Veo por la ventana que el cielo está panza de burro; tan lleno de nubes de color gris plomo y tono mate que no puedo apreciar si se mueven o el contorno de cada una. Muere una tarde anodina, una más de las muchas que voy dedicando a pensar. Y recuerdo otra tarde...
Como la mayoría de las tardes por aquellos días estaba solo. Cansado de estudiar, dejé a un lado un manual cualquiera y encendí la tele. La película había comenzado hacía un rato, pero conocía el argumento: una pareja que se quiso y que la vida separó, se reencuentra brevemente y se miran a los ojos...
Lentamente, comencé a sentir los latidos del silencio. Mis ojos comenzaron a contemplar lo vivido tiempo atrás. Mi cuerpo se fue contrayendo sobre si mismo; los músculos se fueron volviendo piedra. Duele. Caricias que fueron tiernas rasgan de ausencia la piel. Miradas de soles congelan el aliento. Alma, corazón y vida quiebran. Y surge el espasmo del llanto. Se dobla el cuerpo. La boca se abre buscando un poco de aire que no encuentra. Vibras sin poder moverte.
Y al cabo surge desde allá adentro, de las mismísimas tripas, un aullido bajo, de fiera herida, que no acaba nunca, que te vacía, que porta el dolor, mano que se tiende sin moverse en busca de la nada. Hasta que el cuerpo se derrumba, sin fuerzas, vencida toda voluntad. Entonces, lloras, recogiéndote sobre ti mismo, acurrucándote, vacío, solo.
Como la mayoría de las tardes por aquellos días estaba solo. Cansado de estudiar, dejé a un lado un manual cualquiera y encendí la tele. La película había comenzado hacía un rato, pero conocía el argumento: una pareja que se quiso y que la vida separó, se reencuentra brevemente y se miran a los ojos...
Lentamente, comencé a sentir los latidos del silencio. Mis ojos comenzaron a contemplar lo vivido tiempo atrás. Mi cuerpo se fue contrayendo sobre si mismo; los músculos se fueron volviendo piedra. Duele. Caricias que fueron tiernas rasgan de ausencia la piel. Miradas de soles congelan el aliento. Alma, corazón y vida quiebran. Y surge el espasmo del llanto. Se dobla el cuerpo. La boca se abre buscando un poco de aire que no encuentra. Vibras sin poder moverte.
Y al cabo surge desde allá adentro, de las mismísimas tripas, un aullido bajo, de fiera herida, que no acaba nunca, que te vacía, que porta el dolor, mano que se tiende sin moverse en busca de la nada. Hasta que el cuerpo se derrumba, sin fuerzas, vencida toda voluntad. Entonces, lloras, recogiéndote sobre ti mismo, acurrucándote, vacío, solo.
¿Han amado?
2 comentarios:
Sí. Y también perdido a quién aún sigo amando.
Conozco demasiado bien esa sensación que describes.
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