Me gusta contemplar a los demás. Y es que me gusta aprender. O sea; me gusta vivir. Prestando atención a otros disminuye la importancia que le damos al estado del propio ombligo... En verano lo hago a mis anchas; escucho y observo....
La mañana es suave. No hay mucha gente en la piscina de la Residencia. Me siento a la sombra. Llega como un suspiro, por sorpresa; sola, pues su marido pasea ausente por la mañana sus dolores. La cabeza, inclinada un poquito, mece media melena ceniza; los ojos, bañados en ojeras, miran tan lejos que no alcanzo. Me sonríe con suavidad al darme los buenos días...
¿La familia de...?. Soy el inspector...; si, en los servicios de la cafetería.... Esperamos. (¡Cómo, cómo, cómo..!. ¡¡Dios mío!!. Si es una niña... Mi hija solo tiene 12 años...). Hay días duros.. Mírala.. Un tiro en la sien.. ¿Y esa vieja pistola?; seguro que la cogió en su casa. ¿Que pasaría por su cabeza?... Por la hora, vino nada más salir del colegio.. Lo debía tener pensado..
Reposa sobre la hierba fresca, dejando que el sol agosteño acaricie su piel. Su cuerpo delgado guarda la memoria en el corazón, donde nada se olvida, donde nadie alcanza. Le envío un beso con la mirada....
Cae la tarde. Collarada se tiñe con luz dorada, allá en lo alto. No cesa de pasar gente por la plaza. Me repantingo en el sillón, junto al velador de la cafetería. Mis ojos bailan distraídos ante la baraúnda. Desde lejos, atrae mi atención...
Camina casi en volandas, cogida de las manos de sus padres. Apenas tendrá tres o cuatro años, que yo no calculo bien la edad de las mujeres. Lleva un vestido claro, de falda corta. ¡Ah!, y el pelo, revoltoso. Calza unas deportivas blancas, con dibujos rosas y pequeñas estrellas.
Los padres marchan despacio, al ritmo de su hija, atentos a la mucha gente que se cruza con ellos. La niña se atiende sola; disfruta y juega con el aire. La miro..., me mira... Y, ¡en un instante!, colgándose de las manos de su madre y de su padre, zapatea con risa el camino....
La mañana es suave. No hay mucha gente en la piscina de la Residencia. Me siento a la sombra. Llega como un suspiro, por sorpresa; sola, pues su marido pasea ausente por la mañana sus dolores. La cabeza, inclinada un poquito, mece media melena ceniza; los ojos, bañados en ojeras, miran tan lejos que no alcanzo. Me sonríe con suavidad al darme los buenos días...
¿La familia de...?. Soy el inspector...; si, en los servicios de la cafetería.... Esperamos. (¡Cómo, cómo, cómo..!. ¡¡Dios mío!!. Si es una niña... Mi hija solo tiene 12 años...). Hay días duros.. Mírala.. Un tiro en la sien.. ¿Y esa vieja pistola?; seguro que la cogió en su casa. ¿Que pasaría por su cabeza?... Por la hora, vino nada más salir del colegio.. Lo debía tener pensado..
Reposa sobre la hierba fresca, dejando que el sol agosteño acaricie su piel. Su cuerpo delgado guarda la memoria en el corazón, donde nada se olvida, donde nadie alcanza. Le envío un beso con la mirada....
Cae la tarde. Collarada se tiñe con luz dorada, allá en lo alto. No cesa de pasar gente por la plaza. Me repantingo en el sillón, junto al velador de la cafetería. Mis ojos bailan distraídos ante la baraúnda. Desde lejos, atrae mi atención...
Camina casi en volandas, cogida de las manos de sus padres. Apenas tendrá tres o cuatro años, que yo no calculo bien la edad de las mujeres. Lleva un vestido claro, de falda corta. ¡Ah!, y el pelo, revoltoso. Calza unas deportivas blancas, con dibujos rosas y pequeñas estrellas.
Los padres marchan despacio, al ritmo de su hija, atentos a la mucha gente que se cruza con ellos. La niña se atiende sola; disfruta y juega con el aire. La miro..., me mira... Y, ¡en un instante!, colgándose de las manos de su madre y de su padre, zapatea con risa el camino....
Y, ¡oh milagro!, sus pies se iluminan con estrellitas de colores.
4 comentarios:
Desgraciadamente, los niños también pueden conocer todo el horror que solo deberían conocer los adultos.
Y esa es una de las cosas más espantosas que existen.
Y el pecado más tremendo: hacer sufrir al más vulnerable.
Dos niñas,una muy viva que patalea estrellas porque sus padres la protegen y desconoce el miedo; otra, recuerdo doloroso que se difumina en la silueta de alguien que le amó y que no sabe como sigue viviendo,seguramente culpándose porque no supo protegerla.
Dos vidas. Parecidas. Opuestas. ¿Quién sabe dónde se oculta nuestro destino?
A veces pensamos que el peligro está sólo en el peligro y tejemos redes precarias…
Padres. Hijos. Extraños.
Dos caras de un mismo amor. ¿Protección? ¿Garantiza ésta que no tendremos pérdidas? Creo que es mucho más complicado.
La muerte de un hijo siempre es injusta, creo.
Post con la dosis de sensibilidad y observación maravillosas.
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