Desde hace tiempo no contesto a los comentarios que se hacen a mis artículos. Al principio si lo hacía, pues consideraba que debía responder educadamente a quienes tenían la amabilidad de leerme.
Poco a poco, leyendo comentarios, aprecié que había aspectos mucho más interesantes en ellos que en mis palabras. De ahí a darme cuenta de que artículo y comentarios forman un todo comprensible, fue muy rápido. Y dejé de contestar.
Os ruego que no lo toméis como descortesía; más bien, es una muestra de humildad. Y os aseguro que no suelo ser modesto.
Estudié hace años ciertas teorías de Filosofía del Derecho desarrolladas en los países escandinavos sobre el lenguaje. Interesantísimas. Apliquemos algo a nuestro asunto...
Pienso sobre algo..; a continuación, me apetece contároslo aquí.. Pero de aquello que bulló en mi mente a lo que soy capaz de exponer por escrito, hay una gran diferencia; tanto de matices como de sentimientos y de complejidad, y extensión, en su contenido.
Lo leéis... Y de lo que yo había escrito a lo que recoge vuestra lectura, otro salto. Y de esto a lo que asimiláis y luego comprendéis... Resumiendo: de aquello que pensé a lo que vosotros pensáis al cabo sobre ello hay un abismo.
De modo que concluí que cualquier artículo comienza en la primera palabra que escribo y termina en el punto y final del último comentario. Solo leyendo el conjunto es posible entender lo tratado. Conjunto que engloba lo que he sido capaz de decir con lo que mis lectores han asimilado. El resto..., humo. Por eso, comentar los comentarios.. No. Conviene acotar lo que se escribe y no prolongarlo, so pena de terminar enmerdando la cuestión.
Pero hay comentarios brillantísimos, que reclaman a gritos que se les realce y se les extraiga del cubículo que tienen dispuesto. Así ocurre con alguno de los que se han hecho al artículo que antecede a este. Y cayendo en aquellos problemas del lenguaje, voy a detenerme en ciertas frases escritas por dos de mis comentaristas: Anónimo -dia 8 de este mes de diciembre, a las 1:16 p.m.- y Kalia. Copio integros sus textos, pero les ruego que lo lean siguiendo las cursivas...
"En algún momento, llegué a sufrir como un estorbo eso que ahora llaman tener la cabeza bien amueblada, no porque ciertamente la tuviera ( al final, se quedo en una falsa alarma)… sino porque mi pasión por conocer no encontraba encaje con esa emoción vivificadora que nos hace visibles a los ojos de quienes admiramos. Empiezo a entender, que no se trata tanto de tirar esos muebles (realmente tienen su utilidad), sino de ampliar todo lo que pueda el espacio para no tropezar con ellos. No sé si el temperamento condiciona nuestra capacidad de apasionarnos o la intensidad con la que nos apasionamos. Sé que cuando no hay pasión, una fuerza que alimente la vida, es que estamos muertos. Sé que en todos y cada uno de nosotros hay un delicadísimo espacio, un “yo” encantador que es secuencia y trayecto y que ese niño intuyó en el mismo momento en que se atrevió a hacerlo visible… rompiendo el silencio de los “hombrinos” (no, no he querido hacer sólo ingenioso juego de palabras ,que también, es que casualmente aquí a los bocartes los llaman hombrinos). Creo que el recuerdo es el hijo del Amor. Antes que la sabiduría pueda trazar un sendero a la inclinación, ésta es necesario que exista. La vida no es silencio, aunque la mayor parte del tiempo lo experimentemos, bajo la superficie del ruido. La verdadera calma no se encuentra en la inmovilidad absoluta, sino en el equilibrio de los movimientos. La esperanza es una música que mueve la razón y el corazón. Yo la entiendo como una pasión suave que dilata y embellece el horizonte de la existencia; excita sin fatigar, calienta sin consumir, y transforman gradualmente la llama que arde en cada corazón en una luz quieta y fecundante… indicio de la verdadera fuerza, la que jamás abdica su imperio. Yo confío porque recuerdo los primeros movimientos de esa música “Haced vibrar en el individuo la cuerda de la pasión que mejor corresponda a su disposición en cada momento, y veréis como poco a poco las cuerdas de las demás pasiones vibrarán al unísono, y el instrumento entero se pondrá en el diapasón conveniente. Entonces se producirá la armonía, que es la vida misma, porque la vida no es el silencio.” Ya te imaginarás de dónde me vino el “chivatazo”."
