Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

viernes, 13 de mayo de 2016

Muerte

He visto muertos; gracias a Dios muchísimos menos de los que vio mi padre. A mi edad, ya presencié en directo como se fueron todos mis mayores. Y alguno de mis iguales. Morir sentado en un sillón, vestido cual caballero inglés, bebiendo su mejor licor durante dos días, sin moverse, esperando que llegase la que tan bien conocía. Morir metiéndose el revólver en la boca y no aguantar más. Morir asesinado por una bomba puesta por un fanático cobarde, que provoca que desaparezca parte del cuerpo, que se desgajen miembros, que la sangre derramada sea oscura, casi negra y pastosa, que los intestinos se arrastren por el suelo. Morir tras fallar las fuerzas y desprenderse del patín del helicóptero de rescate al que se agarran los brazos, con la boca al final desgarrada y tan vertical como la nariz, con la mitad de la barbilla a la altura de uno de los ojos, con el cráneo estallado y los sesos, blanca pasta esparcida. Morir por sorpresa, en cualquier lugar, un tiro. He visto morir.

Escuchaba una tarde a don Julián Marías decir en voz alta y clara que nos pasamos la existencia buscando seguridad, mientras que lo único seguro es que hemos nacido y que algún día, hagamos lo que hagamos -pobres diablos-, moriremos. Morir no es difícil. Físicamente cuestión de casi nada. Lo difícil es transitar de un lado a otro con entereza y, muchísimo más, con tranquilidad; y lo es porque no estamos seguros de que pasa y pasará. Por mucha fe que creamos sentir y quizá en la misma proporción, nos inundan las dudas; quien ha estado cerca por si mismo sabe que antes es gratis mantener lo que sea, pero cuando llega el momento no mantienes más que el miedo. Nadie sabe. Nadie supo nunca. Nadie sabrá.  

Ví al padre, mi amigo y compañero, acompañar a su hijo muerto. Sereno, como siempre fue su estilo; "cuando uno ha gastado toda la munición y no hay otra, solo queda aceptar e ir tranquilo". He visto hace poco, en la habitación del hospital junto a la nuestra, como un compañero se entregaba a la honda soledad y se ausentaba de todos, perdida la mirada en donde solo él sabe. En fin. Ayer acompañé junto con otros a un amigo que se va .......

Me puso un SMS. Quiero verte. Sabía que su estado era terminal. Me comentó que también se lo había pedido a dos amigas comunes. Le contesté que cuando y donde quisiese; no puedo moverme de la cama, ven... Y ayer a la mañana, cuando dijo, llamamos a su puerta. Nos abrió su hermana, la que le acompaña en todos sus instantes, hambrienta de su presencia, consciente de que se agota; sonrió con suavidad, nos miraron uno a uno sus ojos grandes, y en silencio nos abrazó, uno a uno también, para recibirnos en paz, para que le entregásemos la fuerza que ahora necesita.

Él estaba en su dormitorio, en su cama, en el último lugar que ocupará en el mundo. Quieto. Su pelo, ahora ralo, cano; su barba, crecida, blanca; su cara, afilada; su cutis, pálido; sus manos, finas; su pecho, escaso; sus brazos, trazos; sus piernas y pies, enormes, tanto que a la presión se hundía la piel creando un volcán, que luego iba subiendo cual erupción de líquido retenido.

Nos fue abrazando, uno a uno. Fui el último; contemplaba... Nos abrazaba con ganas, que no con fuerza. Algo dijeron las amigas; quizá dije algo, no recuerdo nada. Nos sentamos; cual teatro griego, él, personaje principal de la mayor obra clásica que todos vivimos, ocupaba el centro del Proskenion y los demás, espectadores privilegiados de la tragedia viva, nos sentamos a su alrededor en el Koilon.

Estoy tranquilo, en paz. La Unción me ha serenado. Habíamos hablado muchas veces de lo que creíamos ambos; que nadie piense que ni él ni yo flotábamos cual San Juan de la Cruz. Somos carnales y débiles, flojitos y sin seguridad en nada. Pero, ¡sobre todo!, que nadie niegue nada ni afirme soberbio lo que nadie puede saber, estableciendo certezas conejiles desde la lejanía de la muerte. A la muerte, socios, hay que mirarla cara a cara, sentir como se acerca mientras niegas que viene a ti, oler a podrido, saborear la dulzura de la sangre, la mierda y la meada que escaparon, sentir el miedo intenso, profundo e íntimo, a ser tú el que muera un instante después, y entonces ¡callaros JODER!, que os aseguro que con coraje solo logras silencio y sin  él, niegas hasta la madre que te parió. Que estamos demasiado acostumbrados a que todo sea palabra, ideas sin completa crítica y a que el papel lo soporte todo. Y la vida es pura obra, nunca postureo ni imagen, ni mucho menos satisfacción de frustraciones.

