Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

sábado, 25 de febrero de 2012

El final

La puerta esté enrejada y cerrada con llave. Nos abren y entramos en el hall. Demoledor. Recuerdo inmediatamente los módulos de El Dueso, los corredores, el olor, la penumbra. En el centro, el mostrador y el celador. En los corredores, entre sombras, ancianos sentados miran al suelo con fijeza, perdida la mente en solo Dios sabe donde. Visten jerseys finos, camisas abotonadas al cuello y pantalones anchos ceñidos al sobaco, cintos de cuero, vestidos estampados de tonos grisáceos, chaquetas de punto con pelotillas, zapatillas peludas. Alguno arrastra los pies en busca de un retrete al que nadie sabe si llegará. Dirijo la mirada a los corredores, a las salas.. Viejos, viejos; olor a meaos, poca luz, toses, .... Y según avanzo, miradas que se alzan implorando la casualidad de un encuentro conocido, sea cual sea.

Recuerdo cuando abrí aquella mirilla.. Acababa de entrar en la celda de Sanjurjo y quise comprobar que todas eran similares. Deslicé la tapa de madera de la mirilla y contemplé a través del agujero cuatro paredes desnudas, un catre y un cuerpo acurrucado. Esta tarde -siempre necesité saber- camino y miro. Carnes sin músculo, pieles transparentemente pálidas, cuerpos sin tapar, llagas entre vendas. Soledad. Silencio. Penumbra. Olor a urea.

Me siento a esperar en un pasillo solitario. "Atención, atención, todos los residentes vayan al comedor". Y en un instante se abren puertas y una procesión de viejos se deslizan hambrientos en pos de la leche con galletas. Pasan dos abuelos a mi lado; uno, sordo, pega unos alaridos que aplastan y le sigue otro, cual personaje de Makinavaja, con la cabeza como una bola de billar, la boca hundida y sin dientes, sonriendo constantemente mientras camina debajo de un andador.

Me levanto. Analizo el plano de rutas de evacuación que cuelga en la pared. Descubro que en la misma planta hay un oratorio. Voy ... Abro la puerta. Sillas de escay, una cruz sobre una mesa. Y una abuela de pelo blanco y rostro noble levanta la mirada hacia mí. Dolor, tristeza y Esperanza.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Esperanza.

Inquietud: ¿Qué era este lugar? ¿Qué hacías tú allí, Turulato?

Buena noche.

Anónimo dijo...

Releo mi comentario y no me gusta, Turulato. No necesito respuestas, sólo transmitirte que deseo que encuentres la esperanza tú también. Donde la encontraba ella o en cualquier otro sitio, pero que la encuentres.

Buena tarde.

Unknown dijo...

Recuerdo la primera vez que visité una residencia de ancianos. La regentaban unas monjas. Había plantas y grandes ventanales. Yo tendría unos 13 años. Lujua, creo que era. Sentí una enorme tristeza. Me pareció que recluíamos a los viejos, como para esconderlos. Creo recordar que me daba como vergüenza. No sé si tiene remedio...

currinche dijo...

Yo he estado en algunas residencias(tres )y la verdad ahora son luminosas ,limpísimas y con olor a comida apetecible ,más bien como hospitales ó clínicas ,pero claro supongo que habrá otras sórdidas y sucias ,lo que siempre he encontrado es esa mirada desesperanzada y perdida de las personas que llevaban allí (supongo )mucho tiempo sin visitas de familiares ó amigos.
Yo reconozco que no desearía para mí ese destino ,pero tal como avanzamos no me extrañaría nada ,que me tocara .Rezo para no vivir demasiado ,prefiero irme a quedarme allí aparcada ,Dios sabe cuánto tiempo !!