Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

sábado, 23 de junio de 2007

Un viaje clásico (y III - Panateneas)

-¿En que piensas Osi?.
-Nunca dejo de pensar, por eso nos llevamos bien, tú, un ateniense, y yo, un meteco ibero.
Sonreí. Osi es alto, algo más que yo, delgado y de apariencia siempre cuidada; su vestido, aun cuando sea sencillo, es muy elegante. No desentonaría en la Academia.
-Lo se; pero ahora, ¿que discurres?.
Me miró dubitativo, mientras se acariciaba la barba incipiente que siempre mantenía en su rostro.
-¿Has reparado alguna vez en la cantidad de dioses que hay?.
-¡Todo un Olimpo!, contesté. Por lo que he oído a los viajeros, en todos los sitios es así.
-Cierto, dijo Osi; pero los dioses son distintos en cada lugar. Y, a poco que uno piense, surge la duda: ¿Cuales son los verdaderos?.
Se produjo un gran silencio. Seguimos caminando despacio, aproximándonos a los límites de la meseta y adquiriendo poco a poco dominio visual sobre el Ática. Al cabo, comenté..
-Creo que son los mismos. Supongo, que el Hombre, en tiempos remotos, cuando todo estaba recién nacido, no comprendía muchos fenómenos naturales que ocurrían a su alrededor y lo desconocido le aterraba; era un ser primitivo, dedicado a sobrevivir, que utilizaba su inteligencia para desarrollar y usar unas pocas técnicas que le permitían vivir en un ambiente hostil, en el que era débil físicamente.
Así que fue su inteligencia; sin ella, como cualquier otro animal, hubiese vivido dedicado a subsistir y procrear. Pero la inteligencia generaba en él dudas constantemente y, tú y yo lo sabemos muy bien, la duda exige respuestas, por lo que es y será la llave del progreso de la Humanidad.
Y como ní podía responderse ní podía dejar de preguntarse, la Naturaleza le ofreció la solución.. Todo aquello que no entendía y le atemorizaba, como el rayo, el trueno, el sol, la luna, el bosque profundo..., lo fue divinizando. Inteligencia en estado puro; digestión de aquello que necesitamos superar para vivir. Y el sistema funcionó.

Osi asentía con la cabeza.. Al poco, comentó:
-Y es lógico; como funcionaba, acabó siendo, más que una respuesta de lo incomprensible, una solución de problemas. Como el Hombre se sabe débil, necesita protección; algo así como el hermano mayor de los niños..
Tras un momento de silencio, continuó: Cuando el Hombre necesitaba apoyo ante una dificultad que superaba sus fuerzas, recurría a la deidad de turno; ¡o mejor, la creaba!, dijo mirando en derredor.
¿Qué hay que defender el acceso a la Acrópolis?; ¡pues nada!, coloco una diosa que me de la Victoria en la puerta... ¿Qué me mareo y paso un miedo horroroso cuando me embarco?; ¡pues hale!, acudo a un ser poderosísimo que me tranquilice.
Fíjate, ateniense, como creo que son las cosas, que conozco un individuo allá en Iberia, un cántabro, en cuyo lugar se venera a una diosa del Puerto; y es que, ¡claro!, son pescadores.

