Palabras, palabras, que cual trenes me llevan a conocer nuevos paisajes

domingo, 14 de septiembre de 2014

Soledad y Futuro

Normalmente comienzo mis artículos sobre Arte exponiendo algo sobre lo que voy a escribir para facilitar la comprensión de la imagen a la que dedico mis palabras. Pero se me va ocurriendo que en este caso no es lo adecuado y que alcanzaré mejor el objetivo que me propongo si se dan de bruces contra la obra sobre la que voy a pensar. Así que ......

La llegada
Cristóbal Toral 1975
Óleo sobre lienzo - 212 x 240 cm
Colección particular, París

Contemplen, sin prisa, dejen pasar tiempo, depositen la mirada sobre la imagen, no coarten sus sensaciones. Yo no tengo ni idea sobre Arte; simplemente soy un fisgón de primera clase. Me formé en las terrazas callejeras y en el mirador de mi casa, no dejando pasar postura, gesto, andanza, ajenos que pudieran causarme cualquier sensación; y luego, además, mi imaginación recreaba vida partiendo de lo contemplado, de modo que mi soledad se llenaba de formas y colores; y muchas veces de lágrimas.

La pintura de Toral es formalmente realista, adjetivada como mágica por la crítica, pero este ignorante la percibe en el fondo como simbólica -muy actual, pero simbólica-, representando objetos y personas de tal modo que compongan en los sentidos del espectador el símbolo de un sentimiento vital; por ejemplo, si necesita acentuar la soledad de un personaje, no duda en situarlo en una estación cualquiera ante cientos de maletas. Vemos formalmente algo, símbolo de lo que el artista quiere hablarnos en el fondo. Quizás mantiene por eso que "el debate entre abstractos y realistas no ha sido en realidad más que un debate entre dos realismos diferentes".

Pero dejémonos de teorías y volvamos a contemplar esa Consigna de mis años infantiles, sala de cualquier estación donde se facturaban las maletas y se recogían al final del trayecto. En realidad, lo que vemos es un paisaje; piensen un poquito.. Un paisaje ofrece a nuestros ojos un espacio cercano, donde se sitúa el espectador y desde donde contempla habitualmente la Naturaleza, sea rústica, marina o urbana (lo hace el Catastro, no lo duden); dicho espacio suele disponerse según uno o varios límites, que denominamos horizontes.

Imaginen un paisaje costero, donde solo se vea la tierra y más allá el mar, ocupando ambos todo el ancho de la superficie pictórica. Si la tierra ocupa solo un área pequeña de la parte inferior de la pintura y el mar llena el resto del cuadro -cierren los ojos y vean-, tendremos una gran sensación de profundidad; mientras que si casi todo el cuadro muestra la tierra y solo aparece una franja de agua en lo más alto de la obra, la sensación es más cercana. Vamos, que si miramos lejos, al cielo, vemos cielo y poca tierra, y si miramos cerca, al suelo, dejamos de ver las nubes.

¡Pues hala, al cuadro!. ¿Dónde se sitúa el primer horizonte, el más cercano a nuestra mirada?. Justo delante de los pies de la mujer, formado por la primera línea de maletas. Reparen en que podemos ver un trozo pequeño del suelo -negro o muy oscuro-, mientras que las maletas se extienden desde él hasta lo más profundo del cuadro, que parece no tener fin. No hay duda de que el artista busca reforzar, magnificar, el efecto visual de tanto equipaje, pues no se aprecia donde terminan, difuminándose el fondo de la sala, como sucede cuando miramos aquello tan lejano...

Así que un paisaje, dos espacios: uno, poco suelo a la vista de una sala y otro, enorme en proporción al primero, ocupado totalmente por las maletas. En el primero una mujer, que nos da la espalda, lo que nos impide ver su rostro y, en consecuencia, quita importancia a su personalidad, a su edad, a su arreglo, ..; a quien sea, en suma. Es cualquier mujer, sin más, una persona.

