Hace frío; finaliza diciembre. El niño se despierta; ya no pesan las mantas y la colcha que le cubren casi hasta los ojos. Se levanta; tirita. Se pone rápidamente la gruesa bata casera de cuadros grises. Hasta la tarde no encenderán la caldera en la cocina.
La cocina.. Humea el bol de café con leche. Parte la bolla de pan en trozos y los echa dentro. Pan con sopas; su desayuno. Se quema. Y el sabor se graba en su alma para cuando sea anciano, mientras su mirada se pierde en la vaporada.
Tiene seis años; hasta los siete no irá al colegio de Jesuitas. Juega en la calle. Le atrae acompañar a los albañiles; también juegan. Levantan un castillo mágico, que los mayores llamarán teatro. Encuentra trampas, pasadizos, precipicios, cuevas, ...
Los piratas dejan de trabajar; quizá encontraron el tesoro. Han prendido unas ramas y papeles en el suelo, allá dentro. Se acerca. El calor de la llama es bronco; ambiente espeso de varón, piel a cuartos, manos de rollizos férreos, ropas sucias y marchitas, pelo enredado carente de esperanza.
Arriman pequeñas cazuelas granates, de alma celeste. Huele bien, a hogar de madrugada. Silencio. Algunos ojos miran; "¿quieres?". Y el niño come a cucharada y paso atrás .. Una bota; recio, oscuro como la sangre, sabroso como las lágrimas. "Serás fuerte chaval, con vino y caldero".
Delante de su casa está el parque; bajo su ventana el invernadero. La entrada le acoge, cálida y húmeda, entre colores del sol de invierno paridos por vieja tierra que reposa en los cristales. Al fondo del cobertizo, sentado, está su amigo, el joven jardinero. Entre sus manos una carta. Vino desde allá lejos, tierra de saudade..
Se sienta en un madero, a su lado. Mira. Silencio. Manos recias abrazan un papel; suenan sílabas despacio.. "Hijo, al recibo de la presente, bien de salud, ... , nunca pides pero hemos ahorrado, .... Te esperamos. Padre y madre".
Dedos sucios rebuscan en el sobre .. Un papel doblado, un pequeño billete, de una peseta, húmedo de sudor, arrugado de amor.
25 de diciembre. Navidad. Se despierta tarde. Voces graves en el pasillo. Pasos. Atiende. "Si, hace poco; lo descubrieron a las diez". Sale, en busca del calor de la cocina. "Repartieron coñac como aguinaldo; tenía una botella". Se sienta a desayunar. "Estaba solo. Esta Nochebuena heló; y el invernadero es poco más que yeso, cañizos y cristales. Debió de quedarse dormido; había bebido". La vaporada del bol envuelve sus ojos. "Muerto. De frío."
La cocina.. Humea el bol de café con leche. Parte la bolla de pan en trozos y los echa dentro. Pan con sopas; su desayuno. Se quema. Y el sabor se graba en su alma para cuando sea anciano, mientras su mirada se pierde en la vaporada.
Tiene seis años; hasta los siete no irá al colegio de Jesuitas. Juega en la calle. Le atrae acompañar a los albañiles; también juegan. Levantan un castillo mágico, que los mayores llamarán teatro. Encuentra trampas, pasadizos, precipicios, cuevas, ...
Los piratas dejan de trabajar; quizá encontraron el tesoro. Han prendido unas ramas y papeles en el suelo, allá dentro. Se acerca. El calor de la llama es bronco; ambiente espeso de varón, piel a cuartos, manos de rollizos férreos, ropas sucias y marchitas, pelo enredado carente de esperanza.
Arriman pequeñas cazuelas granates, de alma celeste. Huele bien, a hogar de madrugada. Silencio. Algunos ojos miran; "¿quieres?". Y el niño come a cucharada y paso atrás .. Una bota; recio, oscuro como la sangre, sabroso como las lágrimas. "Serás fuerte chaval, con vino y caldero".
Delante de su casa está el parque; bajo su ventana el invernadero. La entrada le acoge, cálida y húmeda, entre colores del sol de invierno paridos por vieja tierra que reposa en los cristales. Al fondo del cobertizo, sentado, está su amigo, el joven jardinero. Entre sus manos una carta. Vino desde allá lejos, tierra de saudade..
Se sienta en un madero, a su lado. Mira. Silencio. Manos recias abrazan un papel; suenan sílabas despacio.. "Hijo, al recibo de la presente, bien de salud, ... , nunca pides pero hemos ahorrado, .... Te esperamos. Padre y madre".