Yo había dedicado horas y horas durante toda mi vida a pensar sobre el asunto, así que respondí: Es verdad lo que dices, aunque no se sí es cierto. Después de mirar a los cielos, seguí..
-Creo que hay .. algo Superior que ha creado y rige el Universo; y sí ha actuado así, ha sido porque ha querido. Y no es lógico que tanto poder actúe por capricho. Siento que el único motivo admisible para crear es Amar.
En consecuencia, no deberíamos tener miedo, continué. Y no manejar a quien nos ama, especialmente para que nos proteja y apoye en nuestras guerras, pues nos Ama por igual.
Tampoco deberíamos dudar de su Amparo y antes que darle nombres que nos convengan, tener más fe, tanto en su existencia como en la bondad de su Voluntad.
Resumiendo, no es que no exista Dios, es que no creemos en Él y nos lo figuramos de muy diversas formas y bajo muchísimos nombres, que responden más a nuestras necesidades materiales, que anhelamos satisfacer rápido y fácil, que al deseo de Amar, de Entregarnos, de ser mejores los unos con los otros, por la simple razón de que somos todos iguales y la única Felicidad, el único Destino, es el Amor.
Pero Dios es Espíritu y supongo que lo que quiere es que seamos espíritu. Quizá por eso estamos aquí -¡tan jodidos, maño!-, a ver sí aprendemos a querernos, a apoyarnos unos a otros sin esperar recompensa, a cuidarnos, a... Y lo tenemos que hacer con nuestras fuerzas y por nuestra voluntad. ¿Sí Él soluciona nuestros problemas, qué mérito tenemos?. Es muy duro de aceptar, pero así es. La vida es una Via de Purificación, algo así como un camino iniciático...

-Contempla Atenas, Osi. Ahí abajo en el llano.... Desde aquí podemos ver donde se desarrollan las Panateneas...

