Hace treinta y un años Rosa Montero escribió una columna en "El País" titulada "Príncipe". La he buscado en la hemeroteca para enlazarla y que puedan leer algo bien escrito y no mi texto, que entre mis fracasos y mis emociones suele ser de difícil entendimiento, pero no la he encontrado. Así que intentaré descubrir lo que cuenta en ella, pues conservo en mi archivo y en papel muchos artículos que me plació leer.
Antes quiero hacer una aclaración. Turulato cometió un error: informó a algunas personas sobre quien era. Inmediatamente desapareció el mayor valor de estas pobres letras, que no era otro que la sinceridad. Turulato, cobarde al fin, se autocensuró y eso le llevó a dejar de escribir, pues fue perdiendo la capacidad de compartir, aunque fuese embutido en la bruma de un seudónimo. Pero volvamos al "Príncipe"...
"La verdad es que los cuentos infantiles se las traen"; nos van induciendo a soñar y los sueños, sueños son, que clamaba Segismundo. Los sueños son estrellas que nos guían muchas más veces de las convenientes por el camino de la frustración. "Oiga, señorita, que a los hombres también nos han engañado". "Se nos educó en confundir la pasión con un espasmo pánfilo, y salimos al mundo así de equivocados, con el príncipe enquistado en el deseo".
Pasan los años. Y un día "habitas un terreno común de menudencias". Apego. No, no es el fracaso que parece. Es el resultado del esfuerzo, del hoy por ti y mañana por mí, del trabajo conjunto, del sacrificio en tantas cosas, de caminar de la mano de otro en busca de una meta común. "El príncipe no es más que una momia en el recuerdo y las arañas del palacio se han fundido"