Conversamos de como se encontraba; él ya no oía bien y se "perdía". Comentó, mirando a la ventana, lo mucho que le gustaba el sol, la luz; la luz..., casi el único placer que le llegaba de fuera. Nos dijo que comía, aunque poquito. Y que dormía bien, a pesar de que se adormilaba por el día de vez en cuando. Paciencia y paz, es lo que me queda vivo, comentó. Alguna insinuación le hice de otro momentos, que jugamos juntos hace tiempo; respondió pícaro, recordando, aunque su fuerza estaba ausente. Yo, de vez en cuando, contemplaba a los demás; sentí que todos íbamos más tarde a comprobar que, en realidad, el presente no se vive, pues vivimos recordando lo que pasamos e imaginando lo que nos espera.

Fui el primero en levantarme. Su hermana me llevó aparte; abrázame.., lo único que desconoce es el plazo que creen los médicos que le queda, alrededor de una semana. Será verdad, pensé, pero sabe ciertamente que su vida se extingue. Ella siguió..: le pregunté que donde quería estar. Me contestó que donde diese menos trabajo. Entonces respondí: estarás hasta el fin en tu cama, en tu casa, con todo aquello que te ha acompañado en cada instante. Me acompañó hacia la salida, pero antes me enseñó su despacho; contemplé el lugar en silencio, paladeando los detalles, la disposición, sintiendo que allí se habían vivido sueños y sentido ilusiones. La casa estaba viva, allí donde llegaba la muerte.

Todo llega. Y esto acaba. Adios amigo. No sé que es lo que vas a vivir. No sé que es después. No sé nada. Pero échame una mano, que si no voy jodido.

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Una amiga con bellos ojos de mirada lejana ha leído a Turulato. "Descarnado, duro.." dice de lo escrito. Le he contestado....: Hace años acompañaba al viejo veterinario del Regimiento cuando tuvimos a la vista una cierva que estaba pariendo; nos tumbamos en la hierba y procurando no hacer ruido ni movernos, contemplamos la escena. No hacen ruido, pero sé que parir no es tan fácil para un animal como presumimos. Al cabo, el cervato cayó al suelo; la cierva volvió la cabeza, lo miró durante unos momentos y, sin más, se alejó. Con toda claridad no quería saber nada de aquel.

Me sorprendió; como todos las personas cuyo ambiente es urbano mi mentalidad está formada por una serie de ideas tópicas cuya única finalidad es facilitar que la sociedad urbana funcione, que aceptamos sin más y que nos acompañan a todas horas. Así que le pregunté a aquel hombre mayor, cuya piel mostraba en su color y arrugas las muchas horas vividas en el monte: "No lo entiendo, ¿y el instinto maternal de la cierva?".

El veterinario me contempló como el maestro al parvulito recién llegado y contestó: "Acabas de comprobar que existe. Sabes apreciar la bondad porque has conocido la maldad; si todo en tu vida hubiese sido maravilloso y bueno, sin contraste con lo malo, su contrario, serías incapaz de reconocer lo bueno. Es como la Belleza, que solo adquiere valor cuando sentimos la Fealdad. Cuando has visto que la cierva, que seguramente es primeriza y no lo ha pasado bien, se alejaba del dolor, has sentido la ausencia del instinto maternal y así sabes que existe".

La muerte es siempre descarnada. No hay muerte amable. Gracias a eso y al dolor que sentimos, podemos apreciar la maravilla de la Vida. Al igual que la cierva, lo que nos pide el cuerpo es huir, rechazar el dolor, negar la dureza, lo que nos agrede. Es lo mismo que nos susurra el Miedo: "niega la verdad, acepta solo lo fácil; en el momento que algo te moleste o te tuerza la oreja, recházalo, desprécialo y niega su valor.." Y así se frustra la Vida.

Vivir es duro. Por eso merece la pena, porque siempre merece la pena ir jodido preparando una prueba, para poder luego saborear el placer íntimo de haberla superado. Es duro morir, no creo que sea un trago de gusto para nadie; ¿pero cabrearse, rechazar la enfermedad terminal, ayudaría?. No nos damos cuenta de que nuestra amargura, airarse por el dolor, negar la realidad, ..., no aporta nada y solo contribuye a nuestro hundimiento y a esparcir amargura y tristeza en nuestro entorno. Vivir es recorrer un trayecto entre el día que nos parieron y nuestro último suspiro. A lo largo de él nos encontraremos pruebas, obstáculos, problemas, dificultades,.. Un niño rechaza la pérdida de un juguete; llora. Un adulto afronta la existencia. Una persona madura siente que lo es gracias a que lo que ha ido pasando va logrando hacerle, a la vez, más resistente ante el esfuerzo y más comprensivo ante las debilidades ajenas de quienes no logran superar algún obstáculo.

Madurez..; sentido comprensivo de la vida, asunción del mérito por el esfuerzo, de avanzar superando obstáculos, de saber que el dolor es útil, que nos permite comprender a otros y ser más sensibles y tiernos de verdad, y no como quien proclama frases huecas desde el rechazo y el miedo. He fracasado mucho; en aspectos vitales esenciales. Pero también tengo clarísimo a estas alturas que lo que aporto a la vida deriva de lo que he aprendido tropezando y volviéndome a levantar para avanzar a trompicones. Así se logra algo magnífico, convertir una derrota o una pérdida pública en una victoria íntima

Un beso

1 comentario:

Silvia dijo...

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