Dedos sucios rebuscan en el sobre .. Un papel doblado, un pequeño billete, de una peseta, húmedo de sudor, arrugado de amor.
25 de diciembre. Navidad. Se despierta tarde. Voces graves en el pasillo. Pasos. Atiende. "Si, hace poco; lo descubrieron a las diez". Sale, en busca del calor de la cocina. "Repartieron coñac como aguinaldo; tenía una botella". Se sienta a desayunar. "Estaba solo. Esta Nochebuena heló; y el invernadero es poco más que yeso, cañizos y cristales. Debió de quedarse dormido; había bebido". La vaporada del bol envuelve sus ojos. "Muerto. De frío."
9 comentarios:
¿Puedo sentarme al lado del niño grande a compartir un bol de pan con sopas?
Triste pero precioso.
Un abrazo
Añoranzas de otros tiempos que nos devuelven la inocencia de la niñez...
(Te he descubierto de casualidad pero me ha encantado leerte...)
A mí este chiquillo, me alborota toda… A los 6 años, se pueden trasegar fronteras que en la intuición son destellos que la infancia va dejando. Uno habla poco de ellos porque quien organiza al cabo de los años es el hombre y sabe que las emociones se viven, pero no pueden escribirse. Describimos gestos, aromas, incorporamos detalles simbólicos del estatus de vida de los adultos, sintetizamos con precisión en cada frase tupida o rala una íntima familiaridad con nuestro pasado. Rescatamos al testigo que se arropa ensimismado tras la vaporada y en su soledad de ser y ser efectivamente un asunto de la mirada, se siente invisible. Conviertes el silencio en la situación comunicativa básica, le reservas esa sentencia no quebrada sino tronchada: “ Muerto. De frío”; no muerto de frío o a causa del frío… El niño adelanta con su cuerpo completo el miedo y avidez de los otros… Él te vio, y tú lo sabes… quién sabe si quería llorar, un llanto separado de los otros, llorar a propósito y acordarse mucho … quién sabe
Triste relato de invierno en estos días tan raramente primaverales en estos lares donde o hace mucho frío o mucho calor. Precioso.
Yo también he disfrutado la leche calentita, ardiendo, con remojones; todavía mi padre desayuna lo mismo.
Un beso
La Muerte Dulce... Pareciera contradictorio. Pero la línea finísima que separa la muerte de la dulzura nos hace llegar un recuerdo preñado de sensaciones y sentimientos, deseando mantener a salvo la inocencia. Dulce inocencia.
Cuando era pequeña mi abuela me regalaba libros. Recuerdo el libro de Cuentos de Navidad. Y recuerdo aquél de la fosforera, que en una noche helada de Navidad no tenía nada con que calentarse. Sólo le quedaban sus fósforos. Tal era su pobreza que al final su única posesión eran tres fósforos. Pero la magia apareció y cada uno de los tres fósforos que iba encendiendo le iluminaba una escena. Al final la pequeña llama le alumbró un paraíso de dicha extrema. Al día siguiente apareció muerta, pero no sé si de frío o de felicidad: unos ángeles la habían llevado con ellos, más allá del invierno, más allá de la negrura de la noche, como al joven jardinero que había enseñado al niño aquél como es un hombre curtido por la pobreza.
Ya sé que es un cuento famoso. Ya sé que no debe de ser exactamente como lo recuerdo. Pero sólo estoy narrando mi memoria, que se ha despertado con la historia que cuenta Turulato. No olvidaré nunca aquella sensación profundísima de tristeza y de felicidad inmensa. No sé por qué, pero recuerdo que a mí me gustaba más aquella fosforera que muchas princesas de los cuentos de hadas.
Así me gustas más ,cuando te quitas la guerrera,compañero...
Me gustas siempre, de cualquier modo, escribas lo q escribas; pero cuando lo haces así me gustas más si cabe.
Un millón de besos, Tururú. Te adoro!
Hola Turu.
Si quisiéramos mejorar al ser humano, creo que empezaría otorgando a cada cual la capacidad de un niño, no para asimilar, pero sí para convivir que según que acontecimientos. Hoy por hoy, con unos ciertos años, perdemos capacidades maravillosas que no nos costó nada ganar mientras que atrapar una nueva o mejorar lo que nos queda cada vez es más complicado...
¡Dios!
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