Se acercan hacia donde estamos charlando. Son dos. Pálidos hasta la blancura, muy flacos, se alzan poco, de ropas sencillas, oscuras y anodinas. El pelo recortado a lo barrio, extremo, al cero excepto en lo más alto, donde se acumula ensortijado.
Aprovechan la oferta del gimnasio que permite entrar una mañana. No volverán; carecen de toda posibilidad. La monitora les acompaña hasta los vestuarios; caminan deslumbrados, tanto que el más bajo casi entra en el de las mujeres y hay que engancharle por el cogote para que no aprenda lo lejos que le quedan.
Salen, no se si cambiados o de calle, suavemente sonrientes. Se acercan a una máquina de pectorales; luego uno se sienta en la de abdominales. Y en una mirada, solo quedan unos ojos en blanco, un cuerpo menudo que se estremece en rápidas convulsiones..
Le llevan a rastras, colgado de los brazos. Mira y no ve.. Al cabo, se va recuperando. ¿Desayunaste?; dice que algo.. La monitora, que sabe la vida, le pregunta sin agresividad cuantos canutos ha fumado; no es eso; a veces me da en clase..
Más tranquilos, le pregunto a la encargada de la oficina quienes son: Tienen quince años, de la casa de acogida de la parroquia. ¡Pero si uno no aparenta 10!; pues tienen la misma edad. Habrá que decirle a alguien lo que le ha ocurrido...
No somos de un reformatorio; estamos acogidos. ¿Y tus padres?. Mi madre tuvo un tumor cerebral y se quedó incapaz; mi padre se suicidó. Sus ojos miran con calma, la voz tranquila, su carácter no muestra amargura.
Ellos ya se fueron. Salgo a la calle; me detengo un momento en la puerta, como hago siempre, a ver que me espera... Están sentados en el escalón del portal inmediato. Charlan, acompañando sus soledades. Chupan un helado....
Aprovechan la oferta del gimnasio que permite entrar una mañana. No volverán; carecen de toda posibilidad. La monitora les acompaña hasta los vestuarios; caminan deslumbrados, tanto que el más bajo casi entra en el de las mujeres y hay que engancharle por el cogote para que no aprenda lo lejos que le quedan.
Salen, no se si cambiados o de calle, suavemente sonrientes. Se acercan a una máquina de pectorales; luego uno se sienta en la de abdominales. Y en una mirada, solo quedan unos ojos en blanco, un cuerpo menudo que se estremece en rápidas convulsiones..
Le llevan a rastras, colgado de los brazos. Mira y no ve.. Al cabo, se va recuperando. ¿Desayunaste?; dice que algo.. La monitora, que sabe la vida, le pregunta sin agresividad cuantos canutos ha fumado; no es eso; a veces me da en clase..
Más tranquilos, le pregunto a la encargada de la oficina quienes son: Tienen quince años, de la casa de acogida de la parroquia. ¡Pero si uno no aparenta 10!; pues tienen la misma edad. Habrá que decirle a alguien lo que le ha ocurrido...
No somos de un reformatorio; estamos acogidos. ¿Y tus padres?. Mi madre tuvo un tumor cerebral y se quedó incapaz; mi padre se suicidó. Sus ojos miran con calma, la voz tranquila, su carácter no muestra amargura.
Ellos ya se fueron. Salgo a la calle; me detengo un momento en la puerta, como hago siempre, a ver que me espera... Están sentados en el escalón del portal inmediato. Charlan, acompañando sus soledades. Chupan un helado....
2 comentarios:
Me quedo desarmada. Miro sus rostros. Pienso en su futuro. ¿Qué puedo hacer yo? Son educados y sonríen con inocencia, agachando los ojos, como disculpándose, sin enfrentar la mirada. Me recorre un nudo, físico, por todo el cuerpo. Me generan ternura. Son unos niños...
La vida es muy injusta.
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