"Había empezado a escribir algo sobre todo esto de las pasiones, pero me parece que otros u otras ante de mí ya han dicho lo que yo hubiera querido decir, y además de una manera verdaderamente bella, apasionada. Que el alma humana es una cuerda que vibra en movimiento armónico según el surco que la vida va trazando y que el plectro que la mueve sigue fielmente la composición que van creando nuestras pasiones, es algo que desde antiguo han sabido los poetas, los que dominan el arte del movimiento del alma, el fino arte de conmover, los que con su música poseen el mágico poder de hacer vibrar sutilmente esa cuerda humana, que resuena con las melodías que ellos van cantando.
Ciertamente, lo que nos mueve siempre es una pasión. Pasión es lo que nos hace salir de nosotros y aprehender el mundo. Y lo que nos mueve, la pasión, siempre es deseo, deseo de lo que es distinto, deseo de otro. La fuerza del deseo es poderosa: si el deseo es tan incontrolado que domina nuestra vida, entonces caemos enajenados, esclavizados; pero si el deseo se desvanece, entonces podríamos decir que estamos muertos. Aunque todos poseemos en mayor o menor medida pasiones de todo tipo, podemos ver que el deseo, la pasión que predomina, es diferente en cada uno de nosotros. Puede que dependa de neutra propia naturaleza, de nuestro carácter, pero también puede venir de nuestra edad, sexo o incluso de nuestra condición socio-cultural. Por eso unos se ven impelidos a actuar por el deseo de poder, por el impulso de imponerse sobre los demás, por poseer su alma, sea mediante la fuerza física, sea mediante la relevancia social o el dominio del dinero, o sea incluso mediante la autoridad de la cultura o de la inteligencia. Otros ven dirigida su vida por la pasión amorosa, que también de algún modo es posesión, y que puede manifestarse de muchas formas, como la que está detrás del amor romántico, la que es puramente erótica, la del amor paterno-filial o incluso la estrictamente filantrópica. Incluso hay quienes pueden estar guiados en su vida entera por lo que los antiguos llamaban entusiasmo, una suerte de pasión por lo divino, y tal vez pudiéramos poner en este grupo a aquellos que ven su vida entera dirigida por el deseo de conocer, por la pura pasión por el conocimiento.
Apasionados somos muchos, pero una cosa es serlo y saber vivir la vida apasionadamente y otra es andar por ahí imponiendo a los demás nuestras pasiones, nuestros padeceres. Los que no controlan sus pasiones y sólo actúan a su dictado son gente ruda o excesivamente lábil; los que las controlan tanto que no saben ya que existen son tan fríos y formales que resultan aburridos. Difícil equilibrio ese entre la elegancia del buen gusto y la relación apasionada. Lloremos, riamos, amemos o conozcamos apasionadamente, que si lo hacemos verdaderamente, siempre nos encontraremos con el sentimiento hermoso que habita en un corazón noble, capaz de conmoverse por una lágrima amiga y ofrecerle todas las rosas de la primavera."
¿Comprenden?. Sin integrar absolutamente los comentarios y el artículo, este desaparece; queda reducido a la opinión de uno. Mientras que junto todo, aparece la vida...
¡Vida y pasión!. ¿No creen que es una misma cosa?. Creo y siento que quien está vivo es apasionado y quien se apasiona vive. ¡Qué triste es ver a quienes controlan sus emociones más allá de lo necesario!. La vida y la pasión salen por cada poro de la persona. ¡Risas, llantos, gestos, ..., todo, todo vibra!.
Me encanta contemplar como viven aquellos que se abren a los demás, que procuran descubrir lo que no conocen, que no se limitan ni aun en los detalles accesorios; no por soledad o para compensar complejos o manías sino por puro placer. Por gozar de la existencia; de su cuerpo, de sus ideas, de otras personas. ¡Vida, vida!. Solo una barrera infranqueable: la construida por los derechos de otros y el evitar hacer daño, tanto al prójimo como a uno mismo.