Resumiendo el trabajo "Las Panateneas: Topografía de una fiesta", de la doctora María Eugenia de la Nuez Pérez, del Departamento de Historia Antigua de la Universidad Autónoma de Madrid, las Panateneas, fiesta principal de Atenas, es una de las manifestaciones más completas y complejas de la unidad de los atenienses en torno a su divinidad políada. En efecto, Atenea es el centro de los sacrificios, la procesión, la ofrenda del peplo y los concursos que la ciudad le ofrecía anualmente (Pequeñas Panateneas) y cada cuatro con más esplendor (Grandes Panateneas).
Durante una semana en este último caso y durante tres días en el anterior, toda Atenas vivía por y para la fiesta, y no de manera simbólica. Los actos rituales y los concursos se celebraban involucrando todos y cada uno de los rincones de la ciudad, uniendo de forma real los centros claves de la polis. Así, la Academia, el Cerámico, el Ágora y la Acrópolis aparecen estrechamente ligados en el desarrollo de los actos festivos, sobre todo gracias a la existencia de la llamada Vía Panatenaica, uno de los ejes de comunicación más importantes de la ciudad.
Curiosamente, este paseo por la topografía de las Panateneas no comienza en el centro, en la Acrópolis, sino fuera de las murallas, en el santuario extramuros del héroe Academo, situado cerca de la Vía Sagrada que saliendo de la puerta del mismo nombre conducía a Eleusis.
Este santuario, luego conocido por ser el lugar elegido por Platón para ofrecer sus enseñanzas, era un lugar utilizado comúnmente por los jóvenes atenienses que iban allí a pasear o a entrenarse. Desgraciadamente, en la actualidad poco sabemos de él, ya que apenas quedan restos arqueológicos. No obstante, se ha encontrado un horos, es decir, uno de los mojones que delimitaban el santuario, de manera que los arqueólogos pueden intentar reconstruir una parte de su perímetro.
El siguiente hito nos lleva hasta una de las zonas más emblemáticas de la ciudad. Nos referimos al Céramico y a la puerta del Dipylon. Aquí nos encontramos, por una parte, con el Demosion Sema –el cementerio público-, al lado del cual pasaba la Lampadodromía y que es todo un símbolo de la conciencia ciudadana, pues en él eran enterrados los muertos en la guerra, y, por otra parte, con el área desde donde partía la procesión del 28 Hecatombeón, el acto principal de las Panateneas.
Los primeros testimonios de los que disponemos sobre su recorrido son del s. V a.C. y se los debemos a Tucídides, aunque el historiador se muestre contradictorio en sus afirmaciones, ya que primero hace partir la procesión del Leocoreion, un heroon situado en la esquina noroeste del Ágora y después la sitúa en el Cerámico, fuera de las murallas, refiriéndose en ambos caso al incidente protagonizado por los hijos de Pisístrato, incidente que se saldó con el asesinato de Hiparco.
Sólo él y, después, Aristóteles (Constitución de Atenas, XVIII, 3), quién probablemente le tomó como modelo, nos hablan del Leocoreion como lugar de partida de una Procesión Panatenaica en el s. VI a.C. El resto de nuestra fuentes la sitúan en el Cerámico, pero sin dar más precisiones, por lo que no sabemos exactamente cuál era el lugar de salida, al menos hasta el s. IV a.C. En ese momento se construye el Pompeion, entre las puertas del Dipylon y la Vía Sagrada, en la que desemboca el camino que conducía a Eleusis.
La política seguida en su momento por Pisístrato para lograr la unificación total del Ática y la consolidación de Atenas como polis tenía un objetivo claro: hacer de Atenas el centro religioso más importante del Ática.
Y para lograrlo, el tirano desarrolla una doble política: por un lado, convierte las Panateneas en la fiesta principal de todos los atenienses -tanto de la ciudad como del territorio- y, por otro lado, establece en Atenas los cultos más importantes.
Estos cambios simbólicos tienen, evidentemente, su manifestación urbanística en forma de santuarios y de manera más sutil en las celebraciones: las elecciones de los lugares recorridos por las Panateneas tienden a consolidar la integración entre la ciudad y el territorio. En una palabra, es en clave política, como debe ser entendida la topografía de la fiesta.
La Vía Panatenaica era usada desde siempre para comunicar el territotio y organizaba toda la parte noroeste de la ciudad, comunicando la puerta del Dipylon con la Acrópolis. Este camino era utilizado por las procesiones celebradas en la ciudad -no sólo por las Panateneas- y durante algún tiempo, al menos durante el s. VI a.C., uno de sus tramos en el Ágora, era utilizado, para la celebración de concursos atléticos, en especial carreras.
Quizá de todos los elementos que constituyen la topografía de la fiesta sea el más longevo, debido a carácter de camino natural de paso.
Desde el Dipylon hasta la Acrópolis, la procesión de las Panateneas atravesaba el Ágora, tomando la Vía Panatenaica. La ruta seguida por la procesión es importante, pero para la evolución urbanística de la fiesta lo es más la celebración de los concursos que desde el s. VI a.C. van asociados con ella.
Desde el principio de nuestra fiesta, el Ágora ha sido el lugar elegido para el desarrollo de los concursos celebrados en honor de la patrona de la ciudad. No sólo los atléticos sino también los musicales, los de recitación y los hípicos.
Dentro del espacio libre existente en el centro del Ágora, los concursos tenían sus áreas bien definidas, o al menos así podemos suponerlo sí hacemos caso de los testimonios que conservamos. Los concursos de recitado tenían lugar en un espacio denominado Orchestra, situado casi en el centro de la plaza, sobre el que se situará la pista de carreras en el s. V a.C. Los concursos atléticos y, quizá también, los hípicos, debían desarrollarse sobre una parte de la Vía Panatenaica denominada Dromos, constituida probablemente por el tramo que iba desde el Cerámico hasta la entrada del Ágora. Luego, en el s. V a.C. la pista cambiará de orientación y atravesará la plaza de norte a sur, partiendo desde el altar de los Doce Dioses, cerca del cual se ha encontrado la línea de salida, y llegando hasta el lugar que luego ocupará la Stoa Sur. Este espacio es aproximadamente de 200 m., es decir, la longitud de un estadio, aunque las medidas pudieran variar algo.
