo.. Mareante.
Serio que te c...., el chaval se marca un paseíllo por el comedor que no lo mejora Manolete en sus mejores días. Torero él, nos mira desafiante según pasa bajo nuestra vista; no cabe hacer juego de miradas, que no se presta, ya que analiza a los comensales cual matarife al gocho por san Antón.
Completan la mesa los jóvenes papás de nuestro manolete, que llegan poco después. De los cinco servicios que tiene la mesa, pues está junto a la pared y no caben más, uno lo ocupa el caballero maduro, otros dos la mujeres que llegaron con él, otro el papá casi treintañero y el que resta, el niño. Su madre, se queda de pie tranquilamente, quizá porque está preñada, puede que porque nunca la consideraron en demasía; y no crean que unos momentos, nooo..
Son padres modernos, que dialogan con el churumbel con tanto interés como algunos le explican al perrito que no ladre y les obedezca. Y el rorro responde de la misma manera, pues se mete debajo de la mesa, se echa en el suelo y se reboza. Por fin sus papás deciden que debe sentarse en su silla -la de calle, con ruedas- para echarse la siesta.., y comienzan a negociar.
Contemplo atónito como para llegar a un acuerdo el papá se dirige a su heredero en inglé. Separa las palabras como Jesús Gil, con su misma soltura, adornándolas con un acento entre baturro y maño. Cada dos o tres se vuelve hacia los adultos restantes y les explica lo más complicado: yes quiere decir si. La madre bípeda ayuda, explicándole en español que tiene que ser bueno.
Al cabo lo sientan en la sillita y el niño se estira al instante con la misma energía que un luchador de grecorromana intentando evitar la puesta de espaldas. Para sosegarle, se sientan todos y se ponen a mascar, mientras la madre -preñada- se va a la calle a pasear al hijo hasta que se duerma. Como no come, digo yo que mantendrá el peso recomendado y el tocólogo estará contento.
Cuando estoy terminando mis naranjas con crema de éclair, entran de nuevo madre y niño, que parece que se ha dormido al fin. No se despierta, pues nadie les hace caso, ni al crío ni a la madre, que se sienta al fin en donde es debido. Y para que no resuelle cubren la sillita con cuanta cazadora tienen a mano, de modo que parece un iglú de colores.
Así que como yo tampoco deseo que despierte, me despido....
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