Poco a poco, leyendo comentarios, aprecié que había aspectos mucho más interesantes en ellos que en mis palabras. De ahí a darme cuenta de que artículo y comentarios forman un todo comprensible, fue muy rápido. Y dejé de contestar.
Os ruego que no lo toméis como descortesía; más bien, es una muestra de humildad. Y os aseguro que no suelo ser modesto.
Estudié hace años ciertas teorías de Filosofía del Derecho desarrolladas en los países escandinavos sobre el lenguaje. Interesantísimas. Apliquemos algo a nuestro asunto...
Pienso sobre algo..; a continuación, me apetece contároslo aquí.. Pero de aquello que bulló en mi mente a lo que soy capaz de exponer por escrito, hay una gran diferencia; tanto de matices como de sentimientos y de complejidad, y extensión, en su contenido.
Lo leéis... Y de lo que yo había escrito a lo que recoge vuestra lectura, otro salto. Y de esto a lo que asimiláis y luego comprendéis... Resumiendo: de aquello que pensé a lo que vosotros pensáis al cabo sobre ello hay un abismo.
De modo que concluí que cualquier artículo comienza en la primera palabra que escribo y termina en el punto y final del último comentario. Solo leyendo el conjunto es posible entender lo tratado. Conjunto que engloba lo que he sido capaz de decir con lo que mis lectores han asimilado. El resto..., humo. Por eso, comentar los comentarios.. No. Conviene acotar lo que se escribe y no prolongarlo, so pena de terminar enmerdando la cuestión.
Pero hay comentarios brillantísimos, que reclaman a gritos que se les realce y se les extraiga del cubículo que tienen dispuesto. Así ocurre con alguno de los que se han hecho al artículo que antecede a este. Y cayendo en aquellos problemas del lenguaje, voy a detenerme en ciertas frases escritas por dos de mis comentaristas: Anónimo -dia 8 de este mes de diciembre, a las 1:16 p.m.- y Kalia. Copio integros sus textos, pero les ruego que lo lean siguiendo las cursivas...
"En algún momento, llegué a sufrir como un estorbo eso que ahora llaman tener la cabeza bien amueblada, no porque ciertamente la tuviera ( al final, se quedo en una falsa alarma)… sino porque mi pasión por conocer no encontraba encaje con esa emoción vivificadora que nos hace visibles a los ojos de quienes admiramos. Empiezo a entender, que no se trata tanto de tirar esos muebles (realmente tienen su utilidad), sino de ampliar todo lo que pueda el espacio para no tropezar con ellos. No sé si el temperamento condiciona nuestra capacidad de apasionarnos o la intensidad con la que nos apasionamos. Sé que cuando no hay pasión, una fuerza que alimente la vida, es que estamos muertos. Sé que en todos y cada uno de nosotros hay un delicadísimo espacio, un “yo” encantador que es secuencia y trayecto y que ese niño intuyó en el mismo momento en que se atrevió a hacerlo visible… rompiendo el silencio de los “hombrinos” (no, no he querido hacer sólo ingenioso juego de palabras ,que también, es que casualmente aquí a los bocartes los llaman hombrinos). Creo que el recuerdo es el hijo del Amor. Antes que la sabiduría pueda trazar un sendero a la inclinación, ésta es necesario que exista. La vida no es silencio, aunque la mayor parte del tiempo lo experimentemos, bajo la superficie del ruido. La verdadera calma no se encuentra en la inmovilidad absoluta, sino en el equilibrio de los movimientos. La esperanza es una música que mueve la razón y el corazón. Yo la entiendo como una pasión suave que dilata y embellece el horizonte de la existencia; excita sin fatigar, calienta sin consumir, y transforman gradualmente la llama que arde en cada corazón en una luz quieta y fecundante… indicio de la verdadera fuerza, la que jamás abdica su imperio. Yo confío porque recuerdo los primeros movimientos de esa música “Haced vibrar en el individuo la cuerda de la pasión que mejor corresponda a su disposición en cada momento, y veréis como poco a poco las cuerdas de las demás pasiones vibrarán al unísono, y el instrumento entero se pondrá en el diapasón conveniente. Entonces se producirá la armonía, que es la vida misma, porque la vida no es el silencio.” Ya te imaginarás de dónde me vino el “chivatazo”."