Para ver los concursos, los espectadores se sentaban en unas tarimas de madera –ikriai- de las que conocemos, en parte, su situación gracias al hallazgo de los huecos en los que estaban alojados los postes que las sujetaban. Ignoramos sí eran móviles o fijas, pero su aspecto debió de ser parecido al que presentan las gradas que aparecen en un fragmento de un dino del pintor Sófilo, datado a mediados del s. VI a.C. Debieron de ser usadas durante todo el s. VI a.C. y quizá también al siguiente, aunque aún encontramos otro lugar para ver los espectáculos: unas gradas de piedra situadas en la ladera de la colina de Colono, sobre la que se construyó el Hefesteion, y que estarán en uso hasta el s. IV momento en el que son inutilizadas debido a la construcción de varios templos y edificios justo delante de ellas.
Resumiendo, el Ágora fue siempre el lugar en el que se celebraban los juegos de las Panateneas y de otras manifestaciones asociadas a distintas fiestas atenienses. Su elección pudo deberse a motivos funcionales, ya que era el único espacio amplio y abierto que encontramos en Atenas en el periodo en el que fueron introducidos los concursos en las Panateneas, pero también a motivos políticos, pues su presencia en el Ágora dotaba a este nuevo espacio de un significado concreto y lo convertía en uno de los centros de reunión de la polis, y de manifestación de la conciencia cívica.
La evolución de la ciudad de Atenas y de su forma de gobierno influyen de manera importante en la topografía de la fiesta, ya que la transformación gradual del Ágora en el centro político, económico y simbólico de la polis, hace que los juegos -y otras manifestaciones- tengan que buscar nuevos lugares en los que celebrarse.
Lo único que no a va cambiar con el paso del tiempo es el recorrido de la Vía Panatenaica, que seguirá siendo el eje vertebrador de la ciudad y la fiesta, y el signo del paso de la fiesta por el Ágora.
Estamos ante una marca de la supervivencia de los ritos religiosos frente a cualquier otra manifestación cultural. La Procesión Panatenaica es el rito más antiguo de la fiesta y el único que va a continuar celebrándose hasta el fin de los cultos paganos en 395 de nuestra era. El sentimiento religioso es el que se sobrevive, el único que continuará uniendo y dando cohesión a la ciudad.
Tras haber atravesado Atenas desde el Dipylon, la procesión llegaba, por fin, a la Acrópolis, el principal santuario de la ciudad, meta de la Procesión de las Panateneas y lugar en el que se realizan todos los actos rituales de la fiesta: Ofrenda del Peplo y sacrificios.
Pero éste no es su único punto de contacto con las Panateneas. Las Arréforas y, quizá también, las Ergástinas, debieron de vivir allí mientras cumplían su servicio para la diosa. El peplo es posible que se tejiera también en la Colina Sagrada, pese a que apenas se han encontrado restos que atestigüen la presencia de esta actividad textil, que sí tenemos en otros santuarios.
Se trata, sin duda, del lugar emblemático en cuanto concierne a la religión, aunque su presencia dentro de las Grandes Panateneas aparezca empequeñecida sí tenemos en cuenta el programa de los juegos y su duración. No obstante este hecho no debe engañarnos, pues el acto principal de la fiesta era, precisamente, la procesión y los ritos que lleva aparejados y que suponen el máximo exponente de piedad de los atenienses hacia su patrona.
Igual que en el Ágora, aquí es también la Vía Panatenáica la que sirve de eje vertebrador del espacio y de los edificios levantados en honor a Atenea. El camino entraba por la parte oeste y recorría la cima del santuario de oeste a este hasta llegar al gran altar de Atenea Polias, que se elevaba frente a la entrada principal del templo de la Políada.
Muchas reconstrucciones modernas la hacen terminar frente al Partenón, pero esta elección no está justificada porque este edificio no tenía ningún papel en la fiesta.
La Acrópolis queda pues dividida en dos sectores que marcan una clara división funcional. En el sector norte nos encontramos el área cultual, donde se agrupaban los cultos más antiguos e importantes de la ciudad. En efecto, todas las leyendas en torno a los cultos acropolitanos referentes a Atenea, tienen allí su desarrollo: lucha de Atenea y Poseidón; nacimiento y educación de Erecteo/Erictonio y, consecuentemente, los templos que albergan los cultos primigenios también están allí: el templo de Atenea Polias, el santuario de Pándroso, el santuario de Erecteo....
Todo este contenido simbólico y cultual se pierde en el momento que atravesamos la Vía Panatenaica y miramos al sur. Lo que encontramos allí es, ciertamente, un edifico magnífico, grandioso, que terminará por convertirse en el referente de la Acrópolis y en el símbolo de la ciudad. Ahora bien, el Partenón, como tal no fue concebido como templo, ni como santuario, sino como un gran relicario para guardar el exvoto de los atenienses a su patrona, la Atenea Criselefantina. No tenemos restos de altar, ni de culto en el edificio, nada en el ritual de las Panateneas lo vincula a la fiesta, a no ser el friso, que, en cualquier caso, sería una vinculación más bien pequeña y que se justificaba por la concepción del edificio y el lugar que ocupa.
Si la teoría es correcta, entonces la zona sur de la Acrópolis sería en el s. VI a.C. el lugar dedicado a alojar, mayoritariamente, las ofrendas hechas a la diosa que estarían albergadas primero en los Tesoros, como en otros santuarios, y luego en el Partenón, cuyos inventarios han llegado hasta nosotros y que era, todo él, una gran ofrenda a Atenea.
Es cierto que la hipótesis de los tesoros no es aceptada por todos los investigadores, pero su existencia puede entenderse sí tenemos en cuenta que aparecen en un momento en el que la Acrópolis se convierte en el principal santuario del Ática.
Estos tesoros podrían corresponder a la iniciativa de las grandes familias atenienses -que tenían una importante base territorial en el Ática-, que aceptaban, de este modo, el papel de santuario principal querido por el tirano para la Acrópolis.
El papel de los Tesoros, como lugares para guardar las ofrendas hechas a la diosa, sería el mismo que el que nos encontramos en Delfos, donde, no olvidemos, la mayor parte de los edificios corresponden al s. VI a.C.
Cuando Atenas ya sea una polis consolidada, esas muestras de piedad por parte de los dirigentes de la ciudad serán sustituidas por muestras de piedad colectiva, de todos los atenienses: el “Prepartenón” y el Partenón, como relicario para la Atenea Criselefantina de Fidias.
Dos zonas diferentes pues y la Vía de las Panateneas como eje que las separa y organiza, y, al mismo tiempo, los distintos altares sobre los que se realizarán los sacrificios de las Panateneas, ya que los que se celebraban en la fiesta no eran sólo para Atenea Polias, sino también para Atenea Nike, Hygieia, y unos sacrificios “misteriosos” en el “antiguo templo”, que han dado mucho que pensar a los investigadores.