Sigamos. Pasemos al cromatismo. Inmediatamente atrae nuestra atención la claridad y blancura del vestido de la mujer. No lleva nada encima, nada la protege. De modo que dicho vestido actúa como un imán, atrayéndonos, dejando claro que lo que importa sucede allí, en el interior de la mujer -pues casi nada sabemos de su exterior-, donde el autor quiere llevarnos. Y diría más, ese interior es puro, pues la viste como un hada, con un leve manto, que de poco protege. Aparte de lo dicho, unas pocas maletas claras, dos paquetes abiertos y el envoltorio de una barra de pan, el conjunto tiende a la oscuridad, a la negrura. No es un ambiente alegre u optimista. Se mascan los problemas, la falta de esperanza.

De niño me decían: Vete despacio; primero lee el enunciado, entiende lo que te preguntan y solo entonces ponte a resolver el problema (mejor no sigo contándoselo, que no me fue bien). Pero ahora creo que estamos en condiciones de entender el enunciado, es decir "La llegada". El cuadro es un paisaje, un paisaje de nuestra vida. Como le oí a don Julián Marías, solo podemos estar seguros de dos cosas: de que hemos nacido y de que algún día moriremos. Buscamos desesperadamente seguridades y nunca las tendremos (a pesar del poder que la inmensa mayoría le suponía, la sorpresa que se han llevado don Emilio Botín hace pocos días y don Isidoro Álvarez ahora mismo, ha tenido que ser mayúscula). Por otro lado, basamos nuestro conocimiento en lo que ya se sabe, es decir en lo vivido, cuando lo que de verdad tiene que interesarnos es lo por vivir, que nos es totalmente desconocido. Así nos va...

La mujer que viaja en el tren de la Vida tiene inexcusablemente que escoger una maleta que le permita disponer de lo necesario en cada momento. ¿Pero cual es el trayecto?, ¿cuanto durará el viaje?, ¿qué tiempo vivirá?, ¿qué necesidades tendrá?, ¿a qué podrá asistir con lo que lleve?,... Contempla las maletas sin saber por cual optar. Muchas son tétricas, algunas nos ofrecen algo de color, solo unas pocas son decididamente claras. Dispone de poco. Su vestuario es escaso y salir adelante materialmente requiere mucha suerte, preparación y esforzarse durante años. No lo va a tener fácil, como nos sucede a todos. Por eso solo una bolsa sustenta el pan. Abruma su situación, su soledad.

No tiene a nadie a quien acudir para que la ayude. Está sola. Lo tiene, lo tenemos, muy difícil. Pero no hay otra, no es posible renunciar. Renunciar tendría sentido si supiésemos con certeza que sucederá mañana. Pero lo desconocemos, siempre lo ignoraremos. Así que en algún momento tendrá que elegir; con todas sus dudas, en soledad, pues solo cada uno de nosotros puede vivir nuestra vida y nadie puede hacerlo por nosotros, decidirá tomar una maleta y viajar con ella.......


1 comentario:

B.G. dijo...

Yo, sin embargo, no creo que ella esté allí para elegir. No pude de elegir nada que no sea suyo. Su destino le viene dado. Sólo puede recoger su maleta, la suya propia. Metáfora de la vida, desde luego.

Además ya lleva consigo su equipaje. Lo acaba de coger. Es pequeño, pero ahí está todo lo que posee. Va a empezar. Con su mano izquierda coge una pequeña maleta, oscura, rígida y muy geométrica, mientras que, por el contrario, de su brazo derecho cuelgan dos bultos de aspecto flexible, quizá la chaqueta que se ha quitado y un bolso de tela clara. Puede que esa oposición de formas y texturas guarde también un contenido simbólico.

Ha llegado a una estación de una gran ciudad. Esta muy sola y siente su anonimato, delante de esa colosal organización de equipajes. Cada uno de ellos encierra un mundo -piensa- y siente que el suyo está por abrirse. Su vestido de lienzo claro es la luz que ilumina todo el cuadro, juntó con algún otro objeto que le sirve de contrapunto. No tiene rostro, pero su cuerpo entero está lleno de vida, a diferencia de ese bodegón inerte que se abre delante de ella.

Soledad sí. Pero a mí me produce una sensación de fuerza y de firmeza. Va a ser feliz, pues con su sola presencia es capaz de humanizar todo un paisaje.

Por cierto, me ha parecido magnífico este cuadró que has elegido esta vez. Me gustan, además de las formas y los colores, las texturas que ha sabido pintar, tan llenas de calor, tan materiales.