"Había empezado a escribir algo sobre todo esto de las pasiones, pero me parece que otros u otras ante de mí ya han dicho lo que yo hubiera querido decir, y además de una manera verdaderamente bella, apasionada. Que el alma humana es una cuerda que vibra en movimiento armónico según el surco que la vida va trazando y que el plectro que la mueve sigue fielmente la composición que van creando nuestras pasiones, es algo que desde antiguo han sabido los poetas, los que dominan el arte del movimiento del alma, el fino arte de conmover, los que con su música poseen el mágico poder de hacer vibrar sutilmente esa cuerda humana, que resuena con las melodías que ellos van cantando.
Ciertamente, lo que nos mueve siempre es una pasión. Pasión es lo que nos hace salir de nosotros y aprehender el mundo. Y lo que nos mueve, la pasión, siempre es deseo, deseo de lo que es distinto, deseo de otro. La fuerza del deseo es poderosa: si el deseo es tan incontrolado que domina nuestra vida, entonces caemos enajenados, esclavizados; pero si el deseo se desvanece, entonces podríamos decir que estamos muertos. Aunque todos poseemos en mayor o menor medida pasiones de todo tipo, podemos ver que el deseo, la pasión que predomina, es diferente en cada uno de nosotros. Puede que dependa de neutra propia naturaleza, de nuestro carácter, pero también puede venir de nuestra edad, sexo o incluso de nuestra condición socio-cultural. Por eso unos se ven impelidos a actuar por el deseo de poder, por el impulso de imponerse sobre los demás, por poseer su alma, sea mediante la fuerza física, sea mediante la relevancia social o el dominio del dinero, o sea incluso mediante la autoridad de la cultura o de la inteligencia. Otros ven dirigida su vida por la pasión amorosa, que también de algún modo es posesión, y que puede manifestarse de muchas formas, como la que está detrás del amor romántico, la que es puramente erótica, la del amor paterno-filial o incluso la estrictamente filantrópica. Incluso hay quienes pueden estar guiados en su vida entera por lo que los antiguos llamaban entusiasmo, una suerte de pasión por lo divino, y tal vez pudiéramos poner en este grupo a aquellos que ven su vida entera dirigida por el deseo de conocer, por la pura pasión por el conocimiento.
Apasionados somos muchos, pero una cosa es serlo y saber vivir la vida apasionadamente y otra es andar por ahí imponiendo a los demás nuestras pasiones, nuestros padeceres. Los que no controlan sus pasiones y sólo actúan a su dictado son gente ruda o excesivamente lábil; los que las controlan tanto que no saben ya que existen son tan fríos y formales que resultan aburridos. Difícil equilibrio ese entre la elegancia del buen gusto y la relación apasionada. Lloremos, riamos, amemos o conozcamos apasionadamente, que si lo hacemos verdaderamente, siempre nos encontraremos con el sentimiento hermoso que habita en un corazón noble, capaz de conmoverse por una lágrima amiga y ofrecerle todas las rosas de la primavera."
¿Comprenden?. Sin integrar absolutamente los comentarios y el artículo, este desaparece; queda reducido a la opinión de uno. Mientras que junto todo, aparece la vida...
¡Vida y pasión!. ¿No creen que es una misma cosa?. Creo y siento que quien está vivo es apasionado y quien se apasiona vive. ¡Qué triste es ver a quienes controlan sus emociones más allá de lo necesario!. La vida y la pasión salen por cada poro de la persona. ¡Risas, llantos, gestos, ..., todo, todo vibra!.
Me encanta contemplar como viven aquellos que se abren a los demás, que procuran descubrir lo que no conocen, que no se limitan ni aun en los detalles accesorios; no por soledad o para compensar complejos o manías sino por puro placer. Por gozar de la existencia; de su cuerpo, de sus ideas, de otras personas. ¡Vida, vida!. Solo una barrera infranqueable: la construida por los derechos de otros y el evitar hacer daño, tanto al prójimo como a uno mismo.
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