Un decreto del 123/2 a.C. nos habla del sacrificio de un buey que se llevaba en procesión por la Acrópolis y que se debía realizar por un efebo, en el altar de Atenea Nike.
En la obra de Eurípides, Erectheus, la diosa pide un sacrificio que se ha realizar en su altar, dirigido por la sacerdotisa de Atenea Polias. Es probable que el texto de Eurípides y el decreto se refieran al mismo ritual y que este sea la Skira, origen de la edificación de la capilla, que se realizaba al oeste de las tierras de labranza atenienses. Consistía en un sacrificio de bueyes en un recinto prohibido, el Abaton, junto a las tumbas de las hijas de Erecteo.
Eurípides denomina este ritual como el Sphagai Bouktonoi y lo relaciona con un ritual militar que consistía en matar un animal antes del comienzo de una batalla; se practicaba en un recinto obscuro y cerrado para que su desarrollo no fuese interrumpido por ninguna acción del enemigo, de modo que la victoria quedase asegurada. Se establece una analogía, sacrificando a los animales mediante una puñalada en el cuello, como se realizaría en el campo de batalla.
La diosa que está en la capilla del templo de Atenea Niké establece una relación entre el momento en el que los campesinos sacrificaban al toro antes de la trilla, mediante la granada que porta la diosa, con los militares, representados en el casco que lleva en la otra mano, de manera que la ganancia de la guerra y el fruto de la naturaleza quedaban íntimamente relacionados.
En el friso superior del templo se retratan las batallas y, en un juego paralelo, en el friso de la balaustrada aparecen los trofeos y los bueyes del sacrificio. En la parte más importante de la cara oriental, una Niké levanta la espada en su mano derecha y tira de la cabeza del animal hacia atrás con la mano izquierda.


El buey va a ser sacrificado según las formas descritas para el Abatón; este friso se talló sin prisas y es coetáneo a la publicación de la obra de Eurípides.
Estaríamos pues, ante un doble compromiso entre las divinidades de Atenas como núcleo de población -Polias, divinidad de la fertilidad- y las que aseguran la prosperidad de una comunidad que se está definiendo como tal: Hygieia y Nike; compromiso que debe hacer de Atenas el centro del Ática, de forma que los cuatro sacrificios terminarán por convertirse en el acto central de la fiesta principal de Atenas como polis, involucrando todos los aspectos necesarios para el buen funcionamiento de la comunidad.
Salvo el altar de Nike, los demás jalonan por el norte la vía Panatenaica sin que el sur de la Acrópolis se vea concernido por el ritual.

-Osi, ¿recuerdas lo que te expliqué en el Partenón sobre la composición de las Panateneas, cuando contemplamos su friso?.

El friso -deteneos en este enlace y recorrer despacio la totalidad del friso- jónico y continuo, estaba en el interior, en los muros de la Cella. Los fragmentos se conservan en los Museos de la Acropolis y del Louvre. Es una banda, cuyas escenas tienen 1 metro de altura por 1,60 metros de longitud, que recorre el Partenón y nos narra la Procesión de las Panateneas.
Se desarrolla en dos sentidos, hacia el norte y hacia el sur, para culminar en el lado oriental en la puerta de acceso, donde se hallaba la representación de la ceremonia de entrega del Peplo sagrado a Atenea, presenciada por un grupo de deidades. En ella intervenían los ciudadanos y también los dioses, se hacían sacrificios y había música.
La procesión ocupa los cuatro lados del friso y es posible apreciar la extraordinaria diversidad de figuras que aparecen: divinidades, sacerdotes, sacerdotisas, ciudadanos, músicos, jinetes, animales para el sacrificio, etc.
Prescindiendo por un momento del punto de vista temático, cabe decir que el friso del Partenón aparece como la más alta expresión y el más intenso resumen del arte griego.


El friso supone un cambio en cuanto a la representación de los frontones y presenta ciertas variaciones estilísticas. Está tallado en altorrelieve y las figuras y el fondo estaban policromados en vivos colores. La parte superior posee un relieve más profundo, debido a que se ve con un ángulo muy agudo, por lo que la luz que le llegaba desde el intercolumnio realzaba las figuras.
Veréis desfilar ante vosotros jinetes sobre sus caballos y personas a pie, ataviadas algunas con trajes militares; otras llevan animales para el sacrificio (bueyes, carneros,..), representados con gran realismo.
Los relieves, de diversos tipos, están recortados contra el fondo, plano, y carecen de escenas que ambienten el conjunto. Fijaros en la calidad de la talla, pero no en la escala con la que han sido representados, pues no se tuvo en cuenta.



Las escenas de los carneros han llegado hasta nosotros en muy mal estado; en las escenas con animales resalta la técnica empleada, utilizando planos superpuestos de sus patas. En otra escena puede verse a un muchacho que se gira para hablar con el que se sitúa detrás, como sí su gesto hubiese sido congelado por el artista, en un intento de dar dinamismo a la figura.
La calidad técnica del trabajo es desigual, lo que denota, y es lógico, la intervención de diversos artistas.
Podemos contemplar a las aguadoras, que portan las vasijas que se utilizaban para transportar dicho líquido, y
a las Panateneas, que son las doncellas que llevan los brazos hacia abajo, aproximándose hacia la asamblea de dioses. Fijaros en los vestidos de las mujeres y de los hombres, y apreciar la técnica aplicada para tallar sus pliegues.

La escena más importante es la Asamblea de dioses, que está enmarcada por las divinidades que aparecen sentadas. Se representan doce escenas, de las cuales se conservan tres. Los pliegues de los vestidos resultan más trabajados y esmerados, y el canon escultórico es completamente clásico. Aunque son las únicas figuras que representan deidades, reciben el mismo trato formal que el resto y al no estar acompañadas por ningún símbolo que las identifique, no es posible nominar que dioses concretos han sido representados.


La Procesión de las Panateneas es, por una parte, una imagen narrativa que describe un acontecimiento real con personajes reales y una disposición similar a la de la procesión cívica que se celebraba, pero, por otra, la obra no es la simple ilustración de un acontecimiento cívico, pues asoma en sus detalles la importancia relativa de los participantes y muestra al observador atento la finalidad de cada grupo social.

Observando el conjunto, vemos que los escultores adoptaron una composición bien sencilla: la sucesión y redundancia entendidas linealmente, recurriendo a la superposición de figuras o motivos cuando era necesario por el asunto que representaba (se acentúa en el caso de los jinetes, que se ofrecen como grupo).
Esta composición introduce un ritmo, una cadencia en todo el friso que no se apoya en el entrelazamiento sucesivo, sino en el puro sucederse. La verticalidad de las figuras recuerda las imágenes de las estelas funerarias. Y con estos procedimientos, los escultores sólo cuentan con un elemento para introducir variantes en el ritmo: el espacio, que no pretende simular uno real, sino que se limita a ser el plano sobre el que destacan las figuras y que el artista vacía o rellena de contenido para trasladarnos la sensación de movimiento, como sí ante nuestros ojos "pasase" una de aquellas antiguas películas mudas.
Con este tratamiento se consigue intensificar el efecto visual de algunas imágenes al concentrar en ellas la mirada del observador o al separarlas de otras, invalidando lo anecdótico que pudiera haber en la escena.
Son admirables el grupo de los dioses del Olimpo, con un magistral tratamiento de las telas, que se adhieren al cuerpo –la llamada técnica de paños mojados- y dibujan sus contornos, una faceta creativa que ha contribuido decisivamente a la fama del arte de Fidias y, también, los caballos, poderosos y dinámicos, y sus fieros jinetes, que denotan la maestría del escultor.

Bien Osidoro. ¿Qué te parece sí nos despedimos?. El paseo ha cansado a mis pobres huesos, aunque, en compensación, he aprendido más que nadie. Como siempre que enseño algo o ayudo a alguien, compruebo que el mayor beneficiario soy yo mismo.
Os recomiendo encarecidamente que visitéis, además del enlace del friso que destaqué, este del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Columbia, que os permitirá visitar en imágenes la Acrópolis y el Partenón.
Y para terminar, perdonar mis errores, que seguro que los hay. En realidad, sólo pretendo ser lo que soy, alguien que busca vuestra amistad leyendo para vosotros aquello que pueda enriquecer vuestra mente.
Gracias

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y quién quiere q termines?. Continua cuanto quieras, es un placer seguir bien atenta vuestro viaje.

Silvia dijo...

Ahora descansa, ateniense, que te lo has ganado.
Las gracias he de dártelas yo a tí. Por permitirme acompañaros a Osidoro y a tí en este viaje. Porque gracias a tus escritos y a los de tus comentaristas, estoy aprendiendo muchísimo y porque el gran trabajo que te has pegado documentándote.
Un beso

Anónimo dijo...

Perfecto